Antoni Domenech.SinPermiso.01/11/2011.La cumbre de la UE sobre la deuda soberana –decimocuarta en dos años— del miércoles de la pasada semana concentró simbólicamente en unas pocas horas casi todos los males que, yerro sobre yerro, han marcado el destino europeo en los últimos lustros.
Vino precedida y sucedida de reuniones y reunioncillas a puerta cerrada, en petit comité, o unter vier Augen. Precedida de conciliábulos de Merkel con Sarkozy, de Merkel con Sarkozy, Barroso y Van Rompuy, de Merkel, Sarkozy y Barroso con Charles Dallara (el jefe supremo de los banqueros, director del Instituto de Finanzas Internacionales, IIF). Sucedida, en España, del encuentro de Elena Salgado, la dama de la insulsez soñolienta, con un selecto grupo de grandes empresarios, banqueros y economistas del PP y del PSOE. Ni prensa, ni parlamentos, ni sindicatos, ni organizaciones sociales fueron siquiera consultados. Ni siquiera los gobiernos de los países miembros. Todo cábalas, pues. Hasta el anciano Delors, el otrora prior de la UE, tuvo que conformarse con conjeturas. Nada halagüeñas, por cierto: en una entrevista para la Deustche Welle, críticó «el método de póker» de Merkozy y admitió que «no se sabe a ciencia cierta como funcionará eso».
Ahora, apenas cinco días después, ya se sabe: muy mal. Papandreu, que por lo visto no quiere pasar a la historia como un Zapatero cualquiera, tiró ayer la toalla: se propone –ya veremos si le dejan— convocar un referéndum para que el pueblo griego decida directa y democráticamente sobre las recetas para Grecia de la Cumbre. Los mercados de valores descuentan ya hoy (1 de noviembre) como negativa la respuesta del pueblo griego: se han desplomado al unísono, en Europa y en ultramar. Indignación en Alemania. Rabia contenida de Sarkozy. Estupor en EEUU. Perplejidad en Beijing. Mal disimulado desconcierto de Barroso. En España, que tan mal parada salió de la Cumbre –impuso a la banca privada española recapitalizaciones por una cifra de 26 millones de euros, el mayor monto tras Grecia—, las reacciones a la decisión de Papandreu se han distribuido entre nuestros mandamases políticos ni más ni menos que como era de esperar. Con las habituales emanaciones mistagógicas del entorno de Rajoy y Montoro, un posible ministro del área económica en el futuro gobierno del PP. Con las alharacas intempestivas de la extrema derecha mediática madrileña y sus ridículos peritos en saña sectaria. Con la gárrula demagogia populista improvisada en el entorno del candidato Rubalcaba, al que aún no se le ha quitado la cara de tonto desde la inopinada contrarreforma constitucional express con que le sorprendió Zapatero el pasado agosto. Y, claro, con las alicaídas botaratadas de mal estudiante de Don José Blanco, el apicarado portavoz del agónico Gobierno actual. Vendrán más. A ver.
A todo eso hemos asistido hoy, sólo cinco días después de la dichosa Cumbre.
Los planes griegos de la Cumbre
Lo que el común de los mortales sabe de los planes griegos de la Cumbre viene del lacónico comunicado final de la misma. Se habría acordado elevar la quita de la deuda soberana griega del 21% al 50%, aunque dicha quita tendría lugar de manera «voluntaria» por parte de la banca privada. Se habría decidido también elevar reglamentariamente el capital principal de la banca europea al 9%, siguiendo unos cálculos de valoración del riesgo de la deuda soberana en los mercados, cuando menos, aleatorios. Y se habría resuelto convertir el neonato Fondo Europeo de Estabilización Financiera (FEEF) en un mecanismo de garantía de los bonos de la deuda soberana, paralelo a los mercados CDS –los opacos e irregulados mercados de derivados financieros de impagos crediticios— y con capacidad para intervenir en los mercados secundarios de la deuda, facilitando al mismo tiempo la recapitalización de la banca europea. Todo ello con una ampliación de sus 440.000 millones de capital hasta 1 billón de euros, merced –se dijo, aunque ya parece desmentido a día de hoy— a la participación de Japón, China, Brasil y otros países «emergentes». En este marco de acuerdo pretendidamente global de lo que podríamos denominar el II Pacto del Euro, Grecia recibiría finalmente el tercer tramo de la ayuda prometida desde el mes de julio y la promesa de otra inyección de 100.000 millones de euros en los próximos años que le permitan mantener en funcionamiento su economía.
Como es harto sabido, el peligro inminente de la bancarrota griega es lo que motivó la convocatoria de la Cumbre. Conocemos por una filtración del Financial Times el documento de análisis de la situación helena elaborado por el BCE. No puede ser más claro: Grecia ha quebrado, sin o con las quitas sucesivas de su deuda, y en el mejor de los escenarios, no saldrá de la profunda recesión a que ha sido arrojada (y que ya ha supuesto una caída de su PIB del 25%, ¡equivalente a la sufrida en los dos primeros años de la II Guerra Mundial!) no antes de 2020.
La política de austeridad dictada por la incompetente troika UE-BCE-FMI ha venido a sumar a un pésimo diagnóstico un verdadero ensañamiento terapéutico con el pueblo griego. Ahora se supone que Grecia deberá equilibrar una deuda actual –tras la comprometida quita del 50%— que monta el 120% del PIB. Pero ese 120% del PIB, merced a la recesión profunda inducida por las medidas de austeridad fiscal, volverá a crecer, según la estimación del propio BCE, hasta 160% de su PIB. El proceso de «devaluación interna» que eso trae consigo, prosigue el informe filtrado al Financial Times, situará el paro por encima del 18%, lo que provocará con certeza la emigración del sector económicamente más activo de la población. En este escenario «positivo», dice el informe, Grecia podría volver a financiarse en el mercado financiero privado en unos diez años, y eso suponiendo que su estructura bancaria actual –que posee el 20% de los bonos soberanos— continúe recibiendo la ayuda del BCE, que la mantiene con vida a pesar de su quiebra técnica, a la espera de ser nacionalizados y recapitalizados sus bancos.
No hacía falta haber leído las noticias de lo que ha sido la huelga general del 19 y 20 de octubre pasados en Grecia, ni del recibimiento otorgado, a su vuelta, la delegación gubernamental que ha asistido a la Cumbre de la UE, para darse cuenta de que este plan de la UE era insostenible desde el punto de vista político y social. Papandreu no ha hecho sino reconocer finalmente esa obvia realidad, cuando se ha allanado a convocar un referéndum. Las encuestas improvisadas esta tarde dan más de un 60% de la población griega contraria a la «solución» ofrecida por la Cumbre de la UE.
El Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, lejos de corregir, agrava el problema del mal diseño institucional de la Eurozona
Más estupefaciente aún, si cabe, que su irrealismo político-social resulta el que el mensaje propiamente económico de esa Cumbre, que debía ofrecer la solución económica «definitiva» al problema de la deuda soberana –como antes las de marzo y julio—, era sobre poco más o menos el que sigue: no hay tal solución; con todo y con eso, la eurozona mantendrá como sea a Grecia, persuadida de que de ello depende la propia supervivencia del euro. Los mercados especulativos no podían esperar mensaje más goloso.
Fue este núcleo duro del mensaje lo que disparó al alza los mercados de valores en todo el mundo el jueves y el viernes de la semana pasada, la mejor, en términos bursátiles, de los dos últimos años. Especialmente significativa fue la retirada de dinero de los bonos «refugio» de Alemania y EE UU, y su colocación en los fondos de riesgo por valor de 48.000 millones de dólares.
Pero la realidad del bucle depresivo de la crisis de la deuda soberana de los países europeos, combinada con el ensañamiento terapéutico de las políticas de austeridad fiscal, volvió a hacerse presente en veinticuatro horas: el bono italiano a 10 años regresó al 6,2% y el español, al 5,45%, a pesar de la significativa caída de las tasas de los bonos griegos y portugueses. Eso ocurrió el viernes. Papandreu todavía no había abierto la caja de los truenos democráticos.
¿Por qué las dudas sucedieron inmediatamente a la euforia.?¿Qué quería decir exactamente el comunicado cuando hablaba de una «quita voluntaria» de la deuda griega por parte de la banca privada? Lo único que salió a la luz fue la escena en la que el director ejecutivo del Instituto Internacional de Finanzas –la patronal bancaria mundial—, Charles Dallara fue informado por los lideres europeos, el BCE y el FMI de que la «voluntariedad» era la única solución viable políticamente. Parece que la señora Merkel le hizo a Dallara una oferta que no podía ser rechazada. O tomaba esa quita «voluntaria» –con dos meses por delante para la negociación técnica de la misma—, o lo que venía inexorablemente era una bancarrota real en cadena a corto plazo, lo que significaría la abrupta interrupción de los beneficios dimanantes de la deuda griega que, aun si rebajados ahora en un 50%, son buenos beneficios. con recapitalización de las pérdidas a precios interbancarios subvencionados. Quedarían así apalancados beneficios y capitales principales de los bancos privados.
A pesar del estigma de figurar en segundo lugar tras la banca griega en cuanto al monto requerido de recapitalización, la banca española sacó pecho, asegurando que los 26.000 millones de euros a levantar los conseguiría con márgenes relativamente cómodos porque, entre otras razones, en nada le afectaba la quita griega, teniendo, como sigue teniendo, elevados niveles de beneficio, más aún tras el apalancamiento de las deudas española y portuguesa. Parece obvio que la principal victima de este incoado proceso de recapitalización no serán los bancos privados, sino la llamada economía «real», las familias y las pequeñas y medianas empresas, sin circuitos propios de financiación: por cada mil millones que, a consecuencia de la recapitalización, quedan inmovilizados, se retiran del crédito 10 mil millones, lo que significa una contracción de más de un cuarto de billón de euros, nada menos, pues, que dos puntos y medio del PIB, y por ende, más de medio millón de puestos de trabajo.
¿Hay más víctimas? Desde luego. La ministra Salgado ha aceptado en la Cumbre que sea el FEEF la entidad que en el futuro ayude a la compra de deuda pública española, y no el BCE –la única institución europea con capacidad para crear, de la nada e ilimitadamente, euros—. Eso significa que en el futuro las compras de deuda pública española no saldrán gratis, lo que obligará –en 2012 hay que refinanciar unos 300 mil millones de euros de deuda– a «ajustes estructurales» brutales, inimaginables hasta hoy..
Con ser éste un problema que afecta de modo muy grave a España, la «solución» del FEEF decidida en la cumbre, va mucho más allá, y afecta negativamente de lleno al conjunto de la Eurozona. Revela por lo magnífico lo que tantas veces se ha venido diciendo desde estas páginas de SinPermiso: los mandamases europeos parecen incapaces de reconocer que el problema central de la Eurozona es un problema de diseño institucional, el diseño de una unión monetaria sin autoridad fiscal central –sin Tesoro—, que impide que el BCE pueda actuar como un Banco Central normal (como la Reserva federal, como el Banco de Inglaterra, como el Banco de Japón), es decir, como prestamista de último recurso. La creación del FEEF no acerca, sino que aleja a la Eurozona del rediseño institucional normalizador, que sería un Tesoro capaz de emitir eurobonos y un BCE plenamente habilitado para comprar deuda pública y actuar como prestamista de última instancia. Diríase que el FEEF está concebido, no como un instituto capaz de lidiar eficazmente con el problema de la deuda soberana europea, sino como un mecanismo indirecto pronto a asegurar las políticas de ajuste y austeridad a través de la banca privada, porque se duda de la capacidad de disciplina fiscal de los gobiernos ante la conflictividad social que se espera. Esta es una de las lecciones de las contabilidades fiscales dobles de Grecia e Italia.
Desde su creación hace ya meses, el FEEF sigue siendo una entidad mas virtual que real: 40 personas alojadas en un piso de la sede del Bundesbank en Francfort, que ni siquiera cuenta todavía con una red informática propia. Y se supone que semejante institución debe ser el último garante de la estabilidad de la deuda soberana de los países europeos y, en definitiva, del euro. Desde mayo del 2010, la divergencia de recetas frente a la crisis de la deuda de Merkel y Sarkozy se ha concretado en el FEEF. Su lento aprovisionamiento de fondos, sometido a las decisiones, y en algunos casos caprichos, de los parlamentos nacionales de los 27 estados miembros, han llevado a Grecia directamente al abismo. El Banco Central Europeo ha tenido que intervenir, en contra de su reglamento, adquiriendo bonos de la deuda de los países mas afectados en los mercados secundarios por un volumen de 173.500 millones de euros. Nunca ha tenido mejor ejemplo el proverbial caso del bombero pirómano: el BCE prestaba sin limite a los bancos privados europeos al 1%, que a su vez represtaban, o actuaban directamente en los mercados de bonos, obteniendo rentabilidades de entre el 4% y el 20%, que a su vez revendían con enormes sobreganancias al BCE. Esta ha sido la formula neoliberal de «comunitarización» de la deuda a favor de las oligarquías financieras rentistas.
Este circuito especulativo –derivado de la incapacidad de reconocer el problema del deficiente diseño institucional de la Eurozona— es el que ha acabado siendo inadmisible políticamente para el parlamento de la República Federal de Alemania, principal contribuyente fiscal del BCE. Con su exigencia de una aprobación previa de los acuerdos de la Cumbre de la UE, el parlamento alemán rechaza cualquier apalancamiento de la deuda soberana en el BCE y finalmente en el presupuesto alemán. Lo que ha hecho Merkel es imponer esta decisión al resto de Europa y, especialmente, a Sarkozy. Por esta extraña vía, el euro queda expuesto a ser un matrimonio monetario sostenido exclusivamente, no en la economía real de Alemania, sino en el mecanismo virtual de cédulas de seguro de un FEEF financiado en buena parte fuera de la zona euro. En vez de asegurar unos beneficios especulativos extraordinarios con la compra de bonos de las deudas soberanas de rentabilidad más alta vía BCE, el mensaje de la Alemania de Merkel es que se «desapalanca» en la medida de lo posible, porque no confía en las políticas neoliberales de austeridad fiscal que impone a los países periféricos, y que mantiene un margen de maniobra para, en caso de una crisis terminal del euro, poder recuperar con el menor daño posible su propia moneda nacional, tal vez una zona Deutsche Mark que incluya a Austria y Holanda. Son en definitiva el peso de las economías reales y los asimétricos ritmos de desarrollo de la crisis los que acaso expliquen la diferencia de orientación estratégica de Merkel y Sarkozy y su cálculo del riesgo que implica el euro para sus economías nacionales. En una cosa llevaba razón Sarkozy, que ha perdido la partida: fiarlo todo al FEEF, abandonando la perspectiva de un BCE plenamente reconstituido como prestamista de último recurso, significa poner a la deuda pública de Francia y de la propia Alemania en riesgo de ataque especulativo. (Véase, en esta misma entrega de SinPermiso, el soberbio análisis al respecto de Marshall Auerback.)
Desde hoy, el BCE está dirigido por el italiano Draghi, un antiguo ejecutivo del Goldman Sachs, el banco privado norteamericano que ayudó técnicamente en su día al gobierno conservador griego a falsificar fraudulentamente la contabilidad nacional pública para asegurar la entrada de Grecia en el euro, origen de los presentes males de la Eurozona. El círculo, pues, se cierra, y bien irónicamente.
¿Podrá Draghi mantenerse en los márgenes de la crisis de la deuda soberana y concentrarse en la lucha contra la inflación que, en la fantasía neoliberal de los mandamases europeos, amenaza con acompañar a la recesión de una parte importante de la eurozona? Con toda seguridad, las insuficiencias y aun las contradicciones del FEEF –cuyo Presidente Regling ha viajado ya sin mucho éxito a Pekin y Tokio para pedir la ayuda que no encuentra en la UE— le obligarán a intervenir una y otra vez. (Hoy mismo parece que lo ha hecho, tan masiva como infructuosamente: la prima de riesgo española se disparó hasta 380 puntos, la italiana, hasta 430.)
Este fue el segundo mensaje de la Cumbre, relacionado con Italia. Si Grecia no puede quebrar porque arrastraría al euro y a la UE, mucho menos un país como Italia, cuyo problema de deuda se concentra en la anomia fiscal del estado y cuya riqueza neta se calcula cuatro veces superior al volumen de su deuda. La autonomía institucional del BCE volverá a jugar, en situaciones de crisis como la vivida en mayo de 2010 o en agosto de 2011, como el mecanismo de intervención en nombre de la estabilidad del euro por encima de las propias decisiones de los estados miembros. Pero ese margen de maniobra, sin la reconfiguración institucional de la Eurozona, sin el reconocimiento pleno del BCE como prestamista de último recurso, sin un Tesoro europeo, se irá agotando.
Y una carcajada pérfida
La necia cerrazón dogmática neoliberal de una casta de mandamases europeos cristalizada durante decenios en un ambiente horro de todo careo democrático con los pueblos, y expuesta, en cambio, también durante decenios, a todo tipo de presiones y cabildeos granempresariales y bancarios, hace inverosímil la esperanza de que pueda poner proa siquiera a la solución del problema de la pésima arquitectura institucional de las finanzas europeas. Ese verdadero pecado original de una Unión Monetaria construida por unas elites tan sesgadas tecnocráticamente como ajenas a la racionalidad macroeconómica más elemental no lo pueden corregir esas mismas elites. Sólo se podría corregir con una verdadera revolución democrática de los pueblos europeos.
Voltaire, el gran crítico del despotismo europeo de su época, dejó en Diccionario filosófico esta simpática alabanza –de todo punto política— de la carcajada pérfida:
«La risa sarcástica, perfidum ridens (…) es la alegría que nos causa la humillación de los demás. Perseguimos con risa burlona y maliciosa al que prometiéndonos maravillas, no hace mas que tonterías; eso es silbar más que reír. Nuestro orgullo entonces se burla de la arrogancia necia de los demás.»
Eso nos queda, por ahora. Una miríada de mediáticos buscavidas intelectuales vienen criticando la algazara y el combativo buen humor de los «indignados» alzados ya en medio mundo por su supuesta «falta de programa» o por su incapacidad de «vertebrarse políticamente». La acusación nos parece de todo punto falsa. Pero aunque así fuera, convendría recordar que en el derrocamiento del antiguo régimen fueron parte también, acaso sin mucho programa y sin mucha vertebración, las carcajadas pérfidas de la sátira de Voltaire o de los caprichos asnales de Goya.
En una situación extrañamente parecida a la nuestra, Gramsci –desde una cárcel fascista—recomendó también el sarcasmo como arma de combate contra unas clases dominantes corrompidas por una arrogancia asnal:
«En el caso de la acción histórico-política, el elemento estilístico adecuado, la aproximación característica de quien quiere distanciarse y comprender, es el ‘sarcasmo apasionado’. (…) Hay que considerar el sarcasmo como una expresión que pone de relieve las contradicciones de un período de transición; se busca mantener el contacto con las expresiones subalternas humanas de las viejas concepciones, y al propio tiempo, se acentúa la distancia con las de las clases dominantes y dirigentes, esperando que las nuevas concepciones, con el decantamiento operado por el desarrollo histórico, dominen hasta conquistar la fuerza de las ‘creencias populares’. Esas concepciones ya están sólidamente adquiridas por quienes hacen el sarcasmo, pero han de ser expresadas y divulgadas en actitud ‘polémica’; si no, serían un ‘utopía’, porque parecerían ‘arbitrariedades» o de un individuo o de una camarilla.»
En eso parecen estar ahora los «indignados» del mundo –los que van en serio, queremos decir—, no en la arbitrariedad utópica de camarilla, sino persiguiendo con risa burlona y maliciosa a estas señoras y a estos señores tan serios que, prometiéndonos maravillas, no hacen más que tonterías. ¡Nosotros somos el 99%!
Antoni Domènech es el editor de SinPermiso. Gustavo Buster es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso.