Raúl Solís | Los actuales sistemas europeos de protección social surgieron tras la II Guerra Mundial, a merced de un pacto entre liberales y socialdemócratas. Los liberales renunciaron a su maximalismo ideológico, reducir el Estado a la nada; los socialdemócratas dejaron atrás el marxismo, aceptaron la democracia liberal y el libre mercado. Los liberales y democristianos aceptaron el Estado social y los socialdemócratas hicieron lo propio con el capitalismo. Resumidamente, y con muchos matices, así nació el modelo político europeo que estamos enterrando.
Como consecuencia de este pacto no escrito, Europa consiguió crear sociedades prósperas en las que la cuna no marcaba el destino. Al menos, no de manera irremediable. Ascendió de las alcantarillas de la desigualdad una gran clase media que hizo posible la paz social, altos parámetros de igualdad y espantó el fantasma de los conflictos bélicos. La universalidad de los servicios públicos fue la garantía de que las élites económicas no lucharían para derrumbar el sistema en el que ellos mismos estaban incluidos como usuarios.
Por su parte, las clases populares sentían que formaban parte de un todo. De un sistema que daba el mismo servicio al dueño de una industria siderúrgica alemana que al obrero español que emigró de la depresión económica del Franquismo. Este consenso fue fundamental para lograr los acuerdos que dieron lugar al nacimiento de lo que hoy conocemos como Unión Europea. No es casual que sea en el seno de la UE donde se está tramando el desmantelamiento del Estado social, ante la mirada atónita de una socialdemocracia que es incapaz de proponer una alternativa real que no sea exclusivamente la defensa a los ataques de la derecha.
De la actual eurodepresión, la socialdemocracia ha sido tan espectadora y ejecutora como los democristianos. ¿O acaso pensaron que el Tratado de Maastricht serviría para conservar el Estado del Bienestar? ¿O que el Pacto de Estabilidad del Euro incentivaría el crecimiento económico? ¿O que el Banco Central Europeo sería el banco del euro? Ningún líder europeo socialdemócrata esgrimió oposición alguna en los Consejos Europeos donde se firmó de qué manera saldríamos de la crisis. Es más, el socialista español Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión Europea y responsable de Competencia, defiende unas tesis económicas tan radicales como las de la canciller alemana Ángela Merkel.
Ahora, con el estallido de la crisis de deuda y déficit, estamos contemplando que no todos renunciaron a sus fines últimos. La socialdemocracia sí se olvidó del marxismo. Sin embargo, ni liberales ni democristianos renunciaron a su modelo económico primigenio. Una vez caído el Muro de Berlín, fracasada la alternativa política al capitalismo, la derecha europea promocionó su ideología como la única posible. La socialdemocracia creyó que la reducción de impuestos al capital y rentas altas era de izquierdas y que, con ello, no peligraría jamás el pacto del Estado del Bienestar. De aquellos lodos nos llegan estos barros.
La crisis económica está siendo el subterfugio a través del cual la derecha económica está introduciendo sus máximas ideológicas. Que por supuesto no es el copago, ni subir las tasas universitarias ni recortar la protección social de las clases populares. La aspiración maximalista de la derecha económica es la total privatización de los sistemas sanitarios y educativos públicos. Reducir el papel del Estado para que únicamente vele por la libre competencia y la seguridad policial. Ni más ni menos que convertir a los ciudadanos en usuarios de las empresas privadas, a las que sí defenderá el Estado.
El copago es la primera puerta hacia el Estado asistencial que proyecta la derecha. Comienzan por dividir a los ciudadanos según su nivel de rentas. Adulterando el principio de igualdad que garantizan nuestros sistemas de protección social. En la enfermedad, nos diferenciaba el cuadro clínico, no el nivel de rentas; en la escuela pública, el hijo de un jornalero entraba por la misma puerta, usaba el mismo pupitre y tenía los mismos docentes que el hijo del señorito de su padre.
A partir de ahora, los desempleados, que no perciban prestación, sentirán la tiranía de una ideología que les hace rebajas en los medicamentos para que sientan que están siendo mantenidos por los pudientes. Los jubilados también estarán divididos entre no contribuyentes, pobres de solemnidad y capaces. Estos últimos se quejarán de ser los que están pagando los fármacos al resto de jubilados menos afortunados. Con lo que el conflicto social está servido y, como siempre, los culpables serán los pobres. Próxima estación: que sólo tenga acceso a la protección social quien la pueda pagar.
El copago persigue la ruptura del pacto social de la Europa de posguerra. Por el que la financiación de los servicios públicos estaba asegurada gracias a un sistema fiscal justo y progresivo. El Estado social, que según el dogma sin alma de la derecha europea “no nos podemos mantener”, no morirá por la crisis económica. Ni porque sea insostenible su financiación. El fallecimiento de la igualdad morirá porque la derecha ha encontrado en la crisis el arma para destruir un sistema que aceptó por pragmatismo histórico, no por convencimiento de que es socialmente insostenible convertir a los ciudadanos en clientes.