Eduardo Robredo Zugasti.
“Algún día la ciencia natural se incorporará la ciencia del hombre, del mismo modo que la ciencia del hombre se incorporará la ciencia natural. Habrá una sola ciencia.” – Karl Marx
La crisis económica global ha devuelto a Marx al debate público (lo explica Eric Hobsbawm, 96 años y aún en plena forma, en su último libro: How to change the world. Tales of Marx and marxism), y esto también supone una ocasión para revisar su teoría de la religión.
De hecho, la intuición básica de Marx, asociando la religión con la naturaleza histórica de las relaciones sociales, ha mostrado ser asombrosamente acertada: la religiosidad (también el riesgo de obesidad, según dos economistas de Oxford) en realidad tiene mucho que ver con la desigualdad y la inseguridad económica típicas de las sociedades más capitalistas, y hoy es posible investigar esta asociación empleando herramientas analíticas del presente, desconocidas por Marx. La explicación de por qué existen más ateos en Suecia que en EE.UU. es, en definitiva, socioeconómica y sociopolítica, no genética o cognitiva, y cualquier teoría que se proponga «explicar» la religión como fenómeno histórico simplemente está condenada a fracasar si se niega a investigar las relaciones sociales y si se niega a integrar la ciencia natural en la ciencia humana.
Como es sabido, Marx explicó la religión en el contexto de las relaciones sociales enajenadas (el «grito de la criatura oprimida», el idioma del sufrimiento humano) dentro de un esquema histórico que tenía el ascenso del capitalismo industrial como el penúltimo escalón hacia el socialismo.
Dentro de este esquema, el ateísmo de Marx, vinculado con lo que llamó «humanismo práctico» (para distinguirlo del humanismo teórico de los ilustrados), estaba indisolublemente unido con el socialismo. Pero Marx no ofreció prácticamente detalle alguno acerca de cómo sería la sociedad socialista del futuro, así que la cuestión permanece en buena medida abierta. El «comunismo» de Marx era esencialmente «filosófico», liberado de los engorrosos detalles técnicos y prácticos en los que se ha visto envuelto desde entonces. Marx escribía esto en 1844:
El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañamiento del hombre, y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano: retorno pleno, consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente. Este comunismo es, como completo naturalismo=humanismo, como completo humanismo=naturalismo; es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género. Es el enigma resuelto de la historia y sabe que es la solución.
Los marxistas supervivientes siguen considerando «vulgares» las críticas de los «nuevos ateos» (véase por ejemplo Zizek), pero simultáneamente la divisa de este nuevo ateísmo, es decir, el imperativo de tratar las ideas basadas en la fe con los mismos criterios de racionalidad con los que trataríamos otras áreas del discurso humano, no es fácilmente criticable para cualquiera que milite en las fuerzas de la razón, y ni siquiera es incompatible con la intuición de Marx.