Imagina que eres una casa en construcción. Imagina que el electricista ha distribuido tomas de corriente por las habitaciones. Imagina que no están conectadas entre sí. La casa está muerta. Eléctricamente muerta. Imagina que tu ciudad es una casa. Tu casa. Imagina que cada día se reducen unos metros los espacios públicos para el encuentro humano. Plazas. Calles. Aceras. Imagina que cortan las vías naturales para llegar a ellos. Tu ciudad está muerta. Humanamente muerta.
La sinapsis es el mecanismo electroquímico que permite la comunicación entre neuronas. Nuestras tomas de corriente. Nuestros espacios de encuentro. El significado anatómico funcional de la palabra va más allá del mero enlace. Deriva del griego sinapteína, es decir, unión con firmeza. Justo lo que reivindico para recuperar la sinapsis en nuestras ciudades cortocircuitadas. Si no hay sinapsis en nuestra casa, en nuestra ciudad, es imposible que exista entre nosotros. No hay grito más revolucionario que tomar la calle. Porque ya no es nuestra. Ni las aceras. Ni los pies. Para muchos, unos apéndices del torso que sólo sirven para pisar el embrague y el acelerador. Las ciudades se deforman para favorecer la sinapsis entre los vehículos que conducen. Y mueren lentamente. Sustituyendo el silencio de tus pasos por el ruido del motor. El aliento de tu boca por anhídrido carbónico. Al ser humano pronto le colgaran los pies como a marionetas de trapo.
Yo he jugado a la pelota en mitad de la calle sin temor a ser atropellado. Y los vecinos se sentaban en la puerta para hablar. Y quedábamos en las plazas. Andando. Es cierto que el número de coches rayaba lo ridículo. Hoy también. Pero por exceso. Yo he tenido que jugarme la vida para sortear en manada el caos circulatorio de El Cairo. Y he visto como en Bogotá las matrículas pares e impares se alternaban para okupar las calles. Y he cruzado las avenidas semivacías de Londres sin mirar los semáforos. Tres actitudes políticas dispares ante la misma dictadura del automóvil. ¿Y aquí? ¿En Córdoba? ¿En Andalucía? En nuestras ciudades nacidas por y para el encuentro, no deberíamos permitir este golpe de Estado. Y nunca es demasiado tarde para impedirlo. Gritar es digno, decía Joan Brossa. Y grito porque la desproporción es inhumana entre el suelo okupado por los coches y el destinado para caminar o ir en bicicleta. Inhumana por falta de humanidad. Y es inhumano que tengamos que encaramarnos a las ventanas para no ser atropellados en una medina-judería declarada paradójicamente patrimonio de la humanidad. Y es increíble que esto siga ocurriendo en Córdoba, después de treinta años de un gobierno presuntamente de izquierdas, que repite como una letanía este mensaje en sus arengas electorales. Porque rentan más las promesas que los hechos. Lo peor no es que la culpable de esta pasividad en Córdoba haya sido elegida para contagiarla por toda Andalucía. Ni que diga lo contrario de lo que no hace. Ni que se lo crea. Lo peor es que antes lo consentimos. Y ahora también. Si no hay sinapsis entre nosotros, estamos muertos. Políticamente muertos.
Artículo publicado en El Día de Córdoba
Amen. Lo peor de todo es cuando los Gobiernos municipales se suben al carro de las «ciudades sostenibles» y crean los carriles-bici quitándole acerado a los peatones y no reduciendo espacio de las calzadas de circulación de vehículos.
Evidentemente el modelo de ciudad humana está en clara crisis. Son malos tiempos para la lírica. El problema está en que desde la política no se hace pedagogía ni se quiere trabajar en favor de la movilidad y de la sostenibilidad de las ciudades abordando el problema clave y que en un momento dado puede ser impopular y restar votos: SOBRAN COCHES.