Lo del Gran Wyoming abre unas expectativas realmente novedosas en el campo de la comunicación. Estoy esperando, con verdadera ansiedad, el gran día en que Jiménez Losantos nos desvele que todos sus comentarios han sido una broma deliberada. Que cuando se mofó de las muertes de los inmigrantes en las vallas de Melilla, sólo estaba poniendo a prueba nuestros sentimientos humanitarios, que su frase “apuñalar al contrario hasta que se desangre” era una crítica a los comportamientos violentos, que cuando dijo que “hace cuarenta años había más libertad que ahora”, era una retorcida metáfora contra el franquismo, que aquello de que “tenemos un gobierno de ETA” era sólo una trampa para que picaran los incautos los medios de comunicación afines al poder. Entonces sacaría un cartel con el lema “No soy tan malo” y, en vez de una becaria, aparecerían en escena los integrantes de la Conferencia Episcopal, muertos de risa. Su Presidente, Rouco Varela, tomaría el micrófono y explicaría: “¿Cómo habéis podido pensar que una religión que es todo amor y comprensión pudiera sostener comportamientos belicistas, racistas e inhumanos? Más tarde expondrían con todo detalle el plan que se habían trazado. “Se trataba –dirían– de hacer picar a los laicistas, a los descreídos, a los que nos critican sin razón y mostrarles a través de este juego inocente la inconsistencia de sus creencias”.
OS LA HEMOS COLADO
Publicado en el Correo de Andalucia, por Concha Caballero
Andan discutiendo las asociaciones de la prensa si es ético o no el montaje que el El Gran Wyoming realizó para la cadena ultraconservadora Intereconomía. Dicen –y yo coincido con ellos– que no todo vale con tal de ganar audiencia o de conseguir el desprestigio de tus rivales. Apelan a límites éticos de la profesión así como al respeto al espectador y yo sueño con que estos principios afecten a todos los medios de comunicación sin excepciones. Lo del Gran Wyoming, en ese caso, me llena de esperanza. Quizá sea el principio de una nueva era y empiecen a desvelarse las innumerables bromas que sufrimos los lectores, oyentes y espectadores. Ante nosotros aparecerían columnistas, directores de medios, insignes presentadores dándonos a conocer sus bromas informativas. El catálogo sería tan amplio que, al principio, podría resultarnos abrumador. Conociéramos cómo se fabricaron las noticias sobre la existencia de armas de destrucción masiva de Irak que vimos localizadas certeramente en un mapa; nos explicarían el montaje –con efectos especiales– de los bombardeos intensivos sin víctimas; nos contarían lo que se rieron maquillando la realidad que afecta a los más desfavorecidos. Nos mostrarían a los equipos informativos conteniendo la risa mientras reseñaban el fracaso de las protestas sociales y, a continuación, Urdaci saldría a escena para contarnos su última broma –la de anunciar que trabajaba como de Jefe de Comunicación para Paco el Pocero–, y nos desvelaría que se trataba de un montaje tan exagerado que pensó que no colaría. Más difíciles de explicar serían, sin embargo, los silencios informativos sobre continentes enteros como África, motivados seguramente por la buena intención de no hacernos sufrir.