Mario Ortega./ La izquierda, la socialdemocracia, y particularmente la ecología tienen un problema con las palabras. Una vez tras otra cuando se acuñan novedades políticas por medio de una terminología concreta, ésta cae en el marco neoliberal y pierde de inmediato su significado, pasando las más de la veces a significar lo contrario. Otras son palabras que le son ajenas a su discurso ideológico. Pero hay una, una omnipresente palabra que vale tanto para un roto como para un descosido, igual sirve a la socialdemocracia y la izquierda como a la derecha liberal o neocoms.
Así, sostenibilidad se usa para hablar de la sostenibilidad del sistema bancario, de la deuda soberana o del sistema de pensiones, para llevarnos directamente a los recortes o la reconducción del dinero público hacia la banca privada o los mercados financieros.
Con austeridad pasa lo mismo, una palabra que surge en el marco antiproductivista y anticonsumista y que ahora significa recortes en sistema sanitario, educación, universidades, servicios sociales o políticas de igualdad.
Ambos términos son de los más usados actualmente en el discurso político, ambos albergan inicialmente la idea de límite propia de la ecología.
Otras palabras de uso político corriente son propias del neoliberalismo. Por ejemplo: flexibilidad y competitividad. La primera se usa para “eliminar las rigideces del mercado laboral”, la segunda para favorecer los procesos de liberalización de los sectores públicos entregándolos al dominio del capital.
Así las cosas, hay una palabra adaptable, ubicua, es crecimiento. No es casual, las dos grandes cosmovisiones que impregnan la política, son de raíz productivista. Comodín de los discursos electorales triunfantes, de los discursos del cambio, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda. Uno tras otro los gobiernos europeos que han tenido que gestionar la crisis están cayendo y caen “por el cambio”, un eslogan líquido, con la palabra crecimiento.
Aquí, el cambio llegó de la mano del PP para recuperar la senda del crecimiento tras el valle de lágrimas de unos años de austeridad. En Francia, la socialdemocracia francesa ha ganado las presidenciales, poniendo en el centro de su discurso electoral la necesidad de volver al crecimiento sin necesidad del valle de lágrimas. La metáfora del valle de lágrimas no es baladí, ahí radica ahora la diferencia entre el discurso de la derecha y el discurso de la izquierda.
Miméticamente el triunfo del PSF ha reconvertido el apagado discurso del resto de partidos socialdemócratas europeos, que han pasado en tan solo un par de meses de las premisas de contención del déficit público (convertido en deuda a los mercados) por la vía de la austeridad en la inversión pública, en el discurso de austeridad sí pero con crecimiento.
Hollande, lleva en su programa la tasa a las transacciones financieras, el control político del BCE y el cambio en sus prioridades, el impulso de los eurobonos (de momento tendrá que vérselas con Merkel) para inyectar liquidez en las cuentas de los estados que más difícil tiene de pagar lo que deben, entre otras medidas de política económica y fiscal que pongan límites al aumento de la desigualdad y el desempleo. En definitiva, volver a reequilibrar la transferencia de dinero desde el capital a las personas.
Sin embargo, no puedo imaginar que la socialdemocracia y sus teóricos no conozcan los límites del crecimiento. No alcancen a ver que la inyección de dinero sin más para el consumo de masas ahondará en la crisis sistémica, crisis que es energética, de escasez de materias primas, crisis alimentaria favorecida por el cambio climático, crisis de límites planetarios. ¿Usa la socialdemocracia la palabra crecimiento como marketing electoral, o tienen interiorizada la salida productivista y consumista a la crisis? Esa es mi duda.
Prefiero lo primero a lo segundo, el marketing a la fe, al menos así hay margen para la influencia desde los presupuestos ecológicos, si es lo segundo, nos encaminaremos a situaciones aún más duras que las vividas.
Entre tanto, hagamos que el significado de las palabras caigan del lado de la búsqueda de la felicidad colectiva. Y digamos lo que venimos diciendo, el verdadero desarrollo es el desarrollo humano, el crecimiento de lo que no tiene valor de mercado.
¿Y que hay de la falsa etiqueta de «izquierda» cuando se usa para amparar políticas neoliberales y una cleptocracia inoperante de décadas en Andalucía?