Un impulso a las comunidades de regantes para afrontar la crisis hídrica
Ricardo Suarez García
La escasez de agua es uno de los principales problemas tanto a nivel ecológico como económico en España, especialmente en Andalucía. Por su parte, el regadío es el principal consumidor de la misma, ¿cómo pretender poner soluciones en este ámbito sin tener en cuenta a los actores relevantes? Políticos, académicos y legisladores deben bajarse al barro y escuchar las demandas de los interesados en el recurso; y a su vez, los interesados en el recurso deben asumir que nos encontramos en un punto de la historia excepcional donde los parámetros de producción y consumo nos han llevado a un punto lejano de la sostenibilidad del sistema, situación que requiere de una profunda reflexión acerca de los cambios necesarios en el aprovechamiento del agua. Unos y otros deben trabajar juntos para unir tradición e innovación en aras de un futuro mejor para las comunidades locales, la sociedad y el territorio.
Elinor Ostrom demostró a través del estudio de casos concretos de gestión comunitaria de recursos que los grupos humanos poseen la capacidad de desarrollar instituciones autogestionadas para el manejo de sistemas de recursos naturales. Entre dichos casos se encontraba el de las comunidades de regantes españolas, que recogió en una obra llamada “El gobierno de los comunes” que le llevó a convertirse en la primera mujer en ganar el premio nobel de economía. Si estas comunidades han perdurado en el tiempo es porque han conseguido generar mecanismos de acuerdo para desarrollar sistemas de extracción adecuados y sistemas de reparto más o menos equitativo de los bienes disponibles. Pero las exigencias del mercado actual y el cambio climático están provocando que muchas cuencas se estén quedando vacías, y que en consecuencia corran peligro el futuro del recurso y de la actividad económica de los que lo aprovechan.
Por otra parte, y no con menos razón, autores como Samuel Garrido han contribuido al abandono de una visión idílica de las comunidades de regantes, cuyos mecanismos de funcionamiento y decisión en muchos casos no son todo lo democráticos que deberían ser, están supeditados a intensas relaciones desiguales de poder y/o carecen de una gran capacidad de adaptación a los nuevos problemas y situaciones.
Parece que actualmente nos encontramos en uno de esos momentos en los que la realidad ha superado dicha capacidad de adaptación y es por ello que ahora más que nunca es necesaria una verdadera apuesta por el apoyo a las comunidades a través del asesoramiento y la financiación por parte de las instituciones públicas en la introducción de los beneficios de la revolución tecnológica en el uso eficiente del agua. Este apoyo deberá también fomentar un diálogo entre las diferentes comunidades de regantes y entre éstas y las diferentes conferencias hidrográficas que genere un consenso para la gestión integrada de las cuencas. Una política estatal y/o autonómica inteligente debe servirse de este sistema descentralizado para la gestión sostenible del agua que y en lugar de imponer sus doctrinas, dotar de instrumentos a las comunidades locales para empoderarse, ser competentes y funcionar democráticamente; debe ser una política que emerja desde la base para construir acuerdos a niveles más altos.
No hay colectividades más interesadas en la pervivencia de un recurso natural que las que dependen del mismo, y, por lo tanto, debemos sobreentender que si dicho recurso es sobreexplotado o contaminado es porque algún factor interno o externo a la mismas les ha superado. Cabe suponer entender también, que un actor interesado en la pervivencia de algo que comparte con otros actores se verá forzado a llegar acuerdos con los mismos. Esto ha funcionado así durante siglos, el aprovechamiento del agua, ha sido regulado por las acequias desde los tiempos de Al-Ándalus y los acuerdos colectivos se han ido renovando en función de las necesidades de cada tiempo, no sin problemas, disputas y dificultades. ¿Puede esperar más la renovación de dichos acuerdos y la renovación de las infraestructuras y sistemas de aprovechamiento? Dos herramientas se tornan cada vez más necesarias, la política y la financiación, pues el bien común y el futuro ambiental lo reclaman.
El encuentro entre las históricas comunidades de regantes y los actores decisorios en la política marcará el futuro de los recursos hídricos de nuestro territorio, para bien o para mal. Es por ello que aquellas fuerzas sociales y políticas realmente involucradas en conseguir un cambio que apacigüe la dramática situación actual tienen que fomentar un entendimiento con éstas. Entendimiento que debe comenzar por escuchar los problemas de los actores involucrados en su aprovechamiento y que prosiga por tener en cuenta los saberes populares a la hora de plantear las soluciones. Las soluciones impuestas, por buenas que sean, siempre generan conflicto y por tanto fallan en su implementación. El poder político y la comunidad académica son actores fundamentales en el cambio, pero deben mirar a la cara a los paisanos y paisanas que poseen el saber acumulado a través del paso de las generaciones. No será más que a través del trabajo conjunto de estos actores para generar instrumentos para el uso racional del agua como se podrá afrontar de forma efectiva una estrategia para generar resiliencia y apaciguamiento ante los problemas de la sequía y la contaminación.