Floren Marcellesi.Ecopolítica.13/09/2011.El estudio ‘21 horas: Por qué una semana laboral más corta puede ayudarnos a prosperar en el siglo XXI’, que resume este artículo (1), argumenta que liberar tiempo del trabajo remunerado puede ayudar a vivir de forma mucho más sostenible y satisfactoria.
Los retos ecológicos y sociales del siglo XXI nos incitan más que nunca a promover soluciones innovadoras para iniciar la transición hacia un mundo sostenible y equitativo. En este marco, la crisis sistémica es una oportunidad sin precedentes para poner en cuestión algunas ideas del pensamiento actual hasta el momento intocables. La semana laboral de 35-40 horas es una de estas ideas: estructura las sociedades industrializadas en torno a un modelo que nos empuja a trabajar más, para ganar más y consumir más y convierte el tiempo, así como el trabajo, en una mercancía normal y corriente.
Muchos y muchas de nosotros/as consumimos más allá de nuestras posibilidades económicas y más allá de los límites de los recursos naturales, aunque de formas que no mejoran en absoluto nuestro bienestar y felicidad (en España, las tasas de paro y pobreza superan el 20%). Dicho de otro modo, una economía basada en el continuo crecimiento económico y el pleno empleo en los países de ingresos altos, a su vez basados en el trabajo productivo y remunerado a tiempo completo, hace imposible lograr los objetivos urgentes de reducción de emisiones de carbono o de lucha contra las desigualdades cada vez mayores (2).
Por tanto, apostar por la gran transformación significa romper el poder del viejo reloj del trabajo heredado del capitalismo industrial para liberar tiempo para vivir vidas sostenibles, sin añadir nuevas presiones. Siguiendo los pasos del “informe 21 horas” de la New Economics Foundation, consideramos que una semana laboral mucho más corta es uno de los pilares de esta gran transformación socio-ecológica. Aunque la gente podría elegir entre trabajar más horas o menos horas, proponemos que la norma —que el gobierno, el empresariado, los sindicatos, las personas trabajadoras, y la ciudadanía en general esperan— sea una semana laboral de 21 horas (3) o su equivalente distribuido a lo largo del año. De hecho, los experimentos llevados a cabo con un número menor de horas de trabajo, en Francia o Estados Unidos, parecen indicar que, con unas condiciones estables y un salario favorable, esta nueva norma de 21 horas no sólo tiene éxito entre la gente, sino que además puede resultar coherente con la dinámica de una economía baja en carbono.
Asimismo, las razones por las que se proponen las 21 horas semanales se pueden clasificar en tres categorías, que reflejan tres «esferas» interdependientes, o fuentes de riqueza, que derivan 1. de los recursos naturales del planeta, 2. de los recursos, bienes y relaciones humanas 3. de una economía próspera. Estas argumentaciones se basan en la premisa de que debemos reconocer y valorar esas tres esferas y asegurarnos de que funcionan a la vez por el bien de una justicia social y ambiental.
1. Proteger los recursos naturales del planeta.
Avanzar hacia una semana laboral mucho más corta ayudaría a romper el hábito de vivir para trabajar, trabajar para ganar, y ganar para consumir. La gente podría llegar a estar menos atada al consumo intensivo en carbono y más apegada a las relaciones, al ocio (no productivista), y en general a lugares y actividades que absorban menos dinero y más tiempo. Ayudaría a que la sociedad se las arreglara sin un crecimiento tan intensivo en carbono y recursos naturales, y a dejar tiempo para que la gente viva de forma más sostenible. Como lo indica el propio Informe 21 horas (p. 22): “Muchas de nuestras elecciones como consumidores son en nombre de la conveniencia. Compramos comida procesada, platos precocinados, verduras preparadas y empaquetadas, vehículos de motor, billetes de avión, y una serie de aparatos eléctricos porque en principio parece que nos ahorran tiempo. La mayoría de estas compras implican un elevado gasto de energía, carbono, y materiales de desecho. Si pasáramos mucho menos tiempo ganando dinero, tendríamos más tiempo para vivir de forma diferente, y menor necesidad de comprar por la pura conveniencia.”
2. Justicia social y bienestar para todo el mundo.
Una semana laboral «normal» de 21 horas podría ayudar a distribuir el trabajo remunerado de forma más homogénea entre la población, reduciendo el malestar asociado al desempleo, a las largas horas de trabajo y al escaso control sobre el tiempo. Haría posible que tanto el trabajo remunerado como el no remunerado fuera distribuido de forma más igualitaria entre hombres y mujeres; que los padres y madres pudieran pasar más tiempo con sus hijos e hijas y que ese tiempo lo pasaran de forma diferente; que la gente pudiera tener una mejor transición de la actividad remunerada a la jubilación y, en definitiva, tener más tiempo para ocuparse de los demás, de participar en actividades locales, y de hacer otras cosas que sean de la elección de cada uno. De forma crucial, permitiría que la economía «esencial» prosperara gracias a un mayor y mejor uso de los recursos humanos no mercantilizados a la hora de definir y cubrir las necesidades individuales y compartidas.
3. Una economía fuerte y próspera.
Un número menor de horas de trabajo podría ayudar a que la economía se adaptara a las necesidades de la sociedad y el medio ambiente, en vez de que la sociedad y el medio ambiente se vean subyugados a las necesidades de la economía. El mundo empresarial se beneficiaría de que cada vez más mujeres pudieran entrar, a 21 horas semanales, en el mundo laboral; de que los hombres tuvieran una vida más completa y equilibrada; y de que hubiera un menor estrés en el lugar de trabajo asociado con los juegos malabares que supone compaginar el trabajo remunerado y las responsabilidades del hogar. También podría ayudar a poner fin a un modelo de crecimiento económico basado en el crédito, a desarrollar una economía más elástica y adaptable, así como a salvaguardar los recursos públicos de inversión en una estrategia industrial baja en carbono, así como aquellas otras medidas que ayuden a una economía sostenible.
Ahora bien, cambiar de “norma”, es decir ir a contra corriente, no es tarea sencilla. Además de las muy posibles resistencias de las empresas, de las personas trabajadoras y sindicatos o del mundo político, no podemos obviar el riesgo de que la pobreza aumente al reducir el poder adquisitivo de aquellas personas con salarios bajos o de que haya unos pocos puestos de trabajo nuevos ya que la gente que tiene trabajo acepta hacer horas extras. Por otro lado, la propuesta de reducción de la jornada laboral entra dentro de una transición amplia y gradual que afecta a muchos ámbitos a la vez (educación para la sostenibilidad, cambio de modelo productivo, redistribución de las riquezas, reformas democráticas y políticas, etc.).
Por tanto, vemos necesario:
Cambiar las expectativas: en la historia hay muchos ejemplos de normas sociales aparentemente rígidas que cambian muy rápido (el voto de la mujer por ejemplo). Existen algunos signos de condiciones favorables que están empezando a emerger para cambiar las expectativas de lo que sería una semana laboral «normal». Entre los cambios que podrían ayudar se incluyen el desarrollo de una cultura más igualitaria, una mayor concienciación del valor del trabajo no remunerado, un fuerte apoyo gubernamental para actividades no mercantilizadas, y un debate nacional sobre la forma en la que utilizamos, valoramos y distribuimos el trabajo y el tiempo. Por ejemplo, es más que necesario un debate amplio, a nivel estatal y local, sobre lo que definimos como “riqueza”[4] al igual que se empezó, aunque de forma limitada, en Francia (véase los trabajos de la comisión Stiglitz), Reino Unido o en la OCDE (con su indicador del “mejor vivir”).
Lograr un menor número de horas de trabajo: incluyen una reducción gradual de las horas a lo largo de una serie de años en consonancia con los incrementos salariales anuales; un cambio en la forma en que se gestiona el trabajo para desincentivar las horas extras; una formación activa para combatir la falta de aptitudes y para conseguir que las personas que llevan mucho tiempo sin trabajo vuelvan a formar parte del mercado laboral; una gestión de las gastos del empresariado que sirva para recompensar más que para penalizar la contratación de más personal; garantizar una distribución de los bienes más estable e igualitaria; la introducción de regulaciones para normalizar las horas que promuevan acuerdos flexibles a los trabajadores, como por ejemplo el trabajo compartido, ampliaciones de excedencias por cuidados y años sabáticos; así como una mayor y mejor protección para los autónomos contra los efectos de los salarios bajos, muchas horas de trabajo, e inseguridad en el trabajo.
Garantizar un salario justo: entre las opciones para resolver el impacto que una semana laboral más corta pueda tener sobre los salarios se incluyen la distribución de los ingresos y de la riqueza por medio de mayores impuestos progresivos; un salario mínimo más elevado; una reestructuración radical de las prestaciones sociales; un comercio de emisiones de carbono diseñado para la redistribución de la renta a los hogares necesitados; más y mejores servicios públicos; e incentivar la actividad y el consumo no mercantilizados.
Mejorar las relaciones de género y la calidad de la vida familiar: es necesario garantizar que las 21 horas tengan un impacto positivo en vez de negativo sobre las relaciones de género y la vida familiar a través de unas condiciones de empleo flexibles que animen a una distribución más igualitaria del trabajo no remunerado entre hombres y mujeres; un sistema universal y de alta calidad de atención y cuidado infantil que encaje con el horario del trabajo remunerado; un aumento del trabajo compartido y más límites a las horas extras; jubilación flexible; medidas más firmes que impongan la igualdad salarial y de oportunidades; más empleos para hombres relacionados con el cuidado y la enseñanza en escuela primaria; más cuidado infantil, programas de ocio y tiempo libre, así como de cuidado de adultos utilizando modelos producidos de forma conjunta de diseño y prestación; así como el aumento de oportunidades para la acción local de forma que se puedan construir barrios en los que todo el mundo se sienta seguro y pueda disfrutar.
A modo de conclusión, pensamos que plantear una semana laboral de 21 horas no es solo un ejercicio provocativo y prospectivo para alimentar el debate y luchar contra la inercia, es también un ejercicio realista para reconciliar la protección del Planeta, la justicia social y la economía.
(1) Este artículo se basa en: Anna Coote, Jane Franklin and Andrew Simms (2010): “21 horas: Por qué una semana laboral más corta puede ayudarnos a prosperar en el siglo XXI”, New Economics Foundation. Disponible en su versión original en inglés en: http://www.neweconomics.org. Traducido al castellano por Ecopolítica y disponible en http://www.ecopolitica.org/
(2) Hoy en día en las economías más industrializadas, conseguir el empleo total trabajando 35-40h/semanas supondría crecer a un 6-7% al año durante 3-5 años. Sin embargo, ni es posible ni deseable porque la competencia de los países emergentes (China, India, Brasil, etc) lo impide y, sobre todo, porque crecer a este nivel tendría un impacto brutal sobre el planeta, más aún del que ya ocasionamos y supera la capacidad del carga del planeta (en un 50% a nivel mundial según WWF, Informe Planeta Vivo, 2010).
(3) 21 horas es una cifra que se aproxima a la media de lo que la gente en edad de trabajar en Gran Bretaña —donde se realizó el informe inicial— pasa en el trabajo remunerado, y es un poco más de lo que de media se pasa en el trabajo no remunerado. En España según el Instituto de la Mujer, de media la gente pasa 24,5 horas a la semana al trabajo remunerado y 29,4 horas al trabajo doméstico.
(4) Por ejemplo, si el tiempo medio dedicado al trabajo doméstico no remunerado y al cuidado de la infancia en Gran Bretaña en 2005 fuera valorado en términos de salario mínimo, valdría el equivalente al 21 % del producto interior bruto del Reino Unido.