Raúl Solís
La fotografía del rey, delante de un elefante asesinado por manos reales, es la imagen de la crueldad, de la ostentación del poder e impunidad de la que goza una institución tan poco democrática como incomprensible en pleno siglo XXI. De no haber sido por el accidente del rey, no nos hubiéramos enterado que el jefe del Estado es aficionado a la caza de animales en riesgo de extinción a costa del erario público. Tampoco hubiéramos tenido noticias de que la pose de familia ejemplar es la escenificación artificial de una estirpe que no tiene nada de modélica ni de familia ni de real.
Los cuernos de marfil nos han permitido descubrir más cuernos en una familia a la que se le mantiene para que, al menos, mantenga las apariencias. De no haber sido por el estallido informativo -en medios de comunicación fuera del establishment– no sabríamos que el rey tiene una amiga especial, aficionada a la caza de lujo y con contactos con la jet set mundial, que acude con él a más de un acto oficioso, en sustitución de la reina Sofía.
Nunca hubiéramos sospechado que Juan Carlos de Borbón no acudió a visitar a su nieto mayor a la clínica donde está hospitalizado, tras el accidente sufrido por jugar a un juego tan de niños de 13 años como las armas de fuego; tampoco hubiéramos sabido que la reina pasa la mayoría de su tiempo en Londres, en compañía de su hermano Constantino; ni que los reyes son una pareja separada de hecho que mantiene la formas para no estropearle el reinado a su hijo Felipe.
Nadie se podía imaginar que quien ostenta la jefatura del Estado acudía a países pobres de solemnidad a cazar elefantes, a pesar de que Juan Carlos de Borbón es el presidente de honor de la ONG ambientalista WWF. Quién iba a pensar que la semana en la que la prima de riesgo española estaba desbocada, su majestad no estaría en su despacho del Palacio de la Zarzuela ejerciendo su obligación constitucional.
Quién iba a imaginar que la reina no acompañaba a su marido a los viajes privados de éste, mucho menos después de que el último acto público de la Familia Real fuera la asistencia a la misa de Pascua con la teatralización de familia católica ejemplar.
Otra sorpresa, gracias a la afición de Juan Carlos de Borbón a la caza de elefantes, es que el PSOE no valora los viajes privados del rey. La verborrea republicana, izquierdista y democrática, con la que el PSOE arenga a sus militantes en las Casas del Pueblo, ha quedado sepultada con el silencio infame que los socialistas guardan respecto a una actitud tan bochornosa como cruel. Apelan a la responsabilidad para no condenar una actitud tan irresponsable como inmoral.
Tampoco nos imaginamos nunca que tendriamos que informarnos a través de un periódico venezolano de que al rey se le vincula sentimentalmente con una princesa alemana. Ni que la RTVE fuera a recibir presiones para que no informe más de la cuenta. Ni que los periodistas se iban a volver a imponer la autocensura para escribir sobre el monarca, con el fin de no romper la «inviolabilidad» constitucional de la que goza la Corona.
No obstante, el accidente del monarca español nos deja más dudas que certezas. ¿Cuánto costó el traslado desde Botsuana a España? ¿Qué personas -funcionarios públicos- lo acompañan en sus viajes privados? ¿Qué hay de cierto en los rumores que dicen que la Familia Real es una familia “desestructurada”? ¿A qué extraño motivo se debe que Juan Carlos de Borbón y toda su estirpe acudan a clínicas privadas y no a la sanidad pública? ¿Es cierto, tal como apuntan algunas fuentes, que la Casa Real tiene contratos con la sanidad privada, gracias al cual los borbones no pagan la atención sanitaria, a cambio de publicidad gratuita?
El nuevo escándalo de la monarquía española cuestiona el modelo de Estado, pone en entredicho la calidad de una democracia construida sobre el miedo que impide a los grupos parlamentarios de la izquierda preguntar, en el Congreso de los Diputados, cuánto, cómo, dónde y de qué manera se gasta el dinero público la Familia Real. Además, las aventuras de Coronel Tapioca del jefe de Estado español han vuelto a recordar a los periodistas qué es la autocensura: la peor de todas las censuras. La autoncensura no se produce debido a la incapacidad de ser libre de los profesionales de la información, sino por las presiones políticas y económicas que éstos padecen. No hay mayor censura que el saber que el tratamiento diligente de una información te puede colocar en la calle.
La monarquía parlamentaria española es un sistema democrático imperfecto porque existe un poder público constitucional que no está sometido a los controles democráticos. Es decir, los ciudadanos no tenemos la capacidad de conocer, controlar y enmendar los comportamientos de esta familia NI-NI que está ilegitimada moralmente y con una insuficiencia aguda de legitimidad democrática.
No sabia que el rey fuera el presidente de WWF, pero espero que despues de ver esta foto, le sea retirado tal cargo, que no creo que haya recibido como regalo divino, como la corona de España. Aunque tengo mis dudas, porque el rey es famoso por las cacerias de ciervos, (u osos rumanos), y nada ha pasado hasta la presente.
¡¡¡¡REPUBLICA YA!!!!