Matilde tenía sólo 40 años. Esa edad en la que los miedos van desapareciendo para que la mujer que todas llevamos dentro florezca, por fin. Esa edad en la que el yugo del amor romántico va diluyéndose en el tiempo.
Cuando eres joven crees que el amor todo lo puede. Crees que la vida es como una película con un final feliz. Te imaginas a ti misma como alguien que maneja las riendas de tu vida, sin darte cuenta de que, en un momento dado, te has convertido en ese caballo que tira de un carro. Con alguien que maneja las riendas y que te dirige a derecha o izquierda, a su antojo. Sin darte cuenta, dejas de lado el destino de tus sueños. Y, sin darte cuenta tampoco, el horizonte se diluye en una bruma, oscura como una tarde de otoño tormentosa y un cielo lleno de nubarrones.
Las mujeres que son afortunadas y lúcidas, consiguen no desprenderse del sueño. Las que no, amanecen día tras día, con legañas en los ojos, semicerrados, que les impide mirar a su lado y ver con quiénes se levantan: con sus asesinos. Y si logran verlo, una educación retrógrada, sexista, les ha terminado convenciendo de que esas actitudes son naturales. Hemos sido aculturadas para aceptar el horror cotidiano como algo irreversible, sin solución.
Durante la noche de fin de año, mientras la mayoría de los españoles disfrutábamos contando los minutos que nos separaban del año nuevo, Matilde se debatía entre la vida y la muerte. Su antigua pareja, un joven de 20 años decidió que, si no era suya, no merecía seguir viviendo. Se convirtió en un dios, y acuchilló a Matilde hasta casi acabar con su vida. Ese joven decidió que Matilde debía morir. A pesar de tener una orden de alejamiento que le impedía, formalmente, acercarse a Matilde, nada ni nadie le impidió, de facto, acercarse a ella, apuñalarla y, finalmente, matarla.
Que nadie piense que este joven, del que nada sabemos, estaba loco, o trastornado, o bebido, o herido por el abandono… Este joven, como otros muchos (no olvidemos las treinta y dos mil denuncias por violencias machistas, en sólo el primer trimestre del 2016) son verdugos de las mujeres de sus vidas y ella las víctimas del Patriarcado. Son hombres normales, como así suelen definirles los vecinos y amigos, cuando les preguntan los medios. Seres amables con el resto. Demonios con sus parejas y ex parejas. Y no debemos olvidar que es esa, su normalidad, la que les invisibiliza y diluye en la sociedad.
El mito del amor romántico nos ha enseñado a ser víctimas sin saberlo. Si a cualquiera de nosotras nos preguntaran por las distintas relaciones de una vida, si tuviéramos que realizar un cuestionario relativo a las violencias machistas, nos llevaríamos una desagradable sorpresa. En los niveles más bajos de la escala machista, todas las hemos padecido alguna o más veces. Es como una escalera de terror, donde conforme te vas acercando a la cima, tu sufrimiento aumenta exponencialmente. Y para las que llegan a la cima, el premio es la muerte.
Matilde denunció. Matilde utilizó los escasos medios que la administración pone a las víctimas de su sistema y de nada le sirvió, como al 40% de las mujeres asesinadas del pasado año. Algo falla en el sistema de protección de las verdaderas víctimas, cuando se protege mal. Cuando los verdugos andan sueltos por las calles sin que nadie les vigile. Por eso, es inaceptable que el Pacto de Estado frente a las Violencias Machistas sea liderado por los dos partidos que han venido permitiendo (e incluso sosteniendo) la falta de recursos materiales que impide el buen funcionamiento de las leyes ya existentes. Ni el PP ni el PSOE pueden hacer frente-con éxito- a la erradicación de esta lacra que lleva casi mil muertes en una década. Se necesita de toda la base social, organizaciones no gubernamentales, plataformas feministas, estudios de género, etc… Para conseguirlo. Sin nosotras, las feministas, no podrán conseguirlo.
Tenemos que tomárnoslo en serio, de una vez. Estamos siendo asesinadas y el culpable es este sistema patriarcal y machista, que nos expone como objetos. Mientras Matilde agonizaba, todas las cadenas exhibían los cuerpos de mujeres de culto semidesnudas. Enseñaban su carne y escondían sus talentos. Cosificaban sus cuerpos para deleite de muchos. Así, el valor de las mujeres volvía a materializarse según lo que exhibían. Y el trabajo en sus espaldas dejó de tener interés. Mientras Matilde agonizaba, las mesas de las cenas de la mayoría de los hogares españoles se fueron volviendo machistas. Algún chiste por aquí, algunas actitudes por allá. Hombres permanentemente sentados y mujeres cocinando, recogiendo, cuidando de los niños, fregando… Ellos, simplemente, estaban.
Matilde fue asesinada por su ex pareja. Pero, el asesino tuvo muchos cómplices. Todos aquellos que, aún viendo y oyendo, callaron. Aquellos que no hicieron nada por salvarle la vida. Silencios como cuando hace unas semanas un miembro de la Cámara de Comercio de Sevilla se ha atrevido a agredir a una diputada del Parlamento andaluz, mientras sus dos compañeros presentes callaron y les reían las gracias. Toda forma parte de la misma mentalidad patriarcal. Todos son cómplices que hoy quedaron sin castigo y han ayudado a asesinar a Matilde. Todas las mujeres políticas que, desde su escaño, callan ante las agresiones a otras mujeres, están incapacitadas para liderar un Pacto que nos ayude a revertir esta situación.
Matilde no tomó las uvas. Ya no las tomará más. No pudo brindar, ni soñar con que el nuevo año le traería la paz que tanto anhelaba. Aún quedan muchas Matildes indefensas. Insultadas. Asustadas. Amedrentadas. Violadas. Violentadas. No queremos que Matilde sea la primera de una lista del 2017, sino queremos que sea la última, la última de una lista ineficaz que pone, cada 1 de Enero, el contador a cero, para así adelgazar las cifras y aparentar que son menos. Matilde, por desgracia, es la víctima 1001. Una orden de alejamiento que no se acompañe de un guardaespaldas no sirve de nada. Así como una justicia lenta no es justicia.
Nale Ontiveros.
¿¿¿Un guardaespaldas??? Querrás decir vigilancia 24/7 para ellos. Sólo faltaba que la que tuvieran que ver su vida afectada, de nuevo, tras la denuncia/orden de alejamiento, fueran las víctimas. Acabáramos.