Mario Bunge.
Felicitaciones a los señores directores del Banco de Suecia y de la Academia Sueca de Ciencias. Esta vez acertaron al darle el premio 2009 a Elinor Ostrom. Ya era tiempo que se lo dieran a una socioeconomista progresista, en lugar de regalárselo a algún ideólogo cavernícola, como han acostumbrado hacerlo.
También era tiempo de que galardonaran a una mujer, la primera desde 1982, año en que premiaron a la socióloga Alva Myrdal, esposa y colaboradora de Gunnar Myrdal, premiado en 1974, y uno de los arquitectos del Estado sueco moderno.
¿Cuál es el principal mérito académico de la doctora Ostrom, profesora en Indiana University? Que estudió y propició la autogestión del bien común, tal como lo viene haciendo todos los jueves a mediodía el Tribunal de Aguas de Valencia, desde que lo instalaron los moros en el año 960.
¿Por qué importa este aspecto de la obra de Ostrom? Porque ha sido ignorado por casi todos los economistas políticos, no sólo los viejos conocidos de la derecha, sino también los marxistas, siempre enemigos de las cooperativas.
En efecto, casi todos los economistas reconocen sólo dos regímenes de propiedad: la privada y la estatal. No les interesa el tertium quid , la propiedad colectiva autogestionada, la que escapa tanto a la garra del gran capital como a la del Estado autoritario.
La economía política estándar propone los postulados siguientes:
1- Todos los bienes deberían ser de propiedad de particulares o corporaciones. (¿Por qué? Porque lo digo yo.)
2- El ojo del amo engorda al ganado: la propiedad sin dueño se deteriora, como lo demuestra la tragedia del bien común, tal como el ejido o el pastizal de la aldea. (¿Por qué? Porque lo dijo Garrett Hardin.)
3- El Estado debería ser mínimo: su única función debería ser garantizar el funcionamiento del mercado libre, o sea, el capitalismo sin reglas (Friedrich Hayek, premio Nobel 1974 y Milton Friedman, premio Nobel 1976).
Si hubiera popperianos de izquierda, acaso dirían que la contribución de Ostrom fue refutar el segundo postulado. Pero cualquiera podría argüir que refutar una proposición es lo mismo que confirmar su negación. No importa, sigamos.
En 1968 la prestigiosa revista Science publicó el artículo The tragedy of the commons , o sea, «La tragedia del bien común». Este hizo famoso a su autor, el ecólogo tejano Garrett Hardin, quien ya se había destacado por su defensa del principio sistémico «no puedes hacer una sola cosa» y su principio de exclusión competitiva (que discutimos en mi seminario de filosofía de la biología, en 1962, en la Universidad de Buenos Aires).
¿En qué consiste la tragedia de marras? Si todos los habitantes de una aldea tienen libre acceso a un pastizal común, todos pondrán a pastar tantos animales como puedan. De esta manera, el pasto no tendrá tiempo de volver a crecer, y el pastizal se acabará para mal de todos. La moraleja que sacó Hardin es que la propiedad sin propietario se deteriora hasta destruirse.
En su libro Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action (1990), Elinor Ostrom refuta a Hardin. Lo hace recurriendo a ejemplos históricos de autogobierno de bienes comunes, tales como tierras comunales (como los ejidos mexicanos), bosques (como muchos en la India), acequias (como las del río Turia), pesquerías (como la del Maine) y tambos (como los del Gujurat).
El resultado neto es que lo que importa para preservar un bien no es la propiedad sino la administración. Tanto es así, que una empresa privada mal administrada no beneficia siquiera a sus propietarios. La economía experimental y la psicología social contemporáneas nos dan datos para explicar por qué tiene razón Elinor Ostrom y, por el mismo motivo, por qué no la tuvo Garrett Hardin.
En efecto, esas ciencias han demostrado que solamente una minoría procura siempre maximizar sus utilidades esperadas, sin importarle si perjudica al prójimo. La mayoría de los seres humanos somos considerados y cooperativos. Basta consultar el volumen colectivo Moral Sentiments and Material Interests: The Foundations of Cooperation in Economic Life , publicado en 2005 por los economistas Herbert Gintis, Robert Boyd, y Ernst Fehr.
En mi libro Filosofía política (2009) cito muchas veces la obra de Ostrom, que sintoniza con una parva de documentos sobre el funcionamiento de cooperativas de todo tipo dispersas por el mundo, en particular, los anuarios de la Alianza Internacional de Cooperativas y de la Oficina Internacional del Trabajo, que mantiene la ONU en Ginebra.
En resumen, profesora Ostrom: enhorabuena por haber contribuido a resaltar el lado angélico de la bestia humana, y por haber desprestigiado a la economía y la filosofía políticas que dan por sentado que todos somos rapiñadores y carroñeros. Era tiempo de que el Premio Nobel lo ganase quien cree que la economía y la política pueden ser beneficiosas para la mayoría si reemplazan el pesimismo de Hobbes por el optimismo de Rousseau, y la incompetencia del asesor financiero por la competencia del almacenero de la otra cuadra.
Mario Bunge es el más importante e internacionalmente reconocido filósofo hispanoamericano del siglo XX. Físico y filósofo de saberes enciclopédicos y permanentemente comprometido con los valores del laicismo republicano, el socialismo democrático y los derechos humanos, son memorables sus devastadoras críticas de las pretensiones pseudocientíficas de la teoría económica neoclásica ortodoxa y del psicoanálisis “charlacanista”.
La Nación, 14 octubre 2009 Reproducido en www.sinpermiso.info