Hace un año que la plataforma “Andaluces por unas elecciones propias” solicitó apoyo a los partidos con representación parlamentaria en Cataluña, Galicia y Euskadi. Las únicas comunidades, junto con Andalucía, que pueden convocar sus elecciones autonómicas en cualquier fecha. Yo redacté personalmente el escrito de adhesión y yo mismo lo envié. Algunos medios no andaluces se hicieron eco de la propuesta. Conseguido. Ése era el propósito. Salvar la invisibilidad y los obstáculos informativos dentro de Andalucía llevando la noticia más allá de la Mariánica. Si el resto de los españoles conocen y denuncian el atropello democrático que se comete en nuestra tierra, quizá de paso se enteren los andaluces. Casualmente, unos días después, Manuel Chaves anunció en su programa electoral que se podrá estudiar gallego, catalán y euskera en nuestras escuelas oficiales de idiomas y universidades, “con el objetivo de que los andaluces puedan trabajar en cualquier rincón de España”. Jugada maestra. Rápidamente saltaron como alimañas los cómplices del bipartidismo y todo quedó en un embate dialéctico entre PSOE y PP difuminado por la campaña electoral. Como era previsible, ningún partido gallego, vasco o catalán se atrevió a manifestar su apoyo a nuestra causa. Pasó la tormenta. Y nadie recuerda nada.
El mismo fundamento de distracción e hipocresía se esconde tras las reacciones socialistas a las palabras de Nebrera. Nadie habla de la evidente incompetencia de Magdalena Álvarez. Nadie analiza los pormenores de su desastrosa gestión. Todos al cuello de la catalana que ha fomentado el andalucismo con más gancho que Pacheco en sus mejores tiempos. Negreda ha metido la pata por decir en voz alta lo que piensa una gran mayoría de españoles. Incluso los propios andaluces creen hablar mal. Y la culpa del prejuicio recae en quienes fomentan el uso del vallisoletano en los programas serios, marginando nuestra lengua vehicular para las expresiones más folclóricas y esteriotipadas. Hace unas semanas le pregunté a Vázquez Medel, expresidente del Consejo Audiovisual de Andalucía, por qué disimulan y falsean su manera de hablar los presentadores de nuestra radiotelevisión autonómica, en contra del sentido común y del estatuto andaluz. Su respuesta fue brutal: “Yo mismo lo propuse y la Junta escondió la propuesta. Por esa y otras miles de presiones por el estilo, no tuve más remedio que dimitir”.
Igual que ocurrió con los insultos a Blas Infante por parte de Vidal-Quadras, las palabras de Nebrera han despertado el andalucismo interesado y electoralista que hiberna en los militantes y parásitos del régimen. Con nosotros nos metemos nosotros mismos pero nadie más. El problema no reside en su conocida doble vara de medir, sino en la completa desaparición del andalucismo político. Antes no se le escuchaba. Ahora no existe. Para los que se saben perdedores, la derrota no consiste en perder sino en dejar de luchar. Y somos muchos los que no dejaremos de luchar en conciencia. En nuestra lengua. Aunque perdamos.