Nació en Jaén, en un pueblo serrano de los años 50. Hacía diez años que había acabado la Guerra Civil y el fascismo gobernaba los cuatro puntos cardinales de una España infame, dolorida, hambrienta, sórdida, herida y enlutada. Debería haber sido la mujer casadera de un mozo rico de la Sierra de Segura, para así enorgullecer a su estirpe de clase media venida a menos; pero no quiso bailar la música que tocaban para ella y toda una generación de mujeres a las que el franquismo sólo les otorgaba categoría de adultas para ser monjas o esposas.
Pilar Aguilar Carrasco (Siles, Jaén) relata en ‘No quise bailar lo que tocaban’ la microhistoria de una mujer, su historia, que militó en la oposición al franquismo y rompió el ajuar patriarcal, inculto y fascista que la dictadura había diseñado para ella. Cuenta en una prosa luminosa, ágil y apasionada los vericuetos emocionales, políticos, familiares y sociales de los pocos y pocas valientes que se atrevieron a perderlo todo para ganar bocanadas de libertad y democracia. Romper con todo era romper con todo: con la herencia, con la familia, con el pueblo, con la tradición, con la Iglesia, con la ignorancia, con el patriarcado y con los miedos a soñar un país más justo y menos infame.
Como premio, cárcel, exilio, desarraigo, sospechas, detenciones, palizas, redadas, clandestinidad y una juventud entregada en cuerpo y alma a la lucha por una democracia que, a su llegada, encumbró a los verdugos a los altares y convirtió en apestados a los y las que perdieron los mejores años de su vida intentando construir un país sin fascismo, sin miedo, sin pisos francos, sin torturas, sin horror y sin tanta brutalidad ejercida en nombre de Dios y la Patria.
‘No quise bailar lo que tocaban’ no es un libro más de los muchos que se han escrito sobre la lucha antifranquista; no, es un relato novedoso que narra en primera persona y desde los ojos de una mujer que, incluso pensando que militaba en el marxismo-leninismo-maoísmo, en realidad lo que estaba era militando en el feminismo sin saber siquiera la existencia de “la ideología que más ha cambiado el mundo en los últimos cien años”, en palabras de la propia autora.
A Pilar, después de pisar la inmundicia de las cárceles franquistas y atravesar el exilio, la Transición le supo a poco; sintió que tantos años de lucha y entrega habían sido dados a una democracia light, en la que seguían mandando los mismos y en la que ministros fascistas, firmantes de ejecuciones de muerte, se sentaban en el Congreso de los Diputados como demócratas de toda la vida sin el más mínimo rubor. Con todo, la mujer que bailó con la libertad ve el presente y el futuro con “alegría histórica” de todo lo que consiguieron quienes conquistaron la democracia, sin más ayuda que la juventud y alguna ruidosa multicopista que sonaba a música para la libertad.