En primer lugar, quisiera hacer una propuesta de cambio del discurso. No me refiero en esta ocasión a terminar con el uso del lenguaje sexista, absolutamente extendido, anquilosado y necesario de revisión, sino a la necesidad de utilizar otro tono de cercanía entre los mundos femeninos y masculinos. Expresiones, tomadas de un excelente artículo de Elena Simón titulado “Feminismos de ayer y de hoy”, tales como “comunicación entre iguales”, “reconocimiento mutuo” o “pacto intergéneros” simbolizan ese impostergable acercamiento y evocan al acuerdo y al trabajo conjunto, más que a la simple solidaridad o empatía.
En segundo lugar, siguiendo el escrito mencionado, el reconocimiento al carácter de impertinente (por molesto al régimen patriarcal imperante), insurgente (por nacer desde el interior del propio sistema) y subversivo (por querer dar la vuelta al status de discriminación padecido) de los movimientos feministas. En estos tiempos de unipolaridad y “centrismo” en los planteamientos políticos, se hacen imprescindibles las palabras directas, expresiones determinantes, aunque pudieran ser tachadas de radicales y extreminstas. Mucho tenemos que aprender, desde otros movimientos emancipadores o libertarios, de esta impertinencia, insurgencia y subversión.
En tercero, hay algunas cuestiones que planteo a la reflexión e incluso a la reacción.
Los movimientos antipatriarcales, los feminismos, profeminismos (de hombres), la lucha por la igualdad de géneros, no pueden ser corrientes aisladas, particulares, inconexas. No pueden creer que levantan más ampollas que cualquier otra teoría emancipatoria. Este planteamiento tan extendido roza el victimismo. Es necesario mencionar que los procesos de liberación, los pensamientos críticos, los movimientos insurgentes siempre provocan enfrentamiento, lucha, resistencias, no sólo la lucha por la igualdad de género, sino cualquier otra de este calibre. Se echa de menos la alianza de los movimientos emancipatorios, sin perder su identidad ni dispersar esfuerzos, sin renunciar a su propia agenda ni anteponer luchas o estrategias con otros fines, pero, en ocasiones y globalmente, se hace necesario unir fuerzas en objetivos que nos liberen a toda la humanidad, sin caer en la discusión sobre qué lucha levanta más ampollas o cual un poco menos.
La segunda cuestión, y ahora entro en la relación entre el 8 y el 11 de marzo, es el tratamiento de la igualdad de género y de otras visiones culturales o, mejor dicho, el paradigma de partida ante las diferencias culturales. El pensamiento dominante plantea que la única diferencia entre culturas, respecto a la igualdad, viene dada por el grado de intensidad que tienen respecto a las reformas y cambios desde las tradiciones hacia los derechos, desde el autoritarismo hacia la democracia. Se describe así una única línea ascendente que va de las tradiciones a los derechos, identifica tradiciones con autoritarismo y derechos con democracia. Es un paradigma positivista, racionalista, eurocéntrico que parece negar el pluralismo cultural, esa heterogeneidad de cosmovisiones que tanto nos gusta enunciar en occidente, pero que en la práctica es tan difícil practicar. Sé que es tema espinoso, pero he tenido la ocasión de vivir en lugares donde la cultura autóctona tradicional ha generado mayor grado de igualdad de género y menor de discriminación sexual, que en nuestra “avanzada e igualitaria” democracia occidental. Tradición no es igual a autoritarismo per se, y mucho menos derecho es democracia. En ningún caso podemos ser tolerantes con prácticas discriminatorias, pero ni tradicionales ni modernas, ni europeas ni extraeuropeas. Tenemos que ser más exigentes y aplicarnos la autocrítica. No podemos permitirnos dar lecciones de igualdad de género, y menos desde esta España que hasta antesdeayer vivía en la más profunda de las oscuridades discriminatorias. Como ejemplo, fuera de nuestro país les llama mucho la atención la dureza de la violencia machista y el número de asesinadas por esta causa.
Se hace necesario un pacto intergéneros en un pacto multicultural. Luchar por la igualdad estableciendo alianzas entre movimientos de liberación, reconocidos como diferentes pero cercanos en el conseguir un mundo mejor. Cada cultura y subcultura, desde su interior, de manera endógena, debe establecer sus propias estrategias frente a las desigualdades y la discriminación sexual, con el concierto y el apoyo solicitado de otras, apertura a alternativas, deseos de aprendizaje y mentes deseosas de conocer las prácticas de quien está al lado.
Vicente Álvarez Orozco