La cumbre del clima de Copenhague era la prueba de lo que podíamos esperar del presidente Obama. Ya lo sabemos: nada. El hecho es que hoy estamos peor que en 1997, cuando se acordó el Protocolo de Kioto. A pesar de que la comunidad científica tiene más evidencias y mejores modelos que entonces; a pesar de que la crisis económica global nos da razones adicionales para desarrollar entre todos una nueva economía, que no dependa de la energía barata y del expolio de los recursos; a pesar de que la conciencia global sobre el problema ha aumentado. Pese a todo estamos a las puertas de un fracaso. Y Obama no ha hecho nada para evitarlo.
Algunas cosas que han de quedar claras: la negación de la existencia del cambio climático, o de que su causa sea la acción humana, es más propia del mundo de la superchería que de la ciencia. Los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), en www.ipcc.ch, y blogs como Real Climate (www.realclimate.org) dan buena cuenta de ello. Los costes de no hacer nada pueden ser devastadores, literalmente hablando, para muchos países. Y no sólo para los microestados de Oceanía. También para Bangladesh (154 millones de habitantes). Para la mayoría de los africanos. Incluso para el acceso a agua potable para 400 millones de chinos e indios. Para la economía global, la factura del cambio climático estimada por el gobierno británico es de una reducción del 20% del PIB global (http://www.occ.gov.uk/activities/stern.htm); para comparar, la actual crisis se debe a una contracción de aquel en 2009 del 2,2%, según la OCDE.
A pesar de eso, la coalición de fanáticos y ruines que califican de engaño o exageración el cambio climático lleva las de ganar. Copenhague se va a saldar con un fracaso absoluto que nos van a querer vender como un éxito. No mejorar Kioto es fracasar, y en Copenhague no van a llegar ni a rozarlo. Para que la realidad no se transmita, quieren simular un acuerdo. Que podrá marcar objetivos, métodos, responsabilidades… pero que no va a ser legalmente vinculante. Lo grande de Kioto no era la reducción de emisiones de los países industrializados un 5%, sino que los países firmantes estaban legalmente obligados a cumplirlo. Tenemos muchos ejemplos de documentos con compromisos: ahora mismo se está celebrando la Cumbre del Hambre… y a pesar de los compromisos concretos, este año, por primera vez en la historia, los hambrientos en el planeta son más de 1.000 millones de personas. Sin obligación legal, los compromisos son meros discursos. Ese es el retroceso que nos quieren presentar en Copenhague.
La cuestión está en qué podemos hacer. Generalmente, decimos que poco. Si viviese en el Sahel, o fuese un súbdito chino, estaría de acuerdo. Sin embargo, quienes vivimos en democracias ricas (a pesar de la crisis) tenemos dos armas. El voto y la cartera. Votar a partidos que admitan lo de Copenhague es permitir que los políticos no cambien, y vuelva a pasar. No protestar o no participar en acciones sencillas pero efectivas, como las propuestas por Greenpeace (www.greenpeace.es) es dejar que la opinión pública siga en manos de los cínicos y los fanáticos. No actuar como un consumidor responsable es seguir financiando la campaña del enemigo. Seguramente es tarde para Copenhague, pero si no nos movemos, puede que no haya segunda oportunidad.
Ojalá en unos días tenga que tragarme estas palabras. Y dejo para otra ocasión un asunto preocupante: que la crítica a Obama se haya convertido en algo sospechoso.