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Las corridas de toros me repelen

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Pol  Antas.Nada es Gratis.Hace unos días el New York Times se hacía eco de la celebración de la última corrida de toros en la Plaza Monumental de Barcelona. A mí personalmente las corridas de toros me repelen y por ello no pude dejar de celebrar la ocasión. Sin embargo, hay muchas cosas en el mundo que detesto, como por ejemplo las coles de Bruselas o a Cristiano Ronaldo, pero no por ello me parecería lógico que se prohibiesen. Al fin y al cabo, uno podría argumentar que cada uno es libre de consumir los bienes, servicios y espectáculos que se le antojen y que sería insensato que se intentasen forzar los gustos de algunos sobre los demás. Y seguramente, si alguien propusiese prohibir el consumo de coles de Bruselas o sancionar a Cristiano Ronaldo de por vida, yo sería el primero en protestar. No obstante, mi reacción a la prohibición de los toros en Cataluña me generó una sensación muy diferente. ¿Por qué me parece justificada una prohibición y no las otras?

Las razones que motivaron al Parlament catalán a aceptar la Iniciativa Legislativa Popular que pedía prohibir las corridas de toros en la comunidad han sido largamente debatidas. Se ha enfatizado al cariz político de la decisión y se ha vendido como una especie de vendetta por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Catalunya. El mismo artículo del New York Times señala que “the decision by Catalan lawmakers to ban bullfighting was also part of a nationalist push there to separate the region from Spain”. Cualquier persona que se haya acercado por Cataluña últimamente habrá constatado la intensificación del sentimiento nacionalista catalán, pero sería absurdo defender que la prohibición de los toros puede explicarse sólo por este factor. Al fin y al cabo, Canarias prohibió las corridas de toros hace 20 años y nadie lo relacionó con un movimiento nacionalista. Y el movimiento antitaurino en Cataluña no es ni mucho menos un fenómeno reciente.

Algunos segmentos de la sociedad catalana defendieron la decisión argumentando que las corridas de toros afectaban negativamente al turismo en Cataluña. Por internet circulaban varios videos mostrando turistas emocionalmente destrozados después de asistir a una corrida en Barcelona. Este argumento me parece ridículo. Si ese era el problema, lo único que habría que hacer es informar debidamente a los turistas de lo que van a ver. De la misma manera que un fumador tiene que aguantar leer frases como “Fumar mata” o “El tabaco provoca cáncer” a la hora de satisfacer su adicción, se podría haber forzado a las plazas de toros a colgar posters gigantes que anunciasen, por ejemplo, que “Se recomienda no cogerle mucho cariño al toro, porque al final del espectáculo va a ser ejecutado en su presencia”.

Cuando se discute la regulación o prohibición de ciertas actividades, lo primero que se le viene a la cabeza a un economista es la existencia de externalidades. ¿Cuáles son las externalidades en este caso? No está claro. Las corridas de toros se llevan a cabo en espacios cerrados y desde hace unos meses ya no se retransmiten por televisión. Alguien a quien le repelen los toros puede fácilmente evitar la visualización de dicho espectáculo. Incluso se podría argumentar (y de hecho así lo han hecho los criadores de toros) que la tauromaquia genera una externalidad positiva sobre el medioambiente ya que las dehesas donde los toros son criados están protegidas debido a esta actividad.

La clave, creo yo, es que las corridas de toros generan externalidades negativas en un segmento, en algunos casos significativo, de la población incluso cuando no se visualizan. En otras palabras, la mera existencia de dicho ritual puede causar un efecto negativo en el bienestar social.[1] Ahí creo que es donde estriba la diferencia principal entre el caso de los toros y el de las coles de Bruselas o Cristiano Ronaldo. A mí me repugnan las coles de Bruselas pero me importa un comino si otra gente las consume. Tampoco puedo soportar a Cristiano Ronaldo, pero también soy consciente que mi animadversión no es compartida por un segmento significativo de la población y que Ronaldo juega bastante bien al futbol.

El caso de las corridas de toros es diferente. A pesar de ensalzar el coraje y buen hacer del torero, no deja de ser un espectáculo cruel, inhumano y de interés minoritario en Cataluña. Según una encuesta del instituto de investigación y marketing Invymark, el 58,1% de los catalanes se declaran a favor de la prohibición y sólo un 37,2% en contra. Esa misma encuesta señala que un 59,8% de los españoles se oponen a la prohibición y un 35,8% están a favor de ella, pero ello no es muy relevante dado que no creo que la prohibición vaya a generar significativas externalidades negativas en el resto de España (en Cataluña se celebraban sólo un 1% del total de corridas anuales en España).

En Cataluña, las corridas de toros debían reformarse o prohibirse. La inflexibilidad de los amantes de los toros a la hora de adaptar la liturgia a los tiempos modernos ha dejado una única opción en Cataluña, que es su prohibición. Lo mismo pasó en Canarias hace 20 años y lo mismo ocurrirá en aquellas comunidades autónomas en que los amantes del toreo sean pocos y sus detractores, muchos

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