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La soberanía monetaria, el monopolio público de la moneda y su significado para la democracia. Parte I: cuestiones conceptuales

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Dan Kervick.Sinpermiso.«Si una nación pierde su monopolio público monetario, entonces sus ciudadanos corren el riesgo de una mayor subordinación a centros de concentración de riqueza que escapan totalmente a su control. (…) Ahora mismo vemos cómo está desarrollándose este triste proceso en Europa. Para que un monopolio monetario público sea plenamente eficaz, tanto la autoridad monetaria como la autoridad fiscal han de estar sujetas al control democrático y deberían andar, en uno u otro grado, maridadas, a fin poder actuar de manera racional y coordinada en la solución de los desafíos públicos. La tragedia de la Europa contemporánea es que, buscando colmar la ambición idealista de crear una moneda común y un continente unificado, lo que se ha conseguido es el divorcio, en la Eurozona, entre la autoridad fiscal y la autoridad monetaria última, cediendo así en gran medida el control democrático de su sistema monetario. Eso es un retroceso de la democracia en Europa, y ahora estamos asistiendo a sus secuelas y ramificaciones. Tecnócratas tan poco democráticamente careables como, en cambio, ligados a los amos financieros del continente se sirven de sus privilegiadas posiciones para subordinar a muchos gobiernos electos de Europa a un control externo que no responde ante nadie. Se sirven de un brutal programa de austeridad para imponer este nuevo sistema de disciplina centralizada y no democrática; y su celo en instituir ese nuevo orden es tan grande, que han hundido al continente en un desempleo masivo aún más hondo y en una segunda recesión.»

La Teoría Monetaria Moderna (TMM) destaca el papel central de los Estados en los sistemas monetarios soberanos. Uno de los principales impulsores de la TMM, Warren Mosler, por ejemplo, ha descrito el sistema estadounidense del dólar como un «simple monopolio público». Y Randall Wray ha escrito que «en los EEUU, el dólar es la moneda estatal de cuenta, y el dinero primario (monedas, billetes y reservas bancarias), nuestra moneda monopolizada por el Estado». A veces, esta tesis crucial de la TMM se expresa con mayor generalidad diciendo que el gobierno de los EEUU es el suministrador, en régimen de monopolio, de «activos financieros netos» a los sectores no-públicos de la economía del dólar.

Estas tesis siguen generando mucha confusión y resistencia cuando se discute la TMM, y han sido objeto de mucho malentendido; a veces, de malentendidos egregios. Defenderé aquí la tesis de la TMM, según la cual el gobierno de los EEUU es el suministrador, en régimen de monopolio, del dólar, y por lo mismo, el responsable en última instancia de cualquier aumento o descenso netos en dólares de activos financieros denominados en dólares en el sector no-público de la economía. Comenzaré describiendo la base jurídica e institucional de ese monopolio, para entrar luego en la discusión de lo que implica y lo que no implica la tesis de que el gobierno de los EEUU dispone de un monopolio público sobre el dólar.

Huelga decir que hay mucha gente que, aun aceptando sin mayores problemas la tesis descriptiva, según la cual hay un monopolio público, gestionado por el gobierno, sobre el dólar, creen que ese monopolio es una monstruosidad, una horrible transformación de un Estado razonablemente sano en un Estado hipertrofiado. En mi opinión, sin embargo, la existencia de esos monopolios en países monetariamente soberanos es, todo contado, una cosa buenísima, al menos cuando el Estado en cuestión tiene instituciones democráticas. Los ciudadanos de los países democráticos deberían hacer todo lo que esté en sus manos para conseguir un monopolio público monetario democráticamente controlado, si es que no lo tienen, y deberían hacer todo lo que esté en sus manos para conservar y mejorar su monopolio público monetario, si son lo suficientemente afortunados como para disponer ya de ese monopolio.

Es verdad: un monopolio monetario público no es una panacea que garantice una sociedad democrática sana y una vida decente y próspera para todos sus ciudadanos. No hace falta recordar la ultrajante desigualdad y la opresión económica actualmente imperantes en los EEUU y en otros países. Pero un monopolio público de la moneda dominante ofrece a los ciudadanos democráticos capacidades y opciones políticas de las que, de otro modo, carecerían: capacidades para servirse de su sistema monetario a favor de políticas públicas y del bien común. Si una nación pierde su monopolio público monetario, entonces sus ciudadanos corren el riesgo de una mayor subordinación a centros de concentración de riqueza que escapan totalmente a su control.

Ahora mismo vemos cómo está desarrollándose este triste proceso en Europa. Para que un monopolio monetario público sea plenamente eficaz, tanto la autoridad monetaria como la autoridad fiscal han de estar sujetas al control democrático y deberían andar, en uno u otro grado, maridadas, a fin poder actuar de manera racional y coordinada en la solución de los desafíos públicos. La tragedia de la Europa contemporánea es que, buscando colmar la ambición idealista de crear una moneda común y un continente unificado, lo que se ha conseguido es el divorcio, en la Eurozona, entre la autoridad fiscal y la autoridad monetaria última, cediendo así en gran medida el control democrático de su sistema monetario. Eso es un retroceso de la democracia en Europa, y ahora estamos asistiendo a sus secuelas y ramificaciones. Tecnócratas tan poco democráticamente careables como, en cambio, ligados a los amos financieros del continente se sirven de sus privilegiadas posiciones para subordinar a muchos gobiernos electos de Europa a un control externo que no responde ante nadie. Se sirven de un brutal programa de austeridad para imponer este nuevo sistema de disciplina centralizada y no democrática; y su celo en instituir ese nuevo orden es tan grande, que han hundido al continente en un desempleo masivo aún más hondo y en una segunda recesión.»

La perspectiva consolidada

Los defensores de la TMM suelen poner énfasis en la distinción entre emisores de moneda y usuarios de moneda. Esa distinción vale para cualquier sistema monetario. Siempre que hay algún tipo de sistema monetario, hay gente o hay autoridades con poder para emitir nuevas unidades de moneda, y otros que simplemente usan la moneda que los emisores de moneda han puesto en circulación. Así pues, parte de lo que en la TMM significa la afirmación de que el Estado, en sistemas como el estadounidense, es un monopolista monetario es que el Estado, en esos sistemas, es el único autorizado a emitir moneda.

Pero para entender el modelo TMM del Estado como emisor de moneda o productor, en régimen de monopolio, de moneda con poder exclusivo para aumentar el suministro de activos financieros netos al sector no-público, es necesario contemplar el conjunto del sector público consolidado. Para el sistema estadounidense, eso significa observar la combinación del Tesoro y de la Fed. La idea de la TMM sólo cobra sentido, si se considera al sector público como un todo, en su conjunto. Si uno se limita a centrarse en una parte del Estado, más difícilmente entenderá cómo puede el Estado ser un creador neto de dólares.

La idea básica es que el gobierno aumenta y disminuye el volumen de dinero en circulación durante algún período de tiempo, siempre que los pagos monetarios que realiza a los sectores no-públicos de la economía excedan a los ingresos monetarios que obtiene de los sectores no-públicos de la economía. Pero, de nuevo, hay que considerar todos los pagos monetarios realizados por el Estado y todos los ingresos monetarios en manos del Estado. Los pagos incluyen los gastos del Tesoro estadounidense en bienes y servicios, también las remuneraciones a sus empleados. Incluyen, asimismo, los pagos efectuados por el Tesoro en concepto de servicio de sus deudas. Pero el Tesoro no la única entidad del Estado que efectúa pagos. La Fed también efectúa pagos cuando compra títulos del sector privado y cuando paga intereses por las reservas bancarias. Análogamente, el Tesoro y la Fed reciben pagos del sector no-público. El Tesoro recibe pagos en concepto de impuestos, pagos por algunos de los bienes y servicios públicos que suministra y pagos en dinero para comprar sus títulos de deuda. La Fed también recibe pagos de varios tipos: incluidos pagos por recompras de títulos, pagos de intereses por títulos de deuda de que es tenedora, pagos de intereses en concepto de tasas de remuneración de depósitos y pagos en concepto de recargos por descubiertos en cuentas de reservas.

La diferencia crucial entre los agentes privados y el Estado

Ahora bien; ¿en qué difiere todo eso de lo que ocurre en el caso de un individuo, de un hogar o de una empresa? ¿Acaso no puede alguien –persona o empresa— del sector privado gastar también más de lo que ingresa? ¿Es eso también creación de dinero?

La situación es harto distinta. Un agente económico el sector privado, como mero usuario de la moneda, siempre tiene un volumen finito de esa moneda. Si los pagos del agente son mayores que sus ingresos, ese volumen disminuye. Si el agente agota por completo su dinero, entonces, para seguir haciendo pagos monetarios tiene, o bien que hacerse con más dinero vendiendo algún activo no-monetario, o bien obtener crédito. El crédito podría venir de la solicitud de un nuevo préstamo, pero podría venir también de un descubierto automático en una cuenta bancaria o en una línea de crédito. Sea como fuere, es crédito. La empresa o la familia del sector privado que lleva sus negocios en dólares está sometida a una restricción financiera.

No ocurre así en el caso del Estado. En su calidad de emisor de la moneda, no posee «volumen» alguno limitado de dinero que imponga una restricción financiera a su gasto. Nunca puede hallarse en una situación en la que esté obligado a obtener crédito de alguna entidad externa para poder efectuar sus pagos, pues es el productor de esa moneda. El Estado no tiene restricción financiera alguna. Las únicas restricciones respecto de la hondura a que pueden llegar sus sacas de dinero son restricciones políticas: es decir, su gasto está restringido solamente por la eficacia del gasto a la hora de lograr los distintos objetivos públicos perseguidos. Normalmente, uno de esos objetivos políticos es la estabilidad de precios, de manera que un gobierno querrá siempre reducir el hiato entre gasto e ingresos, si lo que le preocupa es que un hiato demasiado grande desestabilice los precios.

Una vez más, se perderá de vista la diferencia entre el Estado y los agentes privados, si uno se reduce exclusivamente a una parte del Estado y no mira al conjunto del Estado. Las reglas operativas corrientes exigen que el Tesoro estadounidense se comporte en cierta forma como un hogar privado. Si sus gastos son mayores que sus ingresos fiscales, el Tesoro debe tapar el hueco abierto en su presupuesto tomando empréstitos del sector privado. No le están permitidos al Tesoro descubiertos en su cuenta en la Fed, y no le está permitido tomar empréstitos directamente de la Fed. De modo, pues, en efecto, que un déficit en el Tesoro trae consigo un descubierto en relación con el sector privado, es decir, más deuda con el sector privado.

Sin embargo, buena parte de la deuda que el Tesoro emite para el sector privado es comprada por la Fed, con lo que se convierte en una deuda intra-pública: a la vez un activo y un pasivo del Estado en su conjunto que, por lo mismo que no representa un valor ni positivo ni negativo, puede seguir rodando indefinidamente como una operación de contabilidad. Como consecuencia de eso y de otras operaciones de la Fed, las acciones combinadas del Tesoro y de la Fed pueden resultar en una inyección neta de dinero en el sector no-público. La Fed, ni que decir tiene, no recauda impuestos. Sus compras no necesitan ser financiadas por ingresos recaudados en otras fuentes; gasta, simplemente, merced a los oportunos abonos en cuenta a las personas o a las organizaciones que reciben sus pagos. La Fed recauda ingresos, dado que sus propios activos financieros requieren que la gente efectúe pagos a la Fed, pero su capacidad para gastar no está restringida por el volumen de ingresos que haya recaudado o que pueda llegar a recaudar.

El Estado en su conjunto, así pues, como emisor de moneda, puede hacer algo que los usuarios de moneda no pueden hacer. Puede incurrir en lo que llamaré un déficit puro: un exceso del gasto sobre los ingresos que, al no menguar el volumen monetario de quien gasta, tampoco lo obliga a incurrir en un pasivo de deuda. El déficit puro en que incurre el emisor de moneda no representa un valor nominal negativo para el emisor, aun cuando represente, sí, un valor nominal positivo para el conjunto de los usuarios de la moneda en el conjunto del mundo económico que circunda al emisor de esa moneda. Un déficit puro, así pues, lo que logra es una creación neta de activos financieros. Los usuarios de la moneda, por otro lado, no pueden sino incurrir en déficits financieros: un gasto que rebase los ingresos, o disminuirá el volumen monetario o añadirá deuda. Eso significa que el valor nominal positivo que fluye hacia el mundo que rodea al emisor de moneda en virtud del déficit financiero queda completamente anulado por el valor nominal negativo acumulado por los usuarios de moneda que incurren en el déficit.

Algunos critican la TMM por adoptar este punto de vista consolidado respecto del sector público. Señalan que el Tesoro y la Fed no están operativamente integrados, sino que mantienen un grado substancial de independencia operativa. No es mala objeción, y es bueno tenerla en cuenta, cuando uno se dispone a hacer afirmaciones generales sobre lo que el Estado puede y no puede hacer. La capacidad del Estado para llevar eficientemente a la práctica lo que en principio puede hacer depende de la naturaleza de las instituciones y del modo en que esas instituciones se organizan y se integran.

Pero si lo que nos proponemos es entender el papel del Estado en su conjunto en nuestro sistema económico, el punto de vista que hemos llamado consolidado es muy fértil. Podemos concebir el mundo económico como una colección de balances. Cada hogar tiene su propio balance, pero cuando tratamos de entender el conjunto del sector familiar, lo que hacemos es amalgamarlo en uno esos balances para poder proceder al análisis teórico. Análogamente, si lo que nos proponemos es comprender el papel económico y los poderes del conjunto del Estado, necesitaremos agregar todos los balances públicos en uno.

Dinero, crédito y pasivos del Banco Central

Se dice a veces que todo el dinero no es más que una forma de crédito (o de deuda, según del lado que miremos las cosas), y que la moneda emitida por el Estado representa una deuda o un pasivo del Estado. Desde luego esta idea del dinero como deuda parece verdadera cuando se consideran ciertas formas de dinero. Los depósitos a la vista de los bancos comerciales, por ejemplo, son, obviamente, pasivos del banco. Cuando estás en posesión de un depósito de ese tipo, tu banco te debe algo, y tú tienes derecho a ir a tu banco y exigir lo que te debe.

Toda deuda es una deuda de algo. Así que, en relación con cualquier deuda, podemos preguntar qué es lo que se debe, y en qué consiste el pago de la deuda. A veces, ocurre que una deuda puede ser totalmente saldada con otro instrumento de crédito, usado el cual, nada debe ya el deudor al acreedor. Si tienes un contrato con alguna empresa que te habilita para recibir algunos títulos emitidos por esa empresa, entonces puedes considerarte pagado cuando se hace entrega de esos títulos. Y eso es así, aun cuando los títulos mismos no son sino un instrumento de deuda. Pero, ¿en qué se fundan propiamente todos esos instrumentos de crédito?

En los EEUU, el papel moneda de que nos servimos se llama «billete de la Reserva Federal», y la ley lo contempla como un pasivo del sistema de la Reserva federal, lo mismo que un billete de un banco comercial es un pasivo del banco en cuestión. Esos billetes son también, de acuerdo con la Ley de la Reserva Federal de 1913, supuestamente obligaciones del gobierno de los EEUU, y «a demanda, deben canjearse por moneda legal en el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos sito en la ciudad de Washington, Distrito de Columbia, o en cualquier banco de la Reserva Federal».

Si esa afirmación es correcta, entonces el portador del billete de la Reserva federal tiene un título de deuda del gobierno de los EEUU, y el gobierno le debe algo a ese portador. Lo que sugeriría que no hay diferencia entre los billetes de la Reserva federal –y acaso los balances bancarios de reserva en la Fed— y los balances de los depósitos a la vista corrientes que sus clientes tienen en los bancos comerciales. En uno y otro caso, se trata de deudas: de pasivos de sus respectivos bancos de emisión. Pero si un billete de la Reserva Federal es un pasivo de la Fed, ¿de qué es ese pasivo? ¿Es una deuda de «moneda legal», como declara la Ley de la Reserva Federal? ¿Y eso qué es? ¿Acaso el billete de la Reserva Federal no es ya moneda de curso legal? Y si hubiera otro tipo de moneda de curso legal, y si el dinero fuera siempre un instrumento de crédito que representara una deuda de algún tipo, entonces ¿de qué es deuda esa hipotética moneda de curso legal? ¿Tal vez de alguna moneda de curso legal aún más misteriosa?

La línea seguida corrientemente por la Fed parece acordar con esa concepción del dinero como pasivo. El balance general oficial publicado por la Reserva Federal contabiliza la moneda en circulación, junto con las reservas del banco, como pasivos del banco central. Si la Fed compra un título del Tesoro a un comerciante privado, el título entra en el balance de la Fed como un activo, y el dinero desembolsado por el título, como pasivo.

¿Pero es adecuada esa posición oficial? ¿Es el dólar circulante un pasivo de la Fed? Si lo fuera, sería desde luego un tipo bien particular de pasivo. Un pasivo es algo que se debe; y poseer un pasivo es poseer algo que representa un valor negativo; representa un valor negativo para la persona que tiene el pasivo, porque es una promesa de pago futuro. Normalmente, la obligación de efectuar pagos representa una pérdida futura, porque el pago disminuirá el volumen de riqueza de esa persona. Pero cuando alguien posee un billete de la Reserva federal, ¿qué más debe el Estado a esa persona?

Con los debidos respetos a la narrativa oficial de la Fed, yo creo que la imagen de la moneda como pasivo es harto confundente, por decir lo menos. En realidad, la moneda en circulación no representa un pasivo del Estado en ningún sentido económico relevante, y el hecho de que así se registre en el balance general de la Fed no es sino una anticuada convención contable.

Imagina que eres un criador de vacas lecheras. Unas vacas muy especiales: son inmortales; ni envejecen ni enferman. Una vez crecidas, todas producen diariamente la misma cantidad de leche mientras viven, es decir, para siempre. Las vacas son idénticas entre sí; la calidad de su leche, exactamente igual. Son muy difíciles de criar, y como podría muy bien sospecharse, hay una enorme demanda de ellas. Puedes criar cinco al año, y las vendes todas a un precio muy elevado. La venta de esas vacas monta prácticamente tanto como todo tu ingreso.

Supón ahora que decides construirte una nueva casa y que decides pagarla con un pagaré. El pagaré es una vaca del año próximo. Una vez has ofrecido el pagaré y el constructor te lo ha aceptado, el pagaré se convierte en activo del constructor y pasivo tuyo. Debes al constructor algo de valor, una vaca que vale un quinto de tus ingresos anuales. Cuando entregas la vaca, tu volumen de riqueza disminuye. Eres una vaca más pobre. Ojala lo valga la casa.

Ahora supongamos que con cada vaca vendida, emites al comprador un «certificado de substitución». Esos certificados te comprometen: si por cualquier razón el comprador de la vaca se cansa de ella y desea cambiar esa vaca por otra, se le permite hacerlo. Tu aceptas la vieja vaca y le das otra nueva al comprador.

¿Representan un pasivo para ti esos certificados de substitución? Recuérdese que esas vacas son totalmente idénticas entre sí. Las viejas vacas no se gastan, no envejecen, no se vuelven perezosas, ni darán menos leche. Cualquiera de las vacas es tan buena como otra. Si recibes una vaca para substituirla por otra, la vaca que recibes es tan buena como la que das a cambio. Puedes venderla por tanto dinero como habrías conseguido por la otra.

Así pues, no, los certificados de substitución que has emitido no representan un pasivo, no representan un valor negativo para ti. Representan, sí, una obligación, porque al emitir los certificados te obligas a cambiar la vaca, si así lo exige el comprador. Pero cuando realizas esos intercambios, no terminas ni más rico ni más pobre que antes de efectuarlos. Así que esas obligaciones no son pasivos.

Es claro: los balances de los depósitos a la vista de los bancos comerciales –que son pagarés de los bancos comerciales— son muy distintos de la moneda y de las reservas bancarias emitidas por la Fed. Cuando tienes un depósito a la vista, el banco realmente te debe algo, y si exiges el pago de ese algo, los activos del banco quedarán disminuidos cuando se efectúe el pago. Y la cosa que el banco debe es algo, cuya producción no controla el banco. No está permitido a los bancos comerciales imprimir moneda en papel o acuñar moneda metálica de los EEUU. No les está permitido crear sus propias reservas en la Fed. Tiene que comprar esas cosas al Estado, y para comprarlas, tienen que pagarlas.

Pero el Estado controla completamente la producción de moneda. Puede producir moneda papel y metálica a un coste real que es mucho, mucho más bajo que el valor corriente de mercado de la cantidad nominal del dinero producido. Y puede producir reservas bancarias a coste prácticamente cero, simplemente abriendo cuentas en pantallas de computador. Y la Fed puede llevar a cabo todas esas operaciones siempre que le de la gana, restringida sólo por sus propios objetivos de política monetaria, no por restricciones financieras consubstanciales. La Fed no tiene un volumen finito de dólares. Cuando emite alguna cantidad de dólares, no tiene que disminuir en modo alguno su volumen de dólares.

Se han dado otras razones para tratar la moneda como un pasivo del estado. Se dice a veces que los dólares son un pasivo del Estado a causa de la obligaciones fiscales que el Estado impone. La lógica de ese argumento parece discurrir como sigue: supongamos que Pedro debe a Paula una deuda de 1.000 dólares, pero Paula también debe a Pedro una deuda de 1.000 dólares. Supongamos que la deuda de Paula a Pedro está representada por un bono que Paula ha emitido a Pedro por un valor nominal de 1.000 dólares. Pedro puede servirse de ese bono para pagar la otra deuda, la deuda que debe a Paula. Al hacerlo, ambas deudas quedan saldadas; se cancelan mutuamente.

Supóngase ahora que Paula es el Estado y Pedro debe a Paula 1.000 dólares en impuestos. Da un billete de mil a Paula, y la obligación queda cancelada. ¿Acaso no sugiere la similitud de los dos casos que el billete de mil es algo parecido a un bono de 1.000 dólares, es decir, una deuda que el Estado debe a Pedro, y que el billete de mil cancela la obligación fiscal del mismo modo que el bono de 1.000 dólares en el primer ejemplo saldaba la deuda de Pedro?

No creo yo que sea ése el mejor modo de ver el billete de mil dólares. Considérese, si no, esta otra analogía: supongamos que eres un empresario, el propietario de un negocio dedicado al hogar y al jardín. Un tribunal te ha requerido para que me entregues 100 sacos de fertilizante orgánico. Tengo la orden judicial en mi poder, que representa para mí un activo de 100 sacos de fertilizante orgánico (SFO). Una vez emitida la orden judicial por el tribunal, mi situación ha mejorado. En el momento de hacer entrega del fertilizante, tu obligación queda cancelada. ¿Pero significa eso que los 100 sacos de fertilizante orgánico que tenías en tu poder antes de que los entregaras representaban un pasivo para mí porque podías usarlos para cancelar tu obligación? No, obviamente no. Si hubieran sido un pasivo para mí, entonces el activo de los 100 SFO representado por la orden judicial quedaría cancelado por mi posesión de un pasivo de 100 SFO del mismo monto, con un valor neto de monto igual a cero.

Ahora puede verse la diferencia entre el primer caso –la deuda de Pedro con Paula— y el segundo caso del fertilizante orgánico debido por el empresario. Supongamos que por alguna razón la deuda de Pedro con Paula es cancelada por un tribunal de justicia, pero dejando intacta la deuda de Paula. Entonces Paula tiene todavía un pasivo: sigue debiendo algo a Pedro, algo representado por el bono en posesión de Pedro. Pero en el segundo caso, si la deuda del empresario es cancelada, entonces simplemente he perdido un activo. Y no tengo un pasivo pendiente. No debo nada al empresario.

Creo que debemos ver las obligaciones fiscales más como la obligación del fertilizante orgánico que como la deuda de Pedro a Paula. El empresario de objetos de jardinería posee una deuda debida a mí, y también posee los medios para saldar esa deuda. Pero el hecho de que posea esos medios no implica que eso medios representen un pasivo mío. Análogamente, si algún ciudadano tiene una obligación fiscal con el Estado y posee los dólares necesarios para cancelar esa obligación, eso no implica que los dólares representan algún pasivo para el Estado. Si lo representaran, si el dólar fuera una suerte de título emitido por el Estado, entonces si algún tribunal de justicia cancelara por cualquier razón la obligación fiscal del ciudadano, el Estado seguiría debiendo algo al ciudadano. Pero no es así. Una vez ha sido cancelada una obligación fiscal, las cuentas están claras entre el ciudadano y el Estado.

Otra razón aducida para decir que los dólares representan un pasivo del Estado sugiere que el Estado tiene una obligación general de sostener el valor de mercado de los dólares en circulación. Por analogía, supón que eres el custodio de un museo que alberga una colección de pinturas de la que estás al cuidado. Supón que el valor de mercado de esas pinturas es de mil millones de dólares. Supón también que estás legalmente obligado por los términos del contrato de custodia a preservar el valor de mercado de las pinturas. Cada año, ingresas en tus libros de contabilidad el coste de conservación de las pinturas. ¿A cuánto asciende? ¡Desde luego a mucho menos de mil millones! De modo que, aun si el Estado posee un genuino pasivo con la obligación de preservar el valor de la moneda en circulación, ese pasivo de ningún modo se acerca al valor de esa moneda. El pasivo del Estado respecto de un dólar en circulación no es un dólar, sino una ínfima fracción de un dólar.

¿Por qué, entonces, la Fed da cuenta de sus dólares de este modo? ¿Por qué registra la moneda en circulación como un pasivo nominal igual al valor nominal de la moneda? Yo me atrevo a sugerir que las prácticas contables de la Fed son sólo tradiciones anticuadas que conservan la ilusión de convertibilidad del patrón oro de los viejos tiempos, contabilizando la moneda emitida como un instrumento de deuda o pagaré de la Fed, según se hacía en los días pre-fiduciarios, cuando la moneda del Estado no era sino otra promesa más de crédito bancario canjeable por otra cosa. Pero en los tiempos de la post-convertibilidad y del dinero verdaderamente fiduciario esa práctica contable no es sino una provecta convención sin fundamento en la realidad económica. Carece totalmente de sentido la idea de que la moneda y las reservas emitidas por la Fed representan derechos a algo que la Fed debe al portador de la moneda. Ni tiene el menor sentido económico la idea de que una situación de fondos propios negativa de la Fed –una Fed con pasivos superiores a sus activos— representa un estado de bancarrota, como sería el caso si la moneda emitida fuera un verdadero pasivo. La Fed no puede quebrar. [Final de la primera parte.]

Dan Kervick es doctor en filosofía por la Universidad de Massachusetts, especialista en la filosofía de David Hume. Sus áreas de investigación son la teoría de la decisión racional y la metafísica analítica, y colabora regularmente en el blog de teoría económica postkeynesiana New Economic Perspectives.

Traducción para www.sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro

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