Héctor J. Lagier
Allá por el verano de 2.004 en una agradable terraza de la rivera del Guadalquivir enfrentada a Triana, tuve una larga conversación nocturna con un buen amigo, un honesto vasco de Vitoria. El tema fue el proceso de pacificación de Euskalherria.
Me comentaba la firme convicción de un sector mayoritario de la izquierda abertzale de que la lucha armada no tenía ningún sentido y de cómo estaban haciendo esfuerzos enormes por convencer al núcleo duro de ETA para que optara por dejar las armas de una vez. Ya entonces me hablaba de un tal Rufi Etxebarría, entonces totalmente desconocido por estos lares, y del compromiso de este y de Arnaldo Otegui –inexplicablemente, hoy aún en prisión- por conseguir la pacificación. Decía que Jesús Eguiguren era el valedor de la negociación dentro del PSE-PSOE y se sorprendía del autismo electoralista del PP y del poco entusiasmo del PNV en este proceso.
Para ese sector de Batasuna la violencia no sólo era ya un camino sin salida sino que obstruía la fuerza expansiva del soberanismo. Porque, por si alguien se equivoca, la izquierda abertzale lo que quiere pura y simplemente es la independencia de Euskalherria (lo que conocemos como el País Vasco, Navarra y los territorios vascos en suelo francés), por eso pide el derecho a decidir, a que un referéndum sobre la autodeterminación sea realizable. Este es su leit motiv político, la única razón de su existencia.
Hablábamos de una sociedad harta de muertes, de represión , de miedos, del puño de hierro de la izquierda abertzale durante años, con su micro sociedad paralela, su estilo de vida, su música, sus herriko tabernas, su capacidad de movilización impresionante. Yo intentaba comprender porque cientos de jóvenes tiraban su vida por la ventana y se enrolaban en las filas de la banda armada, camino seguro hacia la cárcel o la muerte. Me desmenuzaba las equivocaciones del estado en todo este proceso, las extralimitaciones de los cuerpos de seguridad del estado, el error y el horror de los GAL, la leyenda negra del cuartel de Intxaurrondo.
Mientras mi contertulio desgranaba datos y experiencias, yo procuraba analizar, saber, entender que es lo que había pasado, lo que estaba pasando y lo que podía pasar, desde una mente que luchaba por ser abierta, sin prejuicios, sin estar mediatizada por los medios de comunicación de Madrid y su pequeñísima visión de un conflicto que duraba décadas.
Mi amigo me decía que su compromiso con la paz era absoluto, tanto a nivel personal como del partido político del que era y es dirigente. Para ellos era lo fundamental, por encima de cualquier otra consideración, y por este compromiso estaban dispuestos a inmolarse si era necesario.
Esta charla la he recordado y la recordaré siempre, y todo lo que me contaron en ella, felizmente, se ha ido cumpliendo, más tarde de lo que estaba previsto, pero finalmente está llegando a su última, y no menos complicada fase. El problema de los presos es terriblemente delicado y su resolución no va a ser fácil.
Mi amigo, R para entendernos, es dirigente de Eusko Alkartasuna, por respeto a su privacidad no voy a desvelar su nombre. EA se jugó su propia existencia con la opción BILDU, como he dicho, para ellos lo fundamental era y es la paz y no el cortoplacismo político. Es una opción política valiente, sumamente coherente, lo mismo que lo es su Presidente de honor, el ex lehendakari Carlos Garaicoetxea. Persona, que cuando la conocí, en un Alkartasun Eguna (Día de la Solidaridad) celebrado en la preciosa ciudad Navarra de Estella, me causó una honda impresión por su enorme humanidad y su manifiesta falta de pretenciosidad.
Este verano pasé unos días en Getaria, muy cerca de Donostia, y a la sazón me encontré con las memorias de este dirigente político, que leí entre Txacolis y campas, disfrutando del fantástico entorno y del placer de una interesante lectura; así pude comprender aún más la unión de este político con su pueblo, con su tierra, con la paz, su sincero sufrimiento por las víctimas y su convicción de que la pacificación era lo prioritario por encima de otras consideraciones.
El pasado jueves R escribió en su twitter: “Tengo una sensación extraña de alegría y conmoción ante la noticia tan esperada y por la hemos luchado tantos años” . Le envié un fuerte abrazo, a él y a todos y a todas las personas que han sufrido durante décadas esta sinrazón.
Cierto, Sr. Pueblos en pie, o Sr. Venceremos, no consigo identificar su apellido, he cometido un imperdonable error ortográfico, mis disculpas. Sobre lo demás… prefiero abstenerme.
Interesante artículo en forma de testimonio personal al que no estamos acostumbrado a pesar de los sermones con los que habitualmente nos catigan algunos que no firma nunca con su nombre
Lástima, Sr. J., que después de sus deliciosas horas de asueto desde la terracita, contemplando Triana con la enjundia de los dioses del Olimpo, a la ribera (con «b», por favor; con «v» sólo el «river» o río lo es del imperio yanqui) del Guadalquivir, o Grand River en su fuero interno, no finalizasen la velada dándose un reconfortante paseíto por esa Sevilla postergada, proscrita -menos ‘chic’, lo sentimos-, para que también su amigo vitoriano opinase sobre las consecuencias de la «pacificación» de Andalucía, en estos últimos siglillos de colonialismo nacionalcatolicista españoleante de nada…
http://www.youtube.com/watch?v=nmDdgIEenEo&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=JPn91uzzL8k