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«Robespierre ha sido un gran dirigente de la democracia en acción»

robespierre

 

El equipo editor del diario Le Canard Republicain  entrevistó a nuestra amiga y miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, Florence Gauthier. La historiadora francesa, a cargo de la cual figuran la presentación y notas del Tomo XI de las Œuvres de Maximilien Robespierre para la edición del Centenario de la Société des études robespierristes en 2007, comenta su reacción ante el derecho de retracto ejercido por el gobierno en la subasta de los manuscritos inéditos de Robespierre, intentando asimismo desmontar esta visión caricaturesca de Robespierre, presentado sin razón como un tirano sanguinario, precursor de los totalitarismos de toda laya. 

Señora Gauthier, ha dedicado usted buena parte de sus investigaciones [1] a Robespierre sucediendo a nombres prestigiosos de historiadores como Albert Mathiez [2] o Georges Lefebvre. El derecho de retracto ejercido por el gobierno en la subasta de los manuscritos de Robespierre el pasado 18 de mayo entrañaba reunir en quince días los fondos necesarios para su adquisición y se ha conseguido. ¿No es esto un alivio?

 

Florence Gauthier: Desde luego, es una excelente noticia, y lo es por dos razones. Que estos documentos manuscritos permanezcan a disposición del público y puedan consultarse y estudiarse es algo estupendo. Existen en Francia varias instituciones como los Archivos Nacionales o la Biblioteca Nacional, cuya función consiste en conservar este tipo de documentos, únicos y frágiles, y ponerlos a disposición del público. La segunda razón es que estos documentos de Robespierre se encontraban entre los papeles de los herederos de la familia Lebas. ¡Esperamos todavía que haya más que reaparezcan! Respecto a Robespierre, disponemos de la casi totalidad de los textos que publicó o se publicaron durante su vida. Pero quedan los manuscritos, entre ellos la correspondencia, que son documentos muy valiosos y de los que no se conoce más que una pequeña parte. Pero, como acaba de verse, más de dos siglos después, estos textos, cuya existencia se desconocía, vuelven de pronto a la luz, ¡es formidable! Y hay que dar las gracias a los herederos que los poseen e invitarles a ponerlos a disposición del público. 

 

Recuerdo otro ejemplo comparable. En 1951, en el contexto de la postguerra, los herederos de familia Carnot depositaron los manuscritos que poseían en la Biblioteca Nacional. Entre ellos, un manuscrito de Saint-Just del mayor interés, titulado De la nature, de l’état civile (sic), de la cité ou les règles de l’indépendance, du gouvernement y que publicó a partir de 1951 Albert Soboul, y después Alain Liénart, en 1976 [3]. Ya ve, ¡hay grandes momentos en la historia de los archivos!

 

En su libro Triomphe et mort du droit naturel en Révolution 1789-1795-1802, se dedica un apartado bien largo [4] a Robespierre, quien, en su opinión, habría comprendido la contradicción entre poder económico y libertad política. ¿No está de actualidad esta problemática?  

 

¡Eso le ha impresionado! Pues pienso yo que las situaciones, proporcionalmente, son comparables. En la segunda mitad del siglo XVIII se preparaba una ofensiva del sistema capitalista o, si lo prefiere, del sistema de «economía de mercado». Esta historia la han contado, en lo que se refiere a Gran Bretaña, que era entonces la potencia europea en condiciones de dirigirla, Karl Polanyi y Edward Palmer Thompson [5]. Se trataba de una ofensiva para imponer el sistema en la misma Inglaterra, por un lado, y por otra parte para dirigir las nuevas conquistas imperialistas encaminadas hacia África y Asia, lo que se llevará a cabo a lo largo del siglo XIX. 

 

Polanyi y Thompson cuentan cómo operó la ofensiva del sistema capitalista en Inglaterra con el fin de controlar el mercado de suministros en la escala de la producción cerealera y de su comercialización. La ofensiva estaba fabricando lo que hoy se denomina arma alimentaria, que necesita destruir todo el sistema de protección económica, social, jurídica y mental precedente, con el fin de reemplazarlo por un poder que se impone por medio de la coacción, en este caso, el alza de los precios de los productos alimenticios de primera necesidad. Este espíritu económico está animado por el espíritu del beneficio que algo después, Karl Marx, que era sensible a este cambio de espíritu, expresaria con la metáfora de un mundo brutalmente zambullido «en las aguas heladas del cálculo egoísta».

 

A finales del siglo XVIII, Francia sufre la misma ofensiva impulsada por una nueva escuela de economistas, los fisiócratas, y luego los turgotianos, que, desde la década de 1760, intentaron reformas para «liberar» la producción y el comercio de subsistencias de las formas de control que protegían a la población de los desastres de la especulación. Estas ofensivas reformadoras se han traducido en la aparición de «disturbios de suministros» de una amplitud inaudita: el objetivo de los economistas consistía en elevar los precios de los suministros ¡sin que los salarios subieran! El resultado consistió en provocar «escaseces artificiales» y desesperar a los asalariados más débiles, que estaban hambrientos, se consumían y morían de inanición.  

 

E.P. Thompson ha mostrado que en Inglaterra estas revueltas populares revelaban una conciencia notable, que él denominó «economía moral de la multitud», marcada por medidas coherentes para hacer bajar los precios, en discusión con los comerciantes y las autoridades locales. Ha llamado además la atención sobre la capacidad popular de concebir respuestas de orden político, económico y moral por vía propia y gracias a la sociedad en su conjunto.   

 

En Francia, donde la población rural representaba más del 85%, las «emociones  populares» adquirieron una amplitud considerable y llevaron a una revolución para responder a esta ofensiva de los economistas, con el fin de interrumpirla y de construir otra perspectiva histórica. La convocatoria de los Estados Generales en 1789 dio la palabra al pueblo: los cuadernos de agravios y las elecciones de diputados prepararon una revolución que fue la respuesta de esta ofensiva del capitalismo.

 

Desde el mes de julio, los campesinos proponen un nuevo contrato social basado en una reforma agraria que prevé compartir el señorío, forma dominante de la propiedad del suelo en la época: una parte del señorío al señor, otra al campesinado. Pero los señores se negaron y provocaron cinco años de guerra civil. Sin embargo, fracasaron y la Convención de la Montaña realizó esta gran reforma agraria en 1793-1794, que suprimió el feudalismo en favor de los campesinos y desmanteló el proceso de concentración de la propiedad de la tierra en manos tanto de grandes propietarios como de grandes productores en Francia. Esta reforma agraria constituyó un serio freno, durante cerca de un siglo, a la ofensiva del capitalismo agrario. Francia siguió siendo un país de campesinos hasta principios del siglo XX y el pueblo vivió menos mal que en aquellos países en los que el éxodo rural arruinaba, hambreaba, desesperaba, deshumanizaba a sus víctimas, como se puede ver hoy a una mayor escala, que se ha convertido en la del planeta mismo. 

 

Tanto en las ciudades como en los campos, la especulación de los precios de los productos alimenticios de primera necesidad ha permitido a la democracia comunal organizar un sistema alternativo con una Comisión general de productos alimenticios de primera necesidad en colaboración con los graneros comunales, encargados de controlar el suministro de los mercados públicos y el equilibrio entre los precios de los alimentos, los beneficios del comercio y los salarios populares.

 

El pueblo pone por delante, entre los derechos de la humanidad, el que le parecía el principal: el derecho a la existencia y los medios para conservarla. Enorme programa…Y lo concebía en relación directa con sus prácticas democráticas de asamblea general en la que todos los habitantes, hombres, mujeres e incluso niños, se acercaban a deliberar y tomar decisiones: fue la comuna, heredada de antiguas prácticas populares, la que se convirtió en célula de base de esta democracia de los derechos del hombre que pudo perdurar entre 1789 y 1795.

 

Lo que revelaron «la economía moral de la multitud» en Inglaterra y «la economía política popular» en Francia no debería confundirse con lo que una interpretación camufla como «revolución burguesa», so pena de caer en un contrasentido bien extraño doblado de sinsentido.  

 

¿Cuáles fueron los grandes combates librados por Robespierre?

 

Él, al igual que otros, como Marat, Billaud-Varenne, Louise de Kéralio, Saint-Just, Mailhe, Claire Lacombe, Dufourny, Grégoire, Théroigne de Méricourt, Coupé y tantos otros…eran Amis du peuple [6] y amigos de los derechos de la humanidad entera. Lo demostraron luchando contra las múltiples formas de aristocracia, ya fuera política, económica, colonialista, esclavista o conquistadora de Europa. Robespierre adoptó la defensa del pueblo desde la convocatoria de los Estados Generales, que suscitó resistencias feroces por parte de los privilegiados. En efecto, Louis XVI había hecho un llamamiento al consejo ampliado del rey que eran esos Estados Generales, organizados desde el siglo XIV y convocados en caso de crisis económica grave. Ese fue el caso en 1789, y Luis XVI convocó al Tercer Estado, compuesto por toda la población plebeya (cerca de 26 millones de personas), a la nobleza (350.000 individuos) y al clero (120.000 individuos). La forma del sufragio era relativamente democrática: una voz por cabeza de familia (hombre o mujer). Ahora bien, los privilegiados rechazaban este sufragio y el rey tuvo que obligarles a someterse a ello.

 

La Convocatoria de los Estados Generales constituyó una primera experiencia para hacer reconocer las prácticas democráticas y la soberanía popular. Robespierre había participado en ello en Arras y se encontraba en primera fila durante estas batallas. Elegido diputado, defendió con energía los derechos del pueblo. Por ejemplo, la ofensiva planteada por los partidarios de una «aristocracia de la riqueza», tal como sucedió con Siéyès, consistía en imponer un sufragio reservado a los ricos y suprimir las asambleas electorales comunales para alejarlas situándolas en un nivel cantonal (¡ya entonces!). Robespierre luchó toda su vida por mantener las prácticas populares comunales, que concebían la democracia como participación de cada uno de los habitantes en las deliberaciones y toma de decisiones, mujeres incluidas. Defendió los derechos económicos retomando el derecho a la existencia como primero de los derechos imprescriptibles de la humanidad:

 

«La primera ley social es por tanto aquella que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios de existencia; todas las demás se subordinan a ésta: la propiedad no ha sido instituida o garantizada más que para cimentarla» [7]

 

Su crítica del derecho de la propiedad privada se basa en la necesidad de distinguir entre los productos de primera necesidad y los que no lo son. Concibe entonces que el derecho de propiedad no puede ser privado en el caso de los primeros, pues tiene un carácter social y de bien común y debe permanecer bajo control por parte de la sociedad. 

 

«Los alimentos necesarios para el hombre son tan sagrados como la vida misma. Todo lo que es indispensable para conservarla es propiedad común de la sociedad entera, y sólo el excedente es propiedad individual y puede dejarse a la industria de los comerciantes. Toda especulación mercantil que se hace a expensas de la vida de mi semejante no es tráfico, es bandolerismo y fratricidio» [8]

 

Robespierre ha arrojado luz además sobre la existencia de dos formas de economía política, una «tiránica», que es la de los sistemas feudal o capitalista y colonialista, fundada sobre un derecho ilimitado de propiedad privada, que pone en peligro la vida de la gente, la otra, la que él llama «economía política popular» [9]. Esta última se funda sobre un derecho de propiedad limitado y controlado por las leyes, de tal suerte «que no pueda perjudicar ni la seguridad ni la libertad ni la existencia ni la propiedad de nuestros semejantes», y que se acompaña de derechos sociales concretos.

 

«La sociedad viene obligada a proveer el sustento de todos sus miembros, bien procurándoles trabajo, bien asegurando los medios de existencia a quienes no están en situación de trabajar. Los auxilios indispensables a quien carece de lo necesario constituyen una deuda para quien posee lo superfluo: corresponde a la ley determinar la manera en que debe satisfacerse esta deuda» [10], y no abandonándola al azar de la caridad privada.

 

Preciso que «la propiedad de nuestros semejantes» remite a la concepción que tenía Robespierre, según la cual todo derecho es una propiedad de cada ser humano, como el derecho a la vida, el derecho al propio cuerpo contra las diferentes formas de esclavitud, la libertad, el ejercicio de sus facultades, etc. Son derechos y propiedades que él considera como de derecho natural, por oposición al derecho de propiedad de bienes materiales, que no es un derecho natural, pero cuyo ejercicio corresponde al debate político y de la ley.

 

Robespierre luchó así pues por fundar una república democrática, en la que la soberanía popular no quedara escrita solamente en el papel de la Constitución, sino con una conciencia y una práctica reales. Sobre todo con Grégoire, se ha batido por hacer respetar la soberanía de otros pueblos, con el objetivo de construir una alianza de repúblicas democráticas, con el fin de impedir que Francia siguiera llevando a cabo una política de potencia conquistadora, pero también para protegerse de eventuales ofensivas imperialistas: es una dimensión de su lucha que con frecuencia se descuida. Se encuentran las mismas preocupaciones en Thomas Paine, por ejemplo, súbdito británico, ciudadano de los Estados Unidos de Norteamérica en el momento de su guerra de independencia y diputado de la Convención en Francia de 1792 a 1795. Añadamos también que Emmanuel Kant, que teorizó su Proyecto de paz perpetua (1795) a la luz del gran ciclo revolucionario que se desarrolló en las postrimerías del siglo XVIII, y que tuvo conocimiento de la Revolución de Santo Domingo/Haiti, primera revolución llevada a cabo por los esclavos levantados en América.

 

Actualmente se considera a Robespierre un tirano sanguinario, padre de los totalitarismos. ¿Qué responde usted a ese retrato difundido por ciertos medios y políticos? ¿Cómo explicar esta contradicción cuando para Robespierre «El pueblo puede, cuando le plazca, cambiar su gobierno y revocar a sus mandatarios»?

 

¡Es lo justo, se podría decir! A Robespierre le atacan los defensores del despotismo monárquico o aristocrático, a los que decididamente no les gusta ni el pueblo ni la democracia y todavía menos los derechos de la humanidad. Ahora bien, Robespierre ha sido un gran dirigente de la democracia en la práctica, uno de los legisladores fundadores de una república de los derechos del hombre y del ciudadano, que construía una soberanía real del pueblo fundada en el principio, que nosotros ya no conocemos, de los commis du peuple [comisionados del pueblo], responsables ante los electores, y que incluso podían ser destituidos en el curso de su mandato si perdían la confianza del pueblo. Nosotros ya no conocemos esta práctica, que pertenece a una democracia respetuosa de la soberanía popular y cuya constitución separa el legislativo, expresión de la conciencia social, del ejecutivo, encargado de ejecutar estrictamente las leyes y controlado él mismo por el legislativo. Esto es lo que decía al respecto Robespierre en un discurso a la Convención el 10 de mayo de 1793 :

 

«Quiero que los funcionarios públicos nombrados por el pueblo puedan ser revocados por él, de acuerdos con las formas que se establezcan, sin otro motivo que el derecho imprescriptible que le pertenece de revocar a sus mandatarios. Es natural que el cuerpo encargado de hacer las leyes vigile a quienes se encargan de hacerlas ejecutar, los miembros del ejecutivo habrán pues de rendir cuentas de su gestión al cuerpo legislativo. En caso de prevaricación, no podrá castigarlos, pues no hay que dejar este medio de aprovecharse de la potestad ejecutiva, pero los acusará ante un tribunal popular cuya única función será entender de las prevaricaciones de los funcionarios públicos. (…)

Al cesar en sus  funciones, los miembros de la legislatura y los agentes de ejecución o ministros podrán ser sometidos al juicio solemne de sus comitentes. El pueblo se pronunciará solamente sobre si han conservado o perdido su confianza». [11]

 

Si se compara con nuestro sistema actual en el que la separación de poderes es inexistente, se constata que la realidad del poder se encuentra concentrada en la persona de un presidente elegido por sufragio universal como un monarca. Si su partido obtiene la mayoría en la Cámara de Diputados, no hay ya legislativo separado del ejecutivo sino un partido presidencial que practica la confusión de poderes: el ejecutivo ya no puede casi ser controlado por el legislativo, cuya función debería ser ésa. Sumemos a esto que el pueblo, soberano sobre el papel en la Constitución, es de hecho impotente, puesto que no dispone de ninguna institución que le permita revocar a los representantes durante su mandato. En cuanto a los controles de constitucionalidad, se les confían a comités y comisiones cuyos miembros nombra el presidente en persona…Hay que contar con la probidad –la virtud o el amor a las leyes, según Montesquieu- pero es forzoso constatar que no es la cosa mejor repartida del mundo entre la actual clase política.

En fin, por retomar esta inquietante afirmación formulada por François Furet en 1979, según la cual la Revolución Francesa sería «la matriz de los totalitarismos del siglo XX», resulta a la vez inquietante y fantasiosa. ¿LOS totalitarismos, en plural: fascismos, nazismo, estalinismo? ¡Esto es demasiado! Y resulta difícil responder aquí a esta enorme ignorancia. Ya he escrito sobre esta cuestión y ruego al lector que tenga a bien consultarlo. Le remito también al libro de Jean-Pierre FAYE, Dictionnaire politique portatif en cinq mots, Idées Gallimard, 1982, que ha refutado esta extraña afirmación con seriedad y finura.

 

Jean-Pierre Faye ha llamado asimismo la atención sobre la sorprendente relación entre derechos del hombre y terror, que es un enigma y que data de la Revolución Francesa. Explora aun más la cuestión de la represión en nombre de la libertad:  

 

«¿Cómo puede ser que el tiempo del Terror, represión donde las haya, sea al mismo tiempo, y contradictoriamente, fundamento de libertades antirrepresivas de Occidente?»

 

Podríamos volver a hablar de ello, cuando ustedes quieran, pero hay que recordar que se trata de un asunto de grueso calibre, pues es una historia que desborda el marco de la Revolución Francesa.

 

En su libro L’aristocratie de l’épiderme. Le combat des Citoyens de couleur sous la Constituante, 1789-1791 ha escrito usted que la relación entre terror y Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano había sido utilizada por los diputados del partido colonial esclavista de Santo Domingo. ¿Puede decirnos algo más?

 

El libro de Jean-Pierre Faye ha señalado esta extraña relación y me ha incitado a investigar la historia. Estudiando las políticas coloniales durante la Revolución, descubrí que el partido de los plantadores de la colonia de Santo Domingo –que era entonces el primer productor de azúcar y la joya del imperio del Rey de Francia – se opuso ferozmente a la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, votada el 26 de agosto de 1789. Es verdad que el artículo primero: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos», condena el comercio de esclavos y la esclavitud. Los colonos de Santo Domingo consiguieron que se les admitiera como diputados en la Asamblea constituyente de julio de 1789, pero tras la votación de la Declaración, describieron su inquietud a sus comitentes: 

 

«En suma, nuestra circunspección se ha convertido en una especie de terror, cuando hemos visto que la declaración de derechos del hombre coloca, como base de la constitución, la igualdad absoluta, la identidad de derechos y la libertad de todos los individuos». [12]

 

Estos colonos establecen la relación entre derechos del hombre y terror y aclaran este «enigma que ronda a la palabra terror ». La relación entre ambos términos la retomó la parte derecha de la Asamblea, como hizo Malouet el 11 de mayo de 1791, al proponer exceptuar a las colonias de la Declaración de Derechos, a causa de la esclavitud: « La población de las colonias se compone de hombres libres y esclavos. Es por tanto imposible aplicar a las colonias la declaración de derechos sin excepción». [13]

 

Así, la Asamblea aceptó en 1791 otorgar a las colonias una constitución específica, que las exceptuaría de aplicar los derechos del hombre, debido a la esclavitud.

 

Pero más interesante todavía es ver desarrollarse la teoría política fundada en la declaración de derechos durante la Revolución, que desembocó finalmente, tras el 9 de Termidor del Año II-27 de julio de 1794, en el abandono puro y simple de toda declaración de derechos naturales de la humanidad desde la Constitución de 1795. En 1802, Bonaparte, que acababa de tomar el poder en un golpe de estado militar, reconquista una parte de las colonias francesas. Ahora bien, éstas habían conocido la abolición de la esclavitud votada por la Convención de la Montaña del 16 de pluvioso del Año II-4 de febrero de 1794, que se aplicó en Santo Domigo desde 1793, después en Guadalupe, Santa Lucía y la Guayana en junio de 1794. Bonaparte fracasó en Santo Domingo, convertida en República independiente de Haití en 1804, pero tuvo éxito en Guadalupe y la Guayana, en donde se restableció la esclavitud. Gentes que habían conseguido liberarse de la esclavitud fueron de nuevo aherrojadas. Y esta historia, hay que decirlo, ha quedado sumida en la obscuridad hasta muy recientemente.

 

Para concluir con este punto, el eclipse de la declaración de los derechos del hombre en el derecho constitucional francés se prolongó hasta….¡1946!, hasta que la guerra contra el nazismo reveló la urgencia de remitirse a los derechos de la humanidad. Y la Constitución de 1946 renovó entonces con la Declaración de Derechos de 1789 lo que figura en su preámbulo.  

 

Para terminar, ¿cuál es su consideración hoy en día sobre el lugar y la manera en que se percibe y se enseña la Revolución Francesa en la enseñanza secundaria? Al igual que el aprendizaje del francés o de las matemáticas, la enseñanza de la historia parece verse especialmente atacada por las diferentes contrarreformas de estos últimos años… 

 

¡Es lo menos que se puede decir! Y me gustaría añadir que la clase política que nos gobierna tiene bastante de lo que preocuparse en materia de educación, ¡empezando por la suya! Los escándalos se suceden y alcanzan proporciones cada vez más inquietantes. Esta clase política, que ha seguido confiscando la república democrática en Francia, está corrompida, moralmente, hasta en su intimidad. Se sabía que abrazaba la carrera política como medio de obtener un puesto bien remunerado, que ejercía la política por corrupción financiera desviando fondos públicos y recibiendo sobornos. El discurso en torno a la seguridad del presidente de esta república corrompida ha recibido un duro golpe al saberse que, en ciertos «barrios», los escolares tienen que meterse bajo los asientos para evitar las balas de las mafia locales que arregla sus cuentas en las inmediaciones.

 

Que la emprenda con la cultura, nada más coherente con su hundimiento moral y político, al que asistimos y que va a acentuarse…¿hasta dónde?  Los estragos son ya considerables y, como se puede constatar hoy, la escuela pública y obligatoria se encuentra ya en estado ruinoso…en cuanto a la enseñanza de la Historia, ha quedado reducida a la porción de la secundaria. Los resultados se dejan sentir ya en la Universidad… ¿Hasta dónde? ¿Quién puede decirlo hoy en día?

 

NOTAS:
 

[1] Œuvres de Maximilien Robespierre, Tome XI, Compléments (1784-1794), edición del Centenario de la Société des études robespierristes, presentada y anotada por Florence Gauthier, Maître de Conférences à l’Université Paris VII – Denis Diderot, 2007. Pour le bonheur et pour la liberté. Discurso de Robespierre. Selección y presentación de Yannick Bosc, Florence Gauthier y Sophie Wahnich. Éditions La Fabrique, 2000.

[2] Albert MATHIEZ (1874-1932), historiador, profesor de la universidad de Dijon, y luego de la Sorbona y de la École des Hautes Études, es el fundador de la Société des Études Robespierristes et des Annales Historiques de la Révolution française. Entre sus numerosas obras, podemos citar La Révolution française y La réaction thermidorienne ,cuyo primer capítulo puede consultarse en la página en red revolution-française.net.

[3] Se encontrará esta edición en SAINT-JUST, Théorie politique, París, Seuil, 1976, por Alain Liénart.

[4] Extracto consultable en la página de Le Canard Républicain : Robespierre théoricien du droit naturel à l’existence.

[5] Karl POLANYI, La Grande transformation. Aux origines politiques et économiques de notre temps, (Londres, 1945) Paris, 1983 et Edward P. THOMPSON «L’économie morale de la foule dans l’Angleterre du XVIIIe siècle», (1971) trad. del inglés en Florence GAUTHIER, Guy IKNI éd., La Guerre du blé au XVIIIe siècle, París, Passion/Verdier, 1988.

[6] Se trata del hermoso título que dio MARAT a su diario, desde 1789 a su asesinato, el 13 de julio de 1793.

[7] ROBESPIERRE, Pour le bonheur et pour la liberté, París, La Fabrique, 2000, Discurso a la Convención, 2 de diciembre de 1792, p. 183.

[8] Id., ibid.

[9] Ibid., Discurso a la Convención del 10 de mayo de 1793, p. 256.

[10] Id., Projet de déclaration des droits de l’homme et du citoyen présenté à la Convention, 24 avril 1793, artículos 8, 10, 11, p. 235. Este proyecto fue adoptado por la Sociedad de Amigos de la Libetad y la Igualdad, con sede en los Jacobinos, el 21 de abril de 1793.

[11] Ibid., Discurso a la Convención, 10 de mayo de 1793, p. 253.

[12] Carta de la diputación de los colonos de Santo Domingo, 11 de enero de 1790, citada y comentada en F. GAUTHIER, L’aristocratie de l’épiderme. Le combat de la Société des Citoyens de Couleur 1789-1791, París, CNRS, 2007, p. 165.

[13] Archives Parlementaires, t. 25, Malouet a la Asamblea Constituyente, 11 de mayo de 1791, p. 752.

 

Florence Gauthier, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es profesora de historia de la Revolución Francesa en la Universidad parisina de Jusieux.

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