Rafa Rodríguez
A) INTRODUCCIÓN
En la década de los setenta, EE.UU. impulsó la globalización a través de una nueva política monetaria, convirtiendo al dólar en la moneda reserva global sin referencia a ningún otro valor y, sobre esta atribución, instauró un nuevo sistema financiero que fortaleció su potencial económico, militar y tecnológico, en alianza con Wall Street y las multinacionales.
En los años ochenta la globalización se desplegó por todos los continentes, al mismo tiempo que las élites del mundo anglo-sajón desencadenaron una fuerte ofensiva conservadora-liberal, cuyos objetivos eran la hegemonía del neoliberalismo y la extensión globalización, con líderes en los gobierno que dominaron toda la década: en primer lugar, Reagan en EE.UU. (1981 – 1989) y Thatcher en el Reino Unido (1979 – 1990), pero también Deng Xiaping en China (1978-1989) el Papa Wojtyla en el Vaticano (1978 – 2005) o Felipe González en España (1982 – 1996).
Durante las dos primeras décadas de la globalización (1971 – 1988), esta se desarrolló y consolidó en un mundo bipolar, el de la guerra fría, hasta el hundimiento de la URSS, a pesar del intento reformista de Gorbachov (1988 – 1991). En las dos décadas siguiente (1989 – 2007) el mundo pasó de un sistema bipolar a uno unipolar, pero en este nuevo mundo unipolar fue la globalización quien colapsó a consecuencia de sus propias contradicciones internas.
Si la década de los setenta fue la del inicio de la globalización, la de los ochenta se caracterizó por el despliegue de la globalización y el protagonismo del neoliberalismo.
Gowan[1] señala la globalización y al neoliberalismo como dos nuevos medios con los que alterar, respectivamente, los entornos externos e internos de los Estados.
El sistema del engranaje entre la globalización y el neoliberalismo, con sus conexiones entre internacionalización de los mercados, desarrollo tecnológico civil y militar, deterioro ambiental, explotación del mundo del trabajo y nueva subjetividad colectiva, lograron aumentar las ganancias de las élites capitalistas, consolidar la dominación política y económica estadounidense y provocar la crisis estructural de la URSS.
Este sistema modificó la relación entre los Estados, entre sí, y con las élites económicas capitalistas. EE.UU. se erigió en la cúspide indiscutible donde se interrelacionaba la FED[2], que era el núcleo de su estructura política y económica, con el sistema financiero, en torno a Wall Street.
Al mismo tiempo, EE.UU. fue el centro del naciente orden internacional, liderando a los Estados del centro que, a su vez, subordinaban una amplia periferia, con diferentes niveles de dependencia, autonomía e integración, aislando al bloque de la URSS, que no podía competir con el dinamismo del nuevo sistema.
El neoliberalismo transformó los entornos internos de los Estados mediante:
- el desplazamiento de las relaciones sociales a favor de las grandes empresas, de las rentas altas y de los intereses de los acreedores y rentistas, con la bajada de impuestos a los sectores privilegiados, subordinando los sectores productivos a los financieros,
- el desmantelamiento del Estado de Bienestar con el recorte del gasto público, sobre todo el destinado a servicios sociales,
- la privatización de los bienes públicos y las empresas públicas,
- la desregulación de los mercados incluidos los financieros,
- la precarización de las relaciones laborales con una ofensiva contra los sindicatos, lo que permitió a los gobiernos neoliberales reducir los salarios, instaurar el despido libre y privar a las clases trabajadoras de poder, riqueza y seguridad[3].
La globalización transformó el entorno exterior de los Estados mediante:
- la liberalización del comercio internacional y la intensificación del flujo de importaciones y exportaciones,
- la apertura de las economías de los países de la periferia a la entrada de productos, empresas, flujos y agentes financieros procedentes de los países del centro,
- el acceso a la explotación de nuevos recursos naturales,
- la expansión económica del sistema con la incorporación de nuevos países, productores y consumidores,
- la integración de los mercados a escala planetaria.
La globalización y el neoliberalismo se retroalimentaron ya que el neoliberalismo reforzó el proceso de la globalización y a sus agentes, reduciendo el poder de las clases populares, mientras que la globalización potenció a quienes llevan a cabo las reformas neoliberales y castigó a los países que se oponían a ella, con los objetivos de:
- la progresiva reorganización de la economía, incrementando la producción, el consumo y el comercio global y reduciendo los costes,
- orientar la funcionalidad del Estado hacia la aminoración de los servicios público, la implementación de la iniciativa privada y un nuevo protagonismo para las élites financieras,
- aumentar las ganancias de las élites capitalistas.
B) EL ASALTO DEL NEOLIBERALMO
En la década de los ochenta, los gobiernos de Reagan y Thatcher protagonizaron una verdadera contrarrevolución defendiendo los principios neoliberales de la nueva derecha basados en el individualismo, la desconfianza hacia el Estado y, paralelamente, la confianza en el mercado como máximo regulador de las relaciones humanas.
La escuela de Chicago proporcionó la teoría para la práctica neoliberal, basada en las expectativas racionales. Sus representantes más reconocidos, Milton Friedman y George Stigler ganaron el premio Nobel de economía en 1976 y en 1982, respectivamente, adaptando el liberalismo a la globalización.
El neoliberalismo, que sustituyó al Keynesianismo como teoría macroeconómica dominante, penetró en los departamentos universitarios, impulsado por las escuelas de negocio, y se convirtió en la teoría estándar del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Se postulaba como el antídoto a la inflación, culpando de la misma al crecimiento desmesurado del Estado para gestionar el Estado del Bienestar, lo que en la práctica implicaba despojarlo de su función redistribuidora de la riqueza, a través de las políticas fiscales.
Los partidos conservadores asumieron el neoliberalismo, pero también la mayoría de los partidos socialdemócratas, por lo que sus recetas se impusieron frente a las tesis keynesianas a las que culpaban de la inflación, el desempleo, y el lento crecimiento económico.
En Reino Unido, las privatizaciones a finales de 1980, junto con el «Big Bang» que liberalizó la City, provocó más desempleo[4], incremento de precios, desconexión entre los salarios y la inflación, mayor peso de los impuestos indirectos y escasez de vivienda, con un deterioro de las condiciones de vida, sobre todo de los jóvenes.
El descontento social se plasmó en 1981 en las movilizaciones en ciudades que más estaban sufriendo el proceso de desindustrialización como Londres, Liverpool, Birmingham, Manchester, Leeds o Sheffield.
Thatcher, reelegida en 1983 con una amplia mayoría en parte por la victoria militar contra Argentina en la guerra de Las Malvinas (junio de 1982), consideraba que, si derrotaba a los sindicatos, a los que consideraba el “enemigo interior”, acabaría con el soporte organizativo más importante de la resistencia social a su política, por lo que se dirigió contra el sindicato más potente, el de los mineros y, especialmente, contra los sectores más combativos.
La provocación fue la comunicación del cierre de la mina de Cortonwood, en marzo de 1984. Los mineros de todo el país se pusieron en huelga y en el 73% de la totalidad de la NUM[5] se sumaron a la misma.
Thatcher declaró ilegal la huelga, excluyó a los hijos de los huelguistas del servicio de comida y de las ayudas para los uniformes en las escuelas. El hecho de no tener salario, la exclusión de los auxilios estatales, y la ausencia de solidaridad por sectores del movimiento sindical y del Partido Laborista, arrinconó a la mayoría de las familias en la pobreza. A pesar de ello, la huelga resistió por la oleada de apoyo y simpatía que despertó en el país y por el movimiento de solidaridad internacional, que permitió a las familias de los mineros tener cierto sustento financiero y sobrevivir durante esos duros meses.
El gobierno de Thatcher apostó por el desgaste de los huelguistas, que comenzaron a volver a sus puestos de trabajo acuciados por la pobreza y la falta de perspectiva, a causa de la inflexibilidad y la radicalidad de la primera ministra, hasta que el 3 de marzo de 1985 pusieron fin a la huelga.
La huelga de los mineros marcó un punto de inflexión, tanto en la historia del Reino Unido como del movimiento obrero en general. Tras la derrota de los mineros, Thatcher limitó el derecho de huelga e introdujo la desregulación en la jornada laboral, con el objetivo estratégico de acabar definidamente con el poder de los sindicatos.
A pesar de que la globalización iba generando más desigualdad y polarización social, la expansión de los mercados, su coordinación a escala global y la incorporación de nuevos países al sistema, aumentó la oferta de los productos de consumo con bajos precios y permitió el acceso masivo al crédito de las clases medias y populares, generando una base social de apoyo al nuevo orden, en torno a un consenso social que priorizaba acabar con la inflación aún a costa del deterioro del Estado del Bienestar, vinculándose de este modo al marco hegemónico neoliberal de las élites.
Sin una oposición significativa por la derrota de la izquierda, del mundo del trabajo y por el debilitamiento de las organizaciones sindicales y de la democracia en general, los gobiernos neoliberales tuvieron una amplia capacidad para reprimir y controlar a los excluidos del proceso de la globalización tanto internamente como en el plano internacional.
Thatcher fue la dirigente política que con más radicalidad planteó una estrategia de lucha ideológica para conseguir un cambio en las formas de vida. La negación de la existencia de la sociedad fue la piedra angular para que una ruptura antropológica en la subjetividad política para que interiorizara el marco neoliberal como producto del sentido común.
Este cambio antropológico se correspondía con el paradigma cultural de “la postmodernidad”, caracterizado por la generalización de los valores individualistas y consumistas; la destrucción de identidades colectivas y de las estructuras comunitarias; la mercantilización de la cultura, de la historia y de la creatividad intelectual; la homogenización cultural y la desarticulación entre territorio, medio ambiente, economía y cultura.
Este cambio cultural fabricó un imaginario colectivo en el que la felicidad se identificaba con “la satisfacción de ensueños” (Campbell)[6] y con “los escenarios en los que la publicidad y los medios sitúan los productos” (Baudrillard)[7], convirtiendo al consumo en un fin en sí mismo.
La nueva derecha tenía como seña de identidad la ruptura del pacto social implícito entre socialdemocracia y conservadores, que había regido durante el periodo de Bretton Wood, cuyas bases era la conexión de la democracia y el Estado del Bienestar, mediante la acción del Estado como redistribuidor de las rentas que, además, amortiguaba las crisis de demanda cíclicas del capitalismo.
Los gobiernos neoliberales, con sus políticas de desmantelamiento del Estado de Bienestar, ocasionaron una práctica muy restringida de la democracia, en la que no se contraponían proyectos distintos de sociedad, y donde el ciudadano pasaba a ser, sobre todo, un consumidor, erosionando la politización ciudadana y reduciendo la participación política a su mínima expresión.
Las élites económicas fueron las grandes beneficiarias de las políticas neoliberales, lo que hizo posible que en los años 80 se instalara una nueva plutocracia[8], alimentada por la redistribución masiva de rentas a favor de las clases dirigentes, sobre todo de los Estados del centro, agrupados en el G7[9], bajo el mando de EE.UU. de las multinacionales y del sector financiero internacionalizado.
C) CRISIS E INICIATIVAS POLÍTICAS PARA LA ESTABILIZACIÓN DEL NUEVO ORDEN
La globalización, desde sus inicios, y a pesar de las fases tan diferenciadas en su evolución, ha mostrado una inestabilidad estructural, dada la naturaleza permanentemente caótica del sistema de mercado desregulado internacionalmente, con graves recesiones en las economías más vulnerables y formas extremas de ciclos expansivos y depresivos en las economías más avanzadas[10].
En esta década se hicieron patente los límites de las políticas de desinversión selectiva, reducción de la masa salarial, inhibición de la inversión pública, privatizaciones y la deslocalización, relocalización de actividades y empresas hacía países con salarios más bajos y un aumento exponencial de corrientes migratorias.
El nuevo desarrollo de la economía mundial en general y la de EE.UU. en particular, se basaba en una demanda efectiva impulsada por el endeudamiento masivo y el consumismo, con lo que compensaba el reducido crecimiento de la actividad, el desempleo y la precarización laboral, y el empobrecimiento tanto en sectores populares del centro como en la mayoría de los países de la periferia.
En 1979 estalló la revolución islámica chiita en Irán, liderada por Jomeini que gobernó hasta 1989, uno de cuyos episodios más dramáticos fue la ocupación de la embajada de EE.UU. por los estudiantes islamistas, con decenas de rehenes, hasta que fueron liberados el 21 de enero de 1980, lo que acentuó el aislamiento del nuevo régimen, mientras Reagan asumía la presidencia.
En septiembre de 1980, Iraq revocó los acuerdos sobre la desembocadura del Shat-al-Arab, aprovechando la aparente debilidad y aislamiento de Irán, para hacerse dueño del golfo pérsico, que producía el 60% del petróleo mundial y generaba la mitad del dinero que circulaba por los mercados mundiales, pero la guerra se convirtió en una guerra de desgaste que se alargó hasta 1988.
Mientras tanto, en Irán, durante la guerra, hubo una enorme violencia interna hasta que en 1986 fue eliminada por completo la oposición organizada, cerrando Jomeini incluso las universidades.
En el contexto de la revolución iraní y de la guerra Irán – Iraq, la OPEP[11] elevó el precio del crudo, lo que impactó en las estructuras productivas de las economías más desarrolladas, que eran altamente dependientes del petróleo.
Este incremento provocó la realimentación de las tensiones inflacionarias, desequilibrios exteriores y transferencia masiva de renta desde las economías industriales a los países exportadores de crudo
La inflación en EE.UU. alcanzó un 13.3% en 1979. Durante los años 1980 – 1984, la tasa de desempleo de los países más industrializados se situó en el 7,2%, el crecimiento en el 2% y la tasa media de inflación en el 7,8%[12], provocando el fenómeno de la estanflación[13], que cuestionaba el modelo Keynesiano.
La FED, dirigida por Wolcker[14], elevó en junio de 1981 los tipos de interés hasta un máximo del 20% para combatir la inflación y mantener un dólar fuerte que atrajera grandes flujos financieros a los mercados de capital de EE.UU. para lo que necesitaba que los países del bloque capitalista desmantelaran sus controles de capital para favorecer la penetración tanto de los capitales de EE.UU. como de sus productos. El Plan, que provocó protestas generalizadas en EE.UU. sentó las bases para las crisis de deuda en los países periféricos y especialmente en América Latina.
La subida de los tipos de interés multiplicó la deuda contraída por los Estados que la habían contratado en dólares, con el consiguiente aumento exponencial de los intereses. Para pagarlos necesitaban divisas que solo podían conseguir aumentando sus exportaciones. La competencia entre exportadores provocó, a su vez, la caída de los precios de las materias primas en los mercados internacionales.
Los gobiernos de la periferia tuvieron que recurrir a nuevos préstamos que generaban más deuda hasta que algunos países entraron en quiebra. Las renegociaciones de las deudas se utilizaron como instrumento para lograr acuerdos comerciales beneficiosos para los Estados acreedores, por lo que la desigualdad entre el centro del sistema y la periferia se acrecentó.
En 1982 México ya no pudo hacer frente a los pagos de su deuda y se declaró en suspensión de pagos, lo que se convirtió en una crisis generalizada. En 1983 los países periféricos gastaban casi la mitad del valor de sus exportaciones para financiar la deuda.
La economía de los países del centro estaba ya tomando velocidad a mitad de la década de los ochenta, pero lo hacía de forma desequilibrada. EE.UU. sufría un gran déficit por cuenta corriente que no hacía más que aumentar, mientras el dólar se apreciaba casi un 100% sobre el marco alemán. Por el contrario, Japón y Alemania presentaban superávits importantes.
Estos desequilibrios creaban graves trastornos económicos y distorsiones en la economía de EE.UU. y ponía en riesgo su hegemonía. El 22 de septiembre de 1985, EE.UU. consiguió que Alemania, Japón, Reino Unido y Francia acordaran intervenir conjuntamente sobre sus monedas para frenar la apreciación del dólar y así apoyar a la industria de EE.UU. que no podía competir con Japón, la CEE y los países del sudoeste asiático.
Este acuerdo impulsó la economía norteamericana y las del sudoeste asiático, cuyas monedas estaban en gran parte ligadas al dólar, pero frenó la economía japonesa y europea.
El comienzo del traslado de fábricas a la periferia por la deslocalización de las industrias ponía en peligro el monopolio sobre la alta tecnología de los países del el G-7, por lo que estos presionaron para modificar los acuerdos internacionales del GATT[15] sobre los derechos de propiedad intelectual.
La Ronda Uruguay (1986-1993) de la OMC apuntaló el nuevo orden transnacional con el acuerdo sobre los derechos de propiedad que pasarían a estar protegidos mediante un régimen legal conocido como ADPIC[16], que impedía la ingeniería inversa en las transferencias de ciencia y tecnología, base de la estrategia de ISI[17]. Con el ADPIC los gobiernos y corporaciones de la periferia tendrían que pagar por el uso de las patentes a las compañías multinacionales, proporcionándoles un monopolio de rentas.
La globalización, a pesar de las iniciativas políticas para estabilizarla, continuaba mostrando sus desequilibrios sistémicos. El 19 de octubre de 1987, los mercados de valores de todo el mundo se desplomaron, empezando por la bolsa de Hong Kong, sin que el sistema financiero internacional estuviera preparado para aportar soluciones, en contraste con lo que sucedía en el sistema de Bretton Wood que estaba diseñado para evitar crisis financieras como la de 1929. El desorden monetario se manifestaba como un factor clave para la inestabilidad estructural del sistema de la globalización.
NOTAS
[1] Gowan, P. La apuesta por la globalización.
[2] La Reserva Federal Americanaes (FED) el banco central de EE.UU.
[3] Gowan, P. La apuesta por la globalización.
[4] En 1982, el desempleo había alcanzado la cifra histórica de tres millones.
[5] National Union of Mineworkers.
[6] Núñez, F. Imaginación y consumo. A propósito de C. Campbell.
[7] Caro, A. Jean Baudrillard y la publicidad.
[8] Albarracín, D y Gutiérrez, E. Financiarización, nuevos perímetros empresariales y retos sindicales.
[9] El Grupo de los Siete (G7), creado en 1973, es un foro político intergubernamental conformado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido.
[10] Gowan, P. La apuesta por la globalización
[11] OPEP: la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
[12] Ocampo, J. Manual de historia económica mundial.
[13] Estanflación (estancamiento + inflación). Situación económica de un país que se caracteriza por un estancamiento económico a la vez que persiste el alza de los precios y el aumento del desempleo.
[14] Paul Volcker fue presidente de la Reserva Federal de 1979 a 1987.
[15] El GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) se transformó el 1 de enero de 1995, en Organización Mundial del Comercio (OMC), que, entre otros cambios, incluía los servicios y la propiedad intelectual.
[16] Acuerdo sobre los derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio.
[17] ISI: estrategia económica basada en la industrialización sustitutiva de importaciones.
(*) La imagen reproduce una obra del pintor Douglas Coupland