Manuel Cala/ En la tierra la población rural siempre ha sido más numerosa que la urbana; sin embargo, de forma constante desde hace algunas décadas (espacio de tiempo poco significativo si se compara con la existencia del ser humano en el planeta), una parte importante de la humanidad habita en urbes cada vez más aglomeradas. Esto supone que esté más alejada del contacto directo y habitual de sus tradicionales elementos, e incluso que alcance un mayor grado de insolidaridad por ello.
Debido a la urbanización del entorno que desplaza a sus componentes naturales por una mayor concentración de bloques asfálticos, de hormigón,…, y/u otros conglomerados, también cada vez son más numerosas las personas que desarrollan su vida cotidiana, aglutinadas y sin embargo aisladas en espacios cerrados que dan a calles, patios y/o habitáculos donde llegan escasos rayos de sol, siendo artificial en bastantes de ellos hasta la luz que reciben durante el día. Asimismo son más frecuentes las informaciones que nos recuerdan que estamos:
Convirtiendo a la atmósfera que nos rodea en un gigantesco vertedero donde todos los gases residuales que desaprovechamos tienen cabida.
Batiendo récords ante situaciones climáticas extremas, las cuales en momentos puntuales están dejando a millones de seres humanos sin comida, sin agua e incluso sin un techo donde refugiarse.
Mineralizando, salinizando y erosionado ingentes cantidades de suelo, olvidándonos que se necesitan miles de años para que puedan volver a ser fértiles.
Agrediendo y contaminando el agua, aún a sabiendas de que es uno de los recursos naturales básicos más preciado e indispensable para la vida en la tierra, generador y mantenedor de ecosistemas y de los que dependen la mayoría de las actividades productivas.
Extinguiendo energías fósiles y radiando partículas nucleares.
Olvidando la preocupante pérdida de diversidad biológica, porque nuestra codicia cívica no parece estar dispuesta a convivir con otros seres vivos y solo comparte determinados espacios con algunos animales y vegetales.
Destruyendo grandes cantidades de bosques, masas vegetales,…, y tierras de cultivo, por el capricho de una delirante fiebre de lucro a corto plazo de unas pocas personas cegadas por su propia avaricia especulativa.
Consumiendo alimentos menos seguros y permitiendo que seres vivos (incluidos los humanos) mueran de hambre, mientras otros arrojamos a vertederos insanos una buena parte de los alimentos que nos ofrece generosamente la actividad agraria a la que reiteradamente despreciamos con múltiples agresiones.
Dañando de infinitas formas al medio ambiente de una manera generalizada.
Y/o agotando los recursos naturales y mal distribuyendo los restantes entre los seres vivos.
Consecuentemente, en las grandes aglomeraciones urbanas una parte importante: del aire que respiramos, está enfermo; de la lucha por la modificación del clima, está acercándose a un punto cercano al no retorno; del suelo que ya no cultivamos, tardará en volver a ser fértil; del agua que bebemos, está más contaminada; de la energía que derrochamos, no se renueva; de la biodiversidad, está desorientada; de los bosques destruidos, apenas intercambian oxígeno por dióxido de carbono y con los que quedan los más poderosos especulan con los menos pudientes desvirtuando la mitigación del cambio climático; de la comida, está peor repartida y es de más dudosa calidad y seguridad; del entorno que nos rodea, está herido; …; de los recursos que necesitamos, están más agotados y mal distribuidos.
No obstante, a pesar de haber sido limitados pero imprescindibles en el medio rural para el desarrollo de la vida, al menos que nos decidamos a curarlo, a remediarlo, a recuperarlo, a descontaminarla, a renovarla, a incrementarla, a plantarlos, a cuidar y repartir mejor, a reutilizarlos, …, y a dejar de agredirlo; su enfermedad, su deterioro, su pérdida, su contaminación, su agotamiento, su merma, su desertificación, su mal reparto y su calidad, su reutilización,…, y su agresión se prolongarán durante bastante tiempo. Sin olvidar que los antídotos que antes brotaban en los ecosistemas a disposición de todos los seres vivos, de momento, ni siquiera se encuentran almacenados en las farmacias codiciosas de los más poderosos.
Quizás también sea conveniente recordar que, a menudo las prácticas que realizamos de forma habitual en las ciudades se desenvuelven en un ambiente condicionado en exceso por intereses meramente economicistas, menos solidarios con los seres humanos y desentendiéndose progresivamente de su relación directa con los elementos naturales y sociales del ámbito campesino.
Quisiera significar asimismo que, aunque imagino que los motivos para ello han sido y son muy complejos y variados; paradójicamente, me llama la atención que el alejamiento de la humanidad de los sistemas rurales hacia los urbanos, suele llevar aparejado una componente de “búsqueda de seguridad” de muy diversa índole y contenido. Por unos u otros motivos los resultados son esencialmente diferentes a los vividos por muchas civilizaciones anteriores, las cuales han tenido y tienen en común el hecho de que durante un largo período de tiempo han convivido en estrecho contacto con el entorno respetando más y mejor sus recursos.
No pongo en duda que cualquier elección que se haga tiene sus ventajas y sus inconvenientes; pero si me preocupa la pérdida paulatina y constante de “vivencia directa” que el ser humano experimenta con gran parte del funcionamiento de los agentes naturales, especialmente cuando diseña su manejo de forma menos compresiva y poco apropiada. No olvidemos que cada vez es mayor el número de personas que adquirimos los conocimientos de la naturaleza a través de revistas, libros, televisión, internet, …, y, al mismo tiempo, es más urbano el hábitat donde nos desenvolvemos, lo cual suele llevar aparejado cierto detrimento del contacto directo con la naturaleza, normalmente en pro de ambientes más “artificiosos”.
Todo ello sin olvidar la presencia cada vez más frecuente de desnaturalizaciones territoriales con vocación rural, mediante manipulaciones especulativas de “ambiciosos personajes” que, comprando ruines potestades, solo buscan su mezquino lucro personal. Obviamente, estos cambios de uso no son consensuados con sus verdaderos protagonistas, ni tampoco con aquellos que no tienen voz ni voto (flora, fauna, recursos naturales, medioambiente,…, y generaciones venideras). Es decir, suelen ser decisiones que han tenido lugar en determinadas esferas de poder innobles del ámbito metropolitano, sin apenas contar con el entorno rural, conocedor de su territorio, quien ha sido testigo acompañante del paso de muchas religiones, civilizaciones y culturas a través de siglos de historia.
Aunque creo que esta nueva forma de entender el conocimiento del hábitat natural también se va haciendo necesaria por circunstancias con cierta frecuencia más próximas a la “supervivencia”; sin embargo, pienso que si no renunciamos a una buena parte del egoísmo humano y dicho entendimiento no se complementa con la observación directa y práctica personal su resultado suele acercarse bastante a la duda. Es por ello que la insuficiencia alcanzada en el sistema urbano empieza a parecerme clara, pues la percepción con nuestros propios sentidos cada vez se distancia más de su parte cercana al núcleo rural, sobretodo cuando se comienza a “despreciar” su necesidad, disfrazada de falsa sostenibilidad, incluso en momentos de grave crisis ecológica y social.
En cierto modo, además, todo ello suele estar asociado con la idea bastante generalizada que se tiene en las grandes áreas metropolitanas de que el medio ambiente rural permanece estático, incluso cuando los medios de comunicación nos recuerdan casi a diario algún tipo de agresión a ese entorno, mostrándonos a veces inclusive sus preocupantes consecuencias.
A pesar de que con mayor o menor acierto en una primera reacción es frecuente buscar culpables, el resultado final suele ser que cualquier tipo de explicación superficial de los hechos consigue ocultar parte de la realidad, anteponiendo los intereses lucrativos civiles de unos pocos, incluso ante situaciones que llegan a alcanzar niveles sociales y ambientales alarmantes. No obstante, escasas veces se profundiza en ello para intentar que no vuelva a suceder, cuando parece imprescindible una mayor previsión y observar mejor los procesos naturales para de esa forma no repetir los mismos errores anteriores.
No creo que esa compresión mínima, en ocasiones para algunas personas bastante próxima al desinterés, de lo que sucede alrededor del hábitat rural sea muy positiva. De igual modo pienso que el hecho muy extendido entre quienes exhiben su supremacía, normalmente política y/o económica, de delegar el conocimiento y la responsabilidad en las personas más técnicas, investigadoras, científicas y/o aquellas más o menos sensibles a ello, limita la posibilidad de encontrar soluciones. Conviene recordar una vez más que la tierra, incluido su entorno rural, es nuestra casa, y que de momento no tenemos otro sitio para mudarnos.
A veces me pregunto si, en esa “búsqueda de seguridad” que intentamos encontrar en el medio urbano, no es un error acostumbrarse a creer que somos regidores de nuestra vida cotidiana y su entorno. Sobretodo cuando, reiteradamente, damos muestras tangibles de no aceptar la voluntad que la naturaleza nos ofrece, en contra de lo que muchos seres vivos, incluidos los humanos, han mantenido durante siglos de vida.
Manuel Cala Rodríguez, diciembre de 2011
Pues sí, Manuel Cala, es perfectamente lógico y natural, porque cultura viene de «cultivar» y el colonialismo genocida nacioanalcatolicista expañol nos lleva DESCULTIVANDO siglos, para que no seamos más que una acrítica masa pordiosera de ciudad-dormitorio, enfrentada entre sí por unas migajas del Capital y dispuesta a emigrar o a hacer de mano de obra obediente y barata.
No contaron con un pequeño detalle los señoritos de madriz&spanish company y sus lacayos a sueldo: la población envejece de forma aterradora (desde los años 80 hasta ahora es como si hubiésemos sufrido tres guerras civiles) y los inmigrantes reducirán su asqueroso y criminal nacionalcatolicismo rojipardo a cenizas. Ah, ¡cómo Kavafis somos tantos los andaluces y de otros Pueblos que anhelamos que lleguen al fin los «bárbaros»!
Esos miserables canallas sin escrúpulos que nos malgobiernan y depredan se piensan que les espera el placido retiro de una jubilación dorada; pero ahí es donde nos vais a pagar la depauperización y el que vivamos en medio de esta miseria que inducís y planificáis… ¡»Más sufrió el nazareno» decís! ¿No es verdad clerical fascistas rojipardos sin escrúpulos?.
Pues vais a disfrutar ampliamente de vuestro morboso culto a las «penitencias» porque LA JUSTICIA DE LOS PUEBLOS EXIGIENDO DIGNIDAD hará que no os salga gratis…