Antonio Reyes.
Pues sí, ahora resulta que todos lo sabíamos. Desde los mejores analistas hasta los cancilleres y presidentes del mundo coinciden en sus opiniones sobre los conflictos de los países del Magreb y del Mashrek, y todos son unánimes: los gobernantes de la mayoría de los países árabes eran cleptómanos que dirigían dictaduras opresivas para sus pueblos.
Sorprende la repentina unanimidad, máxime cuando solo hace unos meses, en unos instantes en que nadie podía prever esta cadena de revueltas populares, los intereses políticos y económicos de las potencias occidentales eran los que marcaban la normalidad en las relaciones con estos países: Obama viajaba a El Cairo y, en compañía de Mubarak, dictaba su famoso discurso sobre la relación con el Islam; Berlusconi presumía de su amistad con el hermano Gadafi; España vendía armamento a Libia a cambio del gas o del petróleo necesarios para nuestra energía; Estados Unidos subvencionaba al ejército egipcio a cambio del control de los radicales islamistas, o miles de turistas se tomaban unas plácidas y seguras vacaciones visitando las playas tunecinas o los restos arqueológicos de los faraones.
Hoy, estos aliados tradicionales que, a golpes de ayudas, han estado sustentando en el poder a semejantes dictadores, se apresuran a denunciar los desmanes cometidos contra los manifestantes, los años de represión a que han estado sometidos los ciudadanos árabes y, sobre todo, la necesidad de asumir cambios substanciales que garanticen la democracia. Y mientras esto ocurre, es posible que el ejército libio fiel a Gadafi machaque a tiros a los manifestantes con armas compradas a España, Bélgica o Rusia.
Las relaciones internacionales están presididas por la hipocresía: se anteponen los intereses comerciales, económicos y geoestratégicos a los derechos humanos y al derecho de los pueblos a conformar con libertad su futuro. ¿Es posible creer en los manifiestos de los gobiernos occidentales a favor de la democratización? ¿Qué ocurriría si en estos países, en Túnez, en Egipto o en Libia, en aras de la revolución necesaria, la económica, se alterara la política sobre el Canal de Suez o se cerraran los viaductos de gas hacia Europa, o se frenara la producción petrolífera? Sería entonces cuando nuestros gobiernos volverían a hacer lo que siempre han hecho: colocar en el poder a marionetas favorables a sus propios intereses, no a los intereses y necesidades de los pueblos.
Por ello, y lo digo con el máximo respeto a los cientos de muertos y a los millones de personas que han enarbolado la bandera de la ilusión en las revueltas, soy escéptico respecto al futuro. Derrocar a los dictadores es una prioridad, los cambios políticos son necesarios, pero lo verdaderamente importante es acometer, democráticamente, las reformas económicas que garanticen a los ciudadanos el final de la subsistencia y una vida con un mínimo de dignidad. Solo si esto ocurre, y se ponen en tela de juicio los intereses económicos occidentales que subyugan a estos países, habrán triunfado las revueltas.
No hace falta irse a los sátrapas del sur del Mediterráneo para que hagan la ola en los paraísos fiscales. Según un estudio publicado por Intermón Oxfam el 80% de las empresas del Ibex 35 estás presentes en paraísos fiscales.
http://www.endtaxhavensecrecy.org/es/2011/02/14/espanol-intermon-el-80-de-empresas-del-ibex-35-estan-presentes-en-paraisos-fiscales/