Raúl Solís
El nacionalismo conservador catalán ha salido del armario. Con la ayuda de la derecha centralista planea dar un Golpe de Estado al pacto constitucional de 1978 para expulsar a Andalucía del estatus de nacionalidad histórica. Con la música de fondo de la crisis de la deuda y la inestabilidad en los mercados financieros, Duran i Lleida no ha tardado en defender una España asimétrica en la que “sólo Cataluña, Euskadi, Navarra y Galicia” conserven la autonomía política. Para el resto de comunidades autónomas, el líder del partido más derechista, insolidario y cerril de CiU aboga por “un grado mínimo de descentralización”.
Este affaire repentino que viven el nacionalismo catalán y la derecha española ha nacido como una entente estratégica para desmantelar las conquistas sociales a cambio de que el PP acepte una involución en el Estado Autonómico y reserve los máximos niveles de autogobierno a la España del norte.
Se trata de gestar el plan pensado en la Transición y que Andalucía hizo saltar por los aires. La víctima, de esta relación peligrosa, será Andalucía. Por rebelde, indomable, vaga, subsidiada, deficitaria, izquierdista, equivocada e inconsciente. Por votar lo que no debía. Por romper el silencio de los vivos.
En Madrid, el secretario de Estado cuestiona las cuentas públicas de Andalucía sin dar datos concretos sobre la supuesta desviación del déficit que denuncia; en Bilbao, el PNV ataca la irresponsabilidad de Andalucía y llama a replantear el modelo de “café para todos” -achicoria para los andaluces-; en Barcelona, Duran i Lleida muestra su preocupación de que el café generoso deje a Cataluña sin café; y, como no, Rosa Díez, en su papel estelar de Isabel la Católica, denuncia en el Congreso de los Diputados que la estructura autonómica es “elefantística” y que “no hay vergüenza ni Estado capaz de soportar este modelo político”. Sin olvidar a la Thatcher madrileña.
Por su parte, los ecosocialistas y comunistas de ICV se alían con Duran i Lleida al “café para todos” pero recuerdan que Baleares y la Comunidad Valenciana también tienen derecho al autogobierno porque tienen “lazos lingüísticos, culturales e históricos” con Cataluña. Además de los lazos enumerados, ICV tiene lazos electorales con los partidos nacionalistas baleares y valencianos que necesita mantener ante una posible encontronazo con IU de cara a las próximas elecciones europeas.
Ni Navarra ni Baleares ni la Comunidad Valenciana conquistaron en la calle los máximos niveles de autogobierno; Andalucía, sí. Sin embargo, en este festival para reeditar la España autonómica no cabe Andalucía. ICV se define como federalista de izquierdas pero no tiene pudor en expulsar a Andalucía de su propia utopía como pueblo. Poco de izquierdas es un partido político que no tiene reparos en defender una España rica, en el norte, y una pobre, en el sur. Y que, además, defiende un pacto fiscal para limitar la solidaridad catalana con el Estado.
Los enemigos del “café para todos” y achicoria para Andalucía quieren culpar a las autonomías del elevado déficit del Estado, a pesar de que es la Administración General del Estado la que ha incurrido en el doble de déficit que las comunidades autónomas. Lo que subyace en el fondo de este debate es la andalufobia que sufren los nacionalismos del norte y la derecha española. Quieren destruir nuestra conquista como pueblo porque nuestra comunidad es “artificial” frente a las “naturales”.
Tanto a CiU como al PP les molesta profundamente que Andalucía haya recobrado su peso en el Estado, votando en contra de lo esperado y diferente al resto de España. De ahí que cuestionen nuestra solvencia financiera basándose en rumores de las empresas que proveen de material sanitario a la Junta de Andalucía. De chiste si no fuera porque el objetivo que esconde la gracia es demasiado escabroso.
En esta Legislatura, los andaluces tenemos que organizarnos cívicamente para salir a la calle a reeditar la utopía del 4 de diciembre de 1977. Y para esta causa, necesitamos un Gobierno andaluz estable y firme ante las amenazas que atentan directamente contra la autonomía andaluza. El andalucismo político tiene que volver a ser la vanguardia que encabece las aspiraciones de autogobierno del pueblo andaluz. Y, por supuesto, el andalucismo no puede ser de otra cosa que de izquierdas.
La guerra contra la autonomía andaluza no es por un simple concepto jurídico etéreo, sino contra la potente herramienta que los andaluces tenemos en nuestras manos para decidir de qué manera salimos de la crisis. Que los ataques a la autonomía, a cara descubierta, hayan comenzado justo tras las elecciones andaluzas no es por azar. La andalufobia combate nuestro autogobierno porque sabe que es la puerta que nos permite salir de la crisis por la izquierda.