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Ciudadanos de la Polis

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Esteban de Manuel

Hace veinticinco años que me considero ciudadano activo de la polis. Fue entonces cuando dí el paso de la palabra a la acción. Una acción en los movimientos sociales, desde la base, denunciando el muro, la brecha en las relaciones Norte-Sur, provocado por un orden internacional injusto, apuntalado por instituciones como el FMI, el BM y la Organización Mundial del Comercio. Un (des)orden que causaba el hambre de millones de personas, que condenaba a la esclavitud infantil en las fábricas de nuestra periferia, que provocaba una desigualdad insoportable, carencias sin límites frente a despilfarros sin límites. Hacer campaña en la segunda mitad de los ochenta para denunciar que esta era la brecha principal de este mundo, no era fácil. Empezábamos a desarrollarnos, a ser el pais del enrequecimiento rápido y fácil (Solchaga dijo). Entrábamos en Europa, teníamos un gobierno de progreso que acometía un proyecto modernizador y estas verdades resultaban incómodas y nadie, salvando una inmensa minoría, quería oir hablar de nuestra corresponsabilidad en esta situación, de la agobiante e injusta deuda externa que soportaban los pueblos del Sur, de las reglas asimétricas que les imponían los gobiernos del Norte.

En los años 90 dí el paso de las campañas de denuncia a la puesta en marcha de una ONG universitaria, Arquitectura y Compromiso Social (1993-), que permitiera pasar a la acción social transformadora, implicando a los jóvenes arquitectos en formación en el compromiso por el derecho a la vivienda y la ciudad. Desde esta asociación impulsamos una reflexión sobre la ciudad que tenemos y la ciudad que queremos que dió lugar a una red de asociaciones que creó espacios de participación ciudadana. Nuestro lema era hacer ciudadanos haciendo ciudad. Y trabajamos codo con codo con los barrios que siempre habían sido ignorados o directamente damnificados por el planeamiento. En los últimos años hemos tenido la oportunidad de trabajar con los vecinos de Jnane Aztout para hacer desaparecer sus chabolas y convertirlas en casas, para hacer desaparecer también, en palabras de ellos, las chabolas de la mente.

Durante estos años he procurado formarme para entender nuestro mundo, para adquirir una visión compleja, global, interrelacionada. Y siempre he pensado que ni los medios de comunicación ni la agenda política se han centrado en los problemas verdaderamente importantes, en los retos en los que nos jugamos el futuro. El corto plazo domina e impide tomar decisiones que nos permitan cambiar el rumbo. Hace cuarenta años que sabemos que vivimos en un mundo finito, que pone límites al crecimiento. Pero el discurso político sólo sigue pensando en la necesidad de crecer. Producimos y consumimos sin límites productos cada vez más efímeros, planificados para no durar, para que renovemos continuamente nuestras máquinas y nuestros enseres. Y a nuestro lado crecen y crecen quiénes carecen de lo mínimo necesario para vivir. Siguen muriendo entre cuarenta y cincuenta millones de personas al año por causa directa o indirecta del hambre. Vivimos en un mundo de una desigualdad insoportable. Las diferencias entre los más ricos y los más pobres no dejan de crecer y a la fuente del enriquecimiento ya no está ligada siquiera a la explotación del trabajo sino a la especulación con el precio de las cosas.

La crisis económica actual nos pone delante de los ojos la evidencia de que hemos vivido sobre bases falsas tanto de conocimiento como de generación y distribución de los bienes que producimos. El pensamiento único proclama que el mercado es capaz de autorregularse y por tanto la economía, los agentes económicos, deben prevalecer sobre la política, sobre la democracia. Pero este principio ha fracasado estrepitosamente. En España el mercado ha producido millones de viviendas que no se necesitaban en lugares dónde no se necesitaban. Y al mismo tiempo, quiénes necesitan una vivienda no pueden adquirirla en el mercado porque la especulación ha hecho inaccesible este bien. El pensamiento único nos dijo que era preciso privatizar las pensiones, los bancos y las empresas públicas. Pero ahora nos encontramos que la privatizada Telefónica despide miles de trabajadores al tiempo que obtiene beneficios millonarios, que los bancos no prestan el dinero que necesitan las empresas y las familias porque encuentran más lucrativo el negocio de la deuda pública y que los gestores de planes de pensiones invierten los ahorros de los pensionistas en operaciones especulativas y han tenido que ser rescatados por los Estados. Y los responsables de la situación de quiebra son quiénes ahora imponen a los gobiernos las condiciones que deben cumplir para superar la crisis. Soluciones que no son nuevas y que ya demostraron su fracaso en los países del Sur fuertemente endeudados. Y cuyas consecuencias nosotros ya percibimos también con dramática claridad. Nos imponen medidas que nos llevan a una recesión provocada por la orden de parálisis de la acción pública como motor de reactivación económica. Y la suspensión de los programas públicos de vivienda, de turismo, de comercio, de salud,… arrastra la quiebra de las empresas y los profesionales consultores que los llevaban acabo multiplicando el paro.

Ante esta situación asistimos con espanto al espectáculo de unos gobiernos a la deriva que no saben como calmar la tempestad de los mercados, qué sacrificios sociales ofrecer para resultarles propicios. Vivimos bajo la extorsión de los mercados financieros asumida resignadamente por nuestros representantes.

Ante esta situación los ciudadanos en todo el mundo estamos reaccionando. Somos inmensa mayoría pero nos faltan cauces organizativos para hacer política con mayúsculas. Sólo mediante una profundización democrática que posibilite mecanismos de permanente participación de los ciudadanos en los temas que nos incumben podremos cambiar el rumbo. No sólo tenemos que reactivar la economía, tenemos que reorientarla. Tenemos que cambiar los modos de producción y nuestros patrones de consumo para adaptarnos a un mundo finito. Tenemos que repartir mejor lo que producimos y el tiempo de trabajo. Reorientar los valores de modo que la cooperación predomine sobre la lucha competitiva de todos contra todos.

Tenemos que construir otro discurso y llevarlo a las instituciones. Desde las instituciones tenemos que favorecer y cuidar las iniciativas creativas y emprendedoras que ya están anticipando una sociedad más adaptada a los ritmos y necesidades humanas, más en paz consigo misma y con la naturaleza.

Después de veinticinco años luchando por esto desde los movimientos sociales y desde mi puesto de trabajo en la enseñanza universitaria, he tomado la decisión de hacerlo ahora desde la política, apoyando el proyecto Equo. Me he sumado al equocomunidad de Sevilla y presenté mi candidatura a las primarias. Agradezco enormemente la confianza que han despositado en Itziar Aguirre y en mi mis compañeros para encabezar la lista al congreso por Sevilla. Y animo a todos a que apoyéis este u otro proyecto que contribuya a crear alternativas esperanzadoras. Las próximas décadas van a ser decisivas, difíciles pero muy estimulantes. Vamos a ser coprotagonistas activos de una metamorofosis de la civilización que nos lleve por sendas más sabias. Los ciudadanos vamos a reconstruir la polis, ya lo estamos haciendo.

Feunte: http://estebandemanueljerez.wordpress.com/2011/09/27/ciudadanos-de-la-polis/

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