Quizá fuera un ritual romano. Sólo recuerdo que se prendían dos velas, una por cada enamorado, hasta que se fundían por completo en una masa amorfa. Como los cirios trenzados que utilizan los judíos en shabbat. Con esta ceremonia la pareja simbolizaba su unión eterna tras una vida efímera. O justo lo contrario: que la unión deformaría y apagaría sus vidas compuestas de la misma materia. Personalmente, me quedo con la segunda. Hasta que llegó el fuego, cada enamorado permanecía íntegro, en su sitio, al lado del otro. Cuando ardieron, terminaron consumiéndose. Lo mismo que está ocurriendo con la autodestrucción del bipartidismo en nuestro país.
La marca blanca de “izquierda” arde por su demostrada incompetencia en la gestión de esta crisis multifuncional del capitalismo. Mientras otros Estados han resuelto provisionalmente el mal desplazando sus consecuencias predatorias a otros lugares del planeta, España ha multiplicado el paro y el déficit público a niveles insoportables para la propia Unión Europea. En el lado opuesto, el cirio de la derecha se les está derritiendo en las manos como a penitentes primerizos. Quemados moralmente por los casos de corrupción y sus cabezas de turco. Sin embargo, las encuestas dan la victoria a los azules en unas hipotéticas elecciones. A muy pocos votos de la marca roja. Como si nada pasara. Aunque parezca increíble, los encuestados reconocen que unos mienten y otros engañan. Han normalizado la falsedad, la incompetencia y la podredumbre como adjetivos estructurales de la política representativa. Y los votarán de nuevo. Demostrando que electores y elegidos constituyen hoy una masa informe de cera derretida.
Temo la italianización de la política española. Que la indiferencia hacia lo público convierta a una mayoría de ciudadanos en simples habitantes. En espectadores gratuitos de un espectáculo bochornoso. Y que terminen eligiendo a un corrupto profesional para que al menos haga bien lo que otros intentan esconder torpemente. Este sistema de partidos nos trata como a consumidores permitiéndonos votar cada cuatro años a las marcas que mejor se venden por televisión. Y no sólo hemos consentido esta aberración democrática. Lo peor es que nos parece normal que sus productos necesiten conservantes y colorantes para mantenerse por más tiempo en el poder. Todos somos cómplices. Empezando por la prensa endogámica que habla sólo de ellos y aplaude a políticos como Rajoy por dejarse preguntar libremente. Es decir, por hacer cuando le apetece lo que debiera hacer siempre. Políticos profesionales, prensa dependiente y ciudadanos abducidos por este circo mediático, han hecho de nuestra democracia una inmensa bola de cera como la que forman los niños en semana santa. Todo esto me recuerda a la retransmisión televisiva del rescate de un niño que presuntamente viajaba en un globo. Medio mundo comprobó en directo que estaba vacío. Todo era mentira. Aire. El niño estaba muerto de miedo en casa por temor al castigo de los padres. Igual que la esperanza frente al bipartidismo que se autodestruye.
Artículo publicado en El Día de Córdoba