Tema: Desde hace varias semanas, las movilizaciones que miles de jóvenes protagonizan en Marruecos hacen que se pueda hablar de una nueva generación, la del “Movimiento del 20 de Febrero”.
Resumen: En posiciones desaventajadas, propias de una sociedad caracterizada por el peso del patriarcado y las desigualdades sociales y económicas, los jóvenes marroquíes son, al mismo tiempo, el producto del cambio social y uno de los principales actores de dicho cambio. En este análisis se presentan las representaciones y concepciones dominantes de estos jóvenes sobre las principales instituciones sociales, como son la familia y la religión, y sobre la política. Asimismo, se insiste en el factor educativo como motor del cambio social y, en particular, en la condición de las nuevas generaciones de mujeres. Por último, se resalta la participación de los jóvenes en el ámbito cultural como posible antesala de las movilizaciones actuales.
Análisis: Los jóvenes marroquíes de entre 18 y 29 años representan el mayor grupo de edad de la población marroquí (24%). Desde hace varias semanas, las movilizaciones que miles de ellos protagonizan hacen que se pueda hablar de una nueva generación, la del “Movimiento del 20 de Febrero”. Ésta se compone de los hermanos pequeños y los hijos de los adultos que tienen hoy entre 35 y 55 años y que en su momento fueron identificados con la generación del rey Mohamed VI. El contexto actual de efervescencia social y política se nos presenta como una oportunidad para reflexionar sobre las condiciones de los jóvenes en el país vecino.
La familia: transformación de la morfología y los valores
La juventud se define a menudo como una fase transitoria en la que la persona se va desligando del hogar en el que ha crecido y del que terminará yéndose para fundar su propia familia. Esta dimensión transitoria hace que las relaciones en el seno de la familia se conviertan en un indicador para apreciar la existencia o no de cambio social por parte de una determinada generación de jóvenes. A lo largo del último cuarto de siglo, la familia en Marruecos está experimentando un doble cambio: en su dimensión, con la reducción del número de hijos; y en su composición, con el paso del hogar pluri-generacional (37,3%) al hogar nuclear (60,3%). La familia que el adulto funda actualmente es la mitad de numerosa (dos a tres hijos) de lo que fue la suya (cuatro a seis hijos). Con esta reducción, la dimensión afectiva de los niños en la familia se incrementa y la convicción de la necesaria escolarización y formación de los hijos tiende a generalizarse en detrimento de su temprana contribución a la economía doméstica.
Además de los cambios en su morfología, su composición y en la percepción del papel de los hijos, la familia se enfrenta a otro fenómeno como es la presencia cada vez más duradera de jóvenes adultos en su seno. Tanto la prolongación de los estudios de los jóvenes como la situación del mercado de trabajo, caracterizada por el paro de este grupo generacional, y en particular de los diplomados,[1] hacen que en su mayor parte éstos dependan de sus familias y aplacen su salida del hogar familiar. En las encuestas consultadas, la familia aparece como una institución fundamental con la que los jóvenes pueden contar, pero su permanencia en el hogar familiar no está exenta de conflictos entre las distintas generaciones. Las discrepancias entre unos padres, que desean inculcar valores de obediencia, y sus hijos, que buscan una mayor autonomía, se perciben en la resistencia de los varones a la hora de seguir las directivas de una figura paterna percibida como autoritaria según una encuesta del diario L’Économiste.[2]
Ante esta situación de dependencia, lógicamente, los jóvenes se casan más tarde y el número de adultos jóvenes solteros crece (el 54,1% de los jóvenes entre los 25 y los 29 años). El retraso de la edad del matrimonio (27 años para las chicas y 31 para los chicos), motivado por la escolarización de las chicas y la prolongación de los estudios, es una de las principales causas del aumento del celibato. Entran en juego también los cambios en los valores de los jóvenes, que en su mayoría desean elegir su cónyuge sin interferencias paternales. De ahí que las relaciones amorosas constituyan otra de las fuentes de tensión entre generaciones y hermanos en el seno de la familia marroquí. Independientemente de que el matrimonio se considere una norma universal, la condición de soltero ya no es siempre transitoria, como lo evidencia el hecho de que en 2004 había tres veces más mujeres que llegaban a los 49 años solteras que en 1994. Esta condición de los jóvenes modifica las antiguas certidumbres. Aunque para los adalides de la moral conservadora e islámica, el matrimonio temprano constituye la solución a la problemática presencia de las jóvenes fuera de la esfera doméstica, como son las instancias educativas y los lugares de trabajo o de ocio, lo cierto es que entre muchas solteras se encuentran voces que esperan encontrar en el matrimonio una mayor autonomía o que al estar disfrutando de cierta autonomía por haberse marchado del hogar familiar por motivos educativos o profesionales están poco dispuestas a renunciar a la libertad que disfrutan.
El acceso a la educación y la presencia de las mujeres en el espacio público
En las dinámicas analizadas hasta ahora, el factor educativo y la movilidad geográfica que supone la escolarización, al conllevar la salida del hogar e incluso de la localidad de origen, se imponen de forma acusada en las transformaciones que afectan a la posición de los jóvenes, y, sobre todo, de las mujeres. A pesar de las altas tasas de analfabetismo que siguen existiendo en Marruecos y de las dificultades que encuentran las chicas en el medio rural para mantenerse en el sistema escolar tras el primer ciclo (6-11 años), los progresos en materia de educación realizados desde la independencia son reales.[3] Hoy en día, la generalización de la escolarización en primaria está cerca de cumplirse y la enseñanza superior pública ha conocido un desarrollo exponencial del número de estudiantes, pasando de tener alrededor de 7.000 estudiantes en 1963 para alcanzar la cifra de 290.000 en 2003. Así, es importante señalar que las jóvenes representaban el 46,5% de los estudiantes de la enseñanza superior pública en 2007 (HCP, 2008) o que el número de diplomadas se ha triplicado entre 1990 y 2004, pasando de 46.000 a 146.000.
Tras haber logrado su presencia en los ciclos educativos, las nuevas generaciones de mujeres luchan ahora por incorporarse al mercado de trabajo formal y al espacio público, en particular en el campo político. En esta lucha cotidiana están acompañadas por las organizaciones en pro de los derechos de las mujeres y el impulso del rey Mohamed VI que, desde su entronización en 1999, considera una prioridad la reducción de las desigualdades por razón de género y el incremento de la presencia de las mujeres en la vida pública. La reforma del Código de la Familia en 2004 representa un cambio normativo al introducir la elevación de la edad mínima de las mujeres para contraer matrimonio de 15 a 18 años, equiparándola con la del varón (art. 19), la autonomía por parte de las mujeres mayores de edad a la hora de contraer matrimonio y el principio de igualdad entre los cónyuges (art. 4 y art. 51).
Con los resultados de las últimas elecciones de junio de 2009 se ha empezado a poner fin a la situación de extrema marginalización de la representación política de las mujeres en el ámbito local. En los comicios comunales de 2003, sólo fueron elegidas 127 mujeres de un total de 23.286 ediles. En 2009, 3.406 mujeres entraron en los consejos comunales (12,3%) y de las 20.458 candidatas que se presentaron entonces, más de la mitad tenía menos de 35 años (52,5%). Por tanto, la feminización del panorama político ha contribuido a rejuvenecer la militancia política. Evidentemente, se puede discutir la validez de la política de cuotas y el interés de las mujeres por la política, en particular, en el mundo rural.[4] No obstante, este escenario ha creado un precedente que ha permitido y legitimado la presencia de una nueva generación de mujeres que, tras haberse incorporado a la educación formal y al mercado de trabajo, ve legitimada su reivindicación de una representación política en términos de igualdad.
El rechazo del campo político actual
La falta de integración política de los jóvenes ha sido planteada de forma recurrente por el Rey como un problema público. La mayor parte de los jóvenes declara no confiar en la política y, de hecho, el porcentaje que menciona en las encuestas haber participado en las últimas elecciones comunales de junio de 2009 (30%) se sitúa por debajo de la tasa global de participación (51%).
El compromiso partidista de los jóvenes es un fenómeno minoritario y, por lo tanto, atípico (lo que en sí mismo no es exclusivo de Marruecos). Entre la veintena de partidos políticos existentes, solamente el islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) y, en menor medida, la Unión Socialista de Fuerzas Populares y el Istiqlal, cuentan con juventudes lo suficientemente numerosas y vertebradas para poder pretender influir en la vida del partido. Estas secciones de juventud son a menudo una fuerza discrepante frente a la tibieza de las direcciones nacionales, a las que reprochan su acomodo poco glorioso con un régimen autoritario que quieren transformar o la falta de democracia que rige el funcionamiento interno de sus respectivos partidos.[5] En los partidos que cuestionan abiertamente la naturaleza del régimen, el factor miedo es otro obstáculo a la militancia ante la sombra de la represión.
En suma, el desinterés por la política marroquí y la abstención de muchos jóvenes son, a menudo, una muestra consciente de su inconformidad con la realidad política reinante en el país.
La religión: conformismo público y tolerancia privada
En contraposición con el desinterés expresado por la política, los jóvenes marroquíes entrevistados por los antropólogos El Ayadi, Rachik y Tozy valoran muy positivamente el islam.[6] Si bien son menos practicantes, menos ortodoxos y más tolerantes ante las desviaciones o el incumplimiento de algunas prescripciones que los grupos de mayor edad, cuando se compara con estudios anteriores, los jóvenes de hoy en día son más practicantes que los jóvenes de las generaciones precedentes.
Siguiendo con dicho estudio, los jóvenes encuestados parecen recelar de la transgresión explícita de los preceptos religiosos en público, pero se muestran más tolerantes con los comportamientos no-conformistas en el ámbito privado.[7] Ello evidencia una tendencia entre los jóvenes (45%) a concebir la relación hacia la religión como un asunto personal. En esta dirección se enmarcan las motivaciones que inducen a las jóvenes a llevar el velo. Para unas jóvenes, llevar velo supone la prolongación de un compromiso religioso, para otras, una militancia política, y, para un último grupo, el conformismo con el entorno familiar o social (amistades, vecindario, entorno profesional, etc.). Asimismo, la mayor parte de los analistas coincide en que la adopción del velo por parte de las mujeres de las nuevas generaciones parece mayor que unos decenios atrás, lo que estaría en sintonía con una mayor presencia de las mujeres en el ámbito público. En este sentido, el velo refleja el cambio social del que hablamos. Así lo confirma la funcionalidad del velo para que las jóvenes puedan existir de forma autónoma en el espacio público y contornar el acoso masculino o la dimensión sumamente estética del uso del hiyab en detrimento de los criterios de modestia que impone la moral islámica.[8]
La nueva ola cultural: ¿antesala de la contestación social y política?
En el ámbito cultural, la constitución de la juventud como categoría social se plasma en la efervescencia de Nayda,[9] un movimiento de cultura urbana que ha sido impulsado por la multiplicación de los festivales y el acceso a las nuevas tecnologías de información y comunicación. Este movimiento ha sido portador de dos importantes cambios simbólicos: la apropiación del espacio público, de las plazas y las calles por los jóvenes con ocasión de concentraciones multitudinarias, y la legitimación de la cultura urbana juvenil.
Esta cultura ha importado aspectos propios de los grandes flujos globales al tiempo que los fusiona con elementos locales, por lo que el resultado es fundamentalmente marroquí, pero abierto al mundo. El hip hop es el estilo que ha calado con mayor fuerza, quizá por la sencillez de las formas musicales o el lugar privilegiado que este estilo otorga a la palabra, en una sociedad en la que la tradición oral sigue muy vigente. Si bien no todos los textos son portadores de mensajes o de protestas que denuncian el paro o la corrupción, sí que cuentan las vivencias de la juventud con sus problemas y esperanzas.
Este auge musical es también el reflejo y el producto de la transformación de los medios de comunicación. Con la introducción de las antenas parabólicas, al inicio de los años noventa, irrumpieron los video-clips, mientras que más tarde, a partir de 2000, con el acceso a Internet, la “blogósfera”, “Youtube” y “Daily Motion” tomaron el relevo y transformaron el horizonte de difusión, producción o acceso a la música u otro tipo de creación artística.
En paralelo a la música, el cine aparece estos últimos años como el testimonio visual de las experiencias vitales de los jóvenes, en particular de las generaciones urbanas, con películas que han suscitado polémicas y sufrido la amenaza de la censura, tanto por parte de conservadores e islamistas como de ciertos funcionarios del gremio. No obstante, la calidad de las realizaciones y la conexión con la realidad de muchos jóvenes ha garantizado cierto éxito comercial y el reconocimiento internacional a películas como Marock (2005), Casanegra (2008) y Amours voilés (2009).
Las acusaciones de satanismo a bandas de heavy metal,[10] de “anti-marroquinidad” y libertinaje a los participantes en macro-conciertos, o de injurias a la religión y pornografía a algunas películas,[11] no han conseguido mermar el entusiasmo de los miles de jóvenes que se sienten identificados con este movimiento, ciertamente más hedonista que revolucionario, pero más contestatario que resignado.
“El Movimiento del 20 de Febrero”: impertinentes y ciudadanos
En la senda de las manifestaciones que se produjeron en Túnez y Egipto a principios de 2011, el “Movimiento del 20 de Febrero” ha revelado algunos aspectos de las transformaciones sociales en curso en Marruecos desde hace algunos años. Algunos jóvenes se han dirigido al Rey vía Facebook para hablar de reformas democráticas, de la destitución del gobierno y la disolución del parlamento, de la independencia de la justicia, de la oficialización de la lengua tamazigh, de la liberación de los prisioneros políticos y de la lucha contra las desigualdades sociales y la garantía de una vida digna para todos. En consecuencia, los promotores de estas reivindicaciones se muestran impertinentes para los guardianes de la etiqueta majzení, al tiempo que evidencian una sensibilidad próxima a la izquierda con la que tienen que acomodarse los islamistas de al-Adl Wal Ihsan (Justicia y Espiritualidad).
El movimiento no tiene un centro de gravedad, sino que está deslocalizado y diseminado por todo el país. Se vertebra de forma horizontal y reticular, a medida que progresa la experimentación del día a día. En su seno, el individuo se convierte en actor y mantiene su centralidad dentro de la acción colectiva mediante la interconexión, casi continua, con las diversas redes involucradas en la movilización. Heterogéneo en su composición, las coordinaciones locales funcionan de un modo asambleario y deliberativo, por lo que se observa cierta autonomización de los activistas hacia las direcciones políticas de las distintas organizaciones sociales y políticas que les acompañan.
Si bien parece prematuro efectuar un balance de las movilizaciones iniciadas hace varias semanas, cabe resaltar, no obstante, que éstas han proporcionado voz en el espacio público a un colectivo desoído, los jóvenes, y que han publicitado una agenda reformista en ruptura con la confidencialidad y la tibieza a las que nos tenían acostumbrados los memorándums que los partidos políticos entregaban a Palacio. Asimismo, han transgredido las distancias ideológicas con el establecimiento del diálogo entre sectores laicos, islamistas, izquierdistas y amazigh. Teniendo en cuenta el contexto internacional, el riesgo de una inminente crisis gubernamental y el reinicio de las negociaciones con las partes implicadas en el contencioso del Sáhara Occidental, las movilizaciones han empujado a la Monarquía a abrir un proceso de revisión constitucional que, independientemente de su alcance definitivo, modificará la configuración del régimen en la dirección de una mayor democratización.
Estos apuntes sobre el éxito del “Movimiento del 20 de Febrero” no impiden que haya que reconocer que no ha conseguido –aún– arrastrar a la mayor parte de la población joven, la cual sigue resignada, a la expectativa o se pronuncia en contra. Así, llama la atención la escasa presencia de la militancia sindical y de los jóvenes de las clases populares.[12] Parece ser que los años de represión han permitido interiorizar los recelos hacia la política y la acción colectiva en amplias capas de la población. Esto lo han comprendido los adversarios del movimiento que han agitado el espectro de la manipulación (las acusaciones de servir a los intereses de Argelia y del Frente Polisario), la violencia (los destrozos de bienes por algunos elementos incontrolados y la represión de manifestaciones) y el extremismo (la presencia del islamismo ilegal de al-Adl wal Ihsan).
Conclusiones: Los límites del “Movimiento del 20 de Febrero”, desde un punto de vista cuantitativo, no deben hacernos perder de vista ni sus logros ni el hecho de que sus reivindicaciones representan la vanguardia de la agenda reformista y la punta del iceberg de unos cambios sociales que atraviesan la sociedad marroquí desde hace algunos años. En efecto, ese movimiento es revelador de una verdadera ruptura generacional que cuestiona las jerarquías tradicionales inspiradas en el modelo patriarcal.
Dicha ruptura se plasma a distintos niveles. En primer lugar, en el proceso de individualización que, si bien se entiende como la afirmación del individuo, muestra la posibilidad de su reconexión con la acción colectiva para la promoción y defensa de bienes públicos. Eso se diferencia del individualismo volcado en exclusiva hacia la búsqueda de la felicidad privada. En segundo lugar, en el manejo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación por una generación que sabe aprovechar el poder de instrumentos disponibles en Internet, como Facebook, para crear redes sociales de autocomunicación en el ciberespacio, y sabe conectar estas redes con múltiples blogs y páginas web. En tercer lugar, la constitución de los jóvenes como grupo social y político autónomo con voz legítima ante unos mayores que han desistido, que poco les pueden enseñar y que poco tienen en su haber activista para glorificarse. En cuarto lugar, en el protagonismo y la visibilidad de las mujeres en las movilizaciones, aunque sean minoritarias, que se convierten así en un símbolo de la lucha inter e intrageneracional, por la redefinición de los papeles de varones y mujeres. En quinto y último lugar, el patriotismo como síntesis de una ciudadanía responsable, activa y altruista dentro del descubrimiento de renovadas afinidades panarabistas, conectada con los grandes flujos de la globalización, pero alérgica a cualquier rebufo neocolonial.
Cuando el ascensor social no funciona y se pone fin a la esperanza de un futuro mejor que el de los padres, cuando el destino social parece incierto, se impone la lucha por ser reconocido. Por ello, detrás de la reforma política global que moviliza a una parte de la juventud marroquí subyace una misma demanda: la recuperación de la dignidad inherente al estatus de ciudadano en un país de súbditos en el que las relaciones sociales siguen mediatizadas, con demasiada frecuencia, por la sumisión o por el conformismo de una parte de la relación a la otra. La recuperación de la autoestima va acompañada del derecho a participar, opinar y deliberar en pie de igualdad, ya que entre esta nueva generación de jóvenes nada se impone por sí mismo: ni la tradición, ni las normas del grupo de pertenencia. En la sociedad que desea esta nueva generación, todo puede someterse al debate, a la discusión y a la experimentación.
Thierry Desrues
Científico titular del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA), Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Córdoba |