Jorge Costa Delgado.Grundmagazine.
Apostar por la democracia en política supone aceptar el igual derecho de los ciudadanos a la participación en la toma de decisiones políticas. Este ideal requiere de diseños institucionales que permitan desarrollarlo, siempre de manera imperfecta: el 15-M se caracteriza –y eso parece su principal novedad– por un modelo de participación dotado por una serie de mecanismos que pretenden crear un espacio de debate, toma de decisiones y acción política, basado en el asamblearismo y la horizontalidad [http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2012/05/el-secreto-del-15m.html]. Esa peculiaridad, unida a otros factores que modificaron las exigencias culturales e ideológicas que otros movimientos sociales venían imponiendo como condición de acceso a la participación, hizo posible que el movimiento gozara de un amplio respaldo. Sin embargo, es bien sabido –como se denuncia desde el 15-M– que un modelo formalmente democrático, por su auto-representación o por su diseño institucional, no garantiza que las prácticas que los agentes desarrollan en él sean igualmente democráticas.
Con frecuencia, en las asambleas del 15-M uno se puede encontrar con intervenciones que tienen una doble función: reforzar la identidad y la energía emocional del grupo (colectiva) y alimentar el ego y la sensación de pertenencia de quien la enuncia –ante una sanción positiva por parte de quienes asisten a ella– (individual). No conviene desdeñar estas intervenciones: tienen un evidente efecto político y son una forma de participación, que hace accesible el movimiento a quienes quizás, de otra manera, no estarían en él. Pero tampoco conviene confundirse: ¿es esta una práctica, una forma de participación política democrática? Si uno se enfrenta a esta cuestión desde una posición radicalmente democrática (Lenin –de nuevo la distancia entre discurso y práctica…– decía que el único sistema que permite dirigir el estado a una cocinera es el sistema de los soviets, valdría decir movimiento social por estado y asambleas por soviets, para la coyuntura actual) no puede evitar observar que los distintos tipos de intervenciones distribuyen diferencialmente la responsabilidad en la toma de decisiones, esto es, introducen oligarquías de hecho –por acción o por omisión– en un mecanismo formalmente democrático.
Reivindicar la democracia o una “posición radicalmente democrática” no es un concurso de popularidad o de retórica demagógica, que pueda resolver, atendiendo a encendidas proclamas, la verdad o la superioridad moral de una opción sobre otra. Para mí, aspirar a la plena igualdad en la toma de decisiones políticas en el ámbito del 15-M implica, en primer lugar, reflexionar sobre las condiciones de acceso a la palabra libre [http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2011/07/el-agora-griega-y-el-15m.html#links] y, segundo, delimitar la esfera social en la que esta aspiración es legítima –la toma de decisiones políticas– y regular las relaciones con otros ámbitos que atienden a lógicas diferentes.
Sobre lo primero, José Luis Moreno Pestaña indica cuatro condiciones para el acceso a la palabra en las asambleas: la libertad material para hacerlo, el prestigio, la existencia de un particular criterio para evaluar la verdad de lo que se dice, y el coraje. De esa libertad material ya se ha hablado otras veces: los ritmos asamblearios y el calendario de movilizaciones y acciones debería pensarse de manera que garantice la participación efectiva de un sector social lo más amplio posible. Con frecuencia se impone el ritmo de una vanguardia con mucho tiempo libre y un concepto muy particular y restringido de la militancia política. A ello se suma la exigencia cultural e ideológica que perpetúan la mayoría de las tradiciones de izquierda. Pese a todo, parece que este problema es cada vez más visible para quienes participan en el 15-M. El prestigio, por su parte, no es monolítico, consecuencia lógica de la pluralidad de la composición del movimiento: uno puede ser premiado con los aplausos y el reconocimiento de un determinado público y con la indiferencia o el rechazo (normalmente silencioso, por la inclusividad y el respeto que suelen caracterizar al movimiento) de otro. Pero, respecto al tema que aquí interesa, hay formas de prestigio que van asociadas a una mayor incidencia sobre el poder de decisión y que tienden a manifestarse más en comisiones o grupos pequeños, aunque luego tengan repercusiones mucho más amplias, hacia fuera –declaraciones públicas, poder de representación simbólica del movimiento, relaciones con ámbitos ajenos al 15-M donde se juega el papel de “voz autorizada” por la experiencia y participación en la movilización…– y hacia dentro del movimiento –organización de actos, asambleas, documentos, movilizaciones… –. Otras formas de prestigio, como las que reflejan el tipo de intervenciones que describía al principio, suelen darse en los espacios donde la participación es masiva y la necesidad de concretar medidas se presenta con menor urgencia, como en las asambleas generales: allí se da una exhibición pública que se entiende como aparente participación política, cuya repercusión sobre la toma de decisiones políticas es, en todo caso, negativa, ya que dispersa los debates y abona el campo, como veremos más adelante, a la demagogia. La distribución desigual del capital cultural es fundamental para comprender esta oposición, pero no basta: para estar en comisiones y grupos pequeños es necesario tener, además del capital cultural específico requerido, la paciencia y la habilidad para poder permanecer en el movimiento sin un desgaste emocional inasumible, compartiendo espacios con públicos y lógicas ajenos a los que se considera legítimos (algo que puede proceder de redes de apoyos y capital militante); para exhibirse públicamente, son necesarios una serie de recursos (disposición corporal, retórica, dominio de una serie de lugares comunes –lo que también es una especie, menos legítima, de capital cultural–…) y la presencia de públicos amplios con los que conectar, sin los cuales, pasado cierto tiempo, uno se aburre. La cuestión es que no sólo existen prestigios plurales, sino también, tomando como referencia lo puramente político –el poder: la toma de decisiones–, una jerarquía entre ellos. Es decir, que existe una dominación simbólica que se traduce en dominación política y que, además, los agentes implicados tienden a desconocer (y a enfrentarse a quienes la evidencian) puesto que, tanto para dominantes como para dominados, esa dominación es el fundamento de su participación en el movimiento: les permite ocupar un lugar en él. Ello dificulta enormemente las posibilidades de profundizar en la construcción democrática del 15-M.
El problema del criterio de la verdad en el acceso a la palabra en las asambleas permite introducir –y así hacerlo de manera contextualizada– la cuestión de la autonomía de las distintas esferas sociales, es decir, la segunda condición que planteaba para desarrollar una “posición radicalmente democrática”. Si se quiere garantizar un espacio político democrático, es necesario comprender que hay otros espacios sociales donde la democracia no puede ser el principio que rige su funcionamiento. Por ejemplo, el campo científico. Cada disciplina tiene una tradición y unas reglas específicas, que es necesario manejar con cierta soltura, para poder hablar con propiedad sobre la materia. Si uno quiere hablar de historia, de filosofía, o de matemáticas, debe adquirir previamente una serie de competencias que lo capaciten para ello. En cambio, para la política, desde una perspectiva democrática, no hay, por así decirlo, un examen de acceso, en tanto que lo que allí se dirime determina el modo en que una comunidad se organiza, decide cómo va a vivir su vida en común (aquí conviene distinguir entre política e historia o sociología política, que es, sea buena o mala historia o sociología, a lo que nos referimos cuando decimos que alguien “sabe de política”). Evidentemente, en una sociedad compleja como la nuestra, esta organización de la vida en común requiere de informes técnicos y competencias específicas que nos permitan un conocimiento aproximado de aquellas realidades sobre las que queremos actuar. Pero, en último término, la decisión sobre cómo actuar debe ser colectiva. De ahí que sean imprescindibles dos tareas:
- Garantizar la autonomía de las distintas esferas sociales (no sólo la científica) que nos permiten informarnos sobre esta realidad que nos ocupa.
- Garantizar que la información que llega desde estas fuentes “autorizadas” (después de una larga y compleja evolución histórica) sea lo suficientemente plural y accesible para todos los que han de tomar una decisión política en particular.
En el 15-M, la cuestión de la verdad aparece íntimamente ligada a la del prestigio. El formato asambleario tiene dificultades para resguardar espacios de reflexión autónomos del ámbito político, aunque algunas comisiones o ciertos formatos de debate han tratado de cumplir, en parte, esa función. Pretender que esto ocurra de forma exhaustiva e institucionalizada en un movimiento social me parece una utopía; sin embargo, las formas de prestigio dominantes en el 15-M conllevan unos determinados criterios para medir la verdad de quien interviene en las asambleas sobre los que hay que reflexionar:
- Las personas dotadas de capital cultural (en un sentido amplio y muy especializado según las comisiones: jurídico en la comisión de apoyo legal, por ejemplo) y militante que tienden a tener más protagonismo en la efectiva toma de decisiones del movimiento, lo hacen atendiendo a lógicas propias de la reproducción del capital cultural y militante que ponen en juego en los espacios de decisión donde es eso, por necesidades prácticas, lo que se acaba imponiendo. Ese proceso, por otra parte, genera disputas incomprensibles para los profanos. Cuando, en determinados momentos del proceso de toma de decisiones o del debate político (particularmente, cuando el 15-M ha sido masivo, pero no sólo) esta forma de prestigio, digamos, de una élite, comparte espacios de discusión con la otra forma de prestigio alternativa, que es superior en número, la comunicación se hace tan difícil que la demagogia se impone por necesidad. Se abre entonces un círculo vicioso: la demagogia por sí sola no tiene capacidad organizativa y de acción, por lo que se impone el capital cultural y militante que ha sido capaz de soportar el proceso (con las renuncias que eso supone, o buscando espacios propios en algunas comisiones o asambleas muy específicas); mediante los malentendidos y ambigüedades que permite la demagogia se adopta un determinado programa de acción; cuando este programa de acción se va concretando, el apoyo se va reduciendo puesto que la mayoría lo siente como algo ajeno (no se comprende) o aburrido (no alimenta la energía emocional que se ha convertido en el principal motivo para participar en el movimiento); el movimiento se va cerrando en torno a esa élite que conecta muy esporádicamente con la masa social que apoya al movimiento, con motivo de grandes convocatorias o celebraciones.
- La falta de cultura política, es decir, la falta de conocimientos acerca de la historia política y de los entresijos de las relaciones entre los partidos políticos y movimientos sociales actuales, dificulta enormemente a quienes carecen de capital cultural y militante salir de la espiral de la identificación con la demagogia o del abandono. La debilidad y la fragmentación de la izquierda bloquean esta función que tradicionalmente cumplían sus organizaciones políticas, hasta ahora desconectadas de la mayor parte de los participantes en el 15-M.
- Un capital cultural disociado del compromiso político y una militancia política muy minoritaria (desconectada de una realidad social amplia) hacen que sus lógicas específicas (que, como hemos visto, no pueden ser intrínsecamente democráticas) y sectarismos tiendan a imponerse sobre una práctica política democrática.
- La buena voluntad, por lo general, no basta. Puesto que o bien, para hacerse entender, degenera en demagogia, o bien no se entiende, es aburrida y no puede competir con quien promete este mundo y el otro, ya que el principio de realidad no es una prioridad en muchos casos. De cualquier forma, este tipo de intervenciones no suelen encontrar mucho eco, o bien son incorporadas a algún otro discurso que acaba fagocitándolas.
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La única salida es el coraje. La cuarta condición para una toma de palabra libre. La aspiración a un coraje democrático, no limitado por un prestigio muy desigualmente distribuido, que, al lograr expresarse, transforme con su propia participación las actuales nociones de prestigio, verdad e incluso libertad material. Y apropiándose por tanto, de un impulso, el del 15-M, que ofrece hoy por hoy más oportunidades para ello que el repertorio que pueda tener cualquier otro movimiento político. Creo que eso es indiscutible. Que ocurra dentro del propio 15-M o que ese impulso se traslade a otros espacios es indiferente.
¿Cuáles son las condiciones para ese coraje? ¿Cómo puede darse una participación masiva y radicalmente democrática? Hay experiencias esperanzadoras. Asistí en Sevilla, hace dos semanas, a un debate sobre movimientos sociales organizado por una asamblea del 15-M: una exposición bien preparada, sin guiños panfletarios, ronda de preguntas centradas sobre el tema de discusión, diálogo entre los asistentes y buen ambiente. Incluso las inevitables intervenciones con más afán de protagonismo que contenido trataban de conectar con el debate que se mantenía. Ante esto, los que somos críticos con estas intervenciones debemos callarnos y preguntarnos, sinceramente: ¿de qué otra manera puede esperarse un cambio en este sentido? Ayer en la plaza Mayor de Madrid, un debate sobre educación, con una estructura similar, pero con varios ponentes. Intervenciones, por lo general, bien preparadas y turnos de palabra bien regulados para discutir sobre lo expuesto. Mucha asistencia y participación muy transversal: casi todos los niveles educativos estaban representados. En el haber de ambas experiencias: preservar un espacio autónomo para una formación seria, abierta al intercambio con los asistentes y ligada a problemas específicos del movimiento; un ambiente acogedor, que invitaba a la participación, con posiciones diversas compartiendo un mismo espacio, muy lejano de las duras y viriles tomas de posición que caracterizan a otros entornos; la existencia de un tiempo para compartir experiencias y celebrar el encuentro, separado del propio debate (cada cosa a su tiempo): las cervezas en local y en un bar tras el debate, el coro de Sol en la plaza Mayor cantando los “Cuatro muleros”… En el debe: lograr que lo discutido y aprendido en esos debates se afirme como bagaje cultural del colectivo y se aplique e informe a los espacios de decisión propiamente políticos, protegiéndose de otros discursos que jamás podrían imponerse en el debate abierto y bien reglado; las intervenciones más sobradas de demagogia y carentes de contenido procedían de estudiantes universitarios: el movimiento estudiantil universitario, y quienes acuden a él como referente o esperanza, debería hacerse una seria autocrítica y, a partir de ella, tratar de encontrar la manera de conectar con el resto de la comunidad educativa, sin culpar del fracaso, como viene siendo habitual, a agentes externos.
Quizás en los próximos meses tengamos más respuestas. La huelga de todos los niveles de educación del 22 mayo es histórica. Parece una gran oportunidad, a la vez que plantea serias dudas sobre las fuerzas con las que contamos para un pulso que se antoja crucial. Hay nuevos espacios de participación y ésta se hace cada vez más urgente: pensemos y actuemos para que sea más democrática. No es solamente una cuestión de principios: la experiencia del último año demuestra que sólo así podrá ser más efectiva.
Publicado en: http://www.grundmagazine.org/2012/coraje-y-oportunidades-para-una-participacion-democratica/
He de discrepar contra la arbitraria crítica de Pepe Moreno. El sentido crítico del «morisko indignao» me parece muy refrescante entre tanta «adjuntía» de orgánicos intelectualillos descerebrados y fuegos fatuos de guardianes de las esencias, totalmente irrelevantes políticamente.
Por cierto, ya que plagias a Nietzsche con lo del «instinto de muerte», a mí me parece que sus aportaciones representan todo lo contrario: una manifestación triunfante de las fuerzas dionisíacas de la Naturaleza, apenas empañada por la falta de argumentos del típico resentido que sólo entiende de descalificaciones ‘ad hominen’.
Además lo de reivindicar «apertura en el espacio de discusión» desvela la clásica componenda barata del que únicamente esatá acostumbrado a expresarse en marcos preestablecidos, cuadriculando el pensamiento libre, del encasillamiento ideológico mediocre y desfasado, enemigo de nuevas formas de expresión y convergente con trasnochadas posiciones totalitarias.
Nada más, tan sólo eso, gracias «morisko indignao» por tus vídeos ilustrativos y tus elocuentes mayúsculas. Sigue amando a la Vida y la Libertad con esa inmensa fuerza que nos llena de esperanza.
los comentarios de Morisko indignado prueban quelos recursos culturales no sólo puede ser una adjuntía del instinto de muerte -todos son iguales, todos son reaccionarios, menos los míos, los que yo veo y leo: nivelación a la baja, sinónimo de impotencia y odio a la vida- sino encubrir el pánico a la apertura del espacio de discusión (en dos minutos de vídeo y unas mayúsculas se arregla todo), como condición para mantener el monopolio de la perorata intelectual (a eso se le llama estalinismo, pero es otra cosa y está en casi todos los profetas con afán de exclusividad, esto es: en todos los ismos).
Y para terminar, en relación con las institucionalizadas «inteligencias», no olvidemos que el término maestro deriva de magister y este, a su vez, del adjetivo magis que significa ‘más o más que’. El magister lo podríamos definir como el que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos y habilidades. Por ejemplo, Magister equitum (jefe de caballería en la Antigua Roma ) o Magister militum (jefe militar).
El término ministro deriva de minister y este, a su vez, del adjetivo minus que significa menos o menos que. El minister era el sirviente o el subordinado que apenas tenía habilidades o conocimientos.»
EL LATIN NOS EXPLICA POR QUÉ CUALQUIER «TONTOLCULO» PUEDE SER MINISTRO PERO NO MAESTRO.
Estamos …?
Resulta ya un truco viejísimo y manido hasta la saciedad la solemne pontificación demagógica sobre la invalidación de todo Discurso Horizontal, desde una base popular, a no ser que se produzcan unas condiciones ideales que sólo, al parecer, conoce algún sagaz Kalicrates del intelecto iluminado por la momia de Lenin, trufada con el espectro de Wittgenstein. De lo que se trata, cínicamente, es de que el tiempo pase diletando entre foritos y cenáculos, para que todo siga igual. Ya se sabe entre reaccionarios solapados: más vale malo conocido…
Sin embargo, tantas peroratas y verborreas sobre si se apunta a la asamblea peripatética o al soviet de Rita la Cantaora con el moño de la Pasionaria, no consiguen ocultar LA CUESTION DE FONDO: ¿SE HAN DADO LAS CONDICIONES NECESARIAS PARA QUE EXISTA UNA DEMOCRACIA VERDADERA?
En este vídeo de poco más de dos minutos que nos ofrece la Asamblea de Indignados de Lleida alcanzaremos a ver el ORIGEN DEL PROBLEMA, sin marear la perdiz:
http://www.youtube.com/watch?v=a2nsFaff01s
Estimados amigos,
Al margen de las opiniones, estaría muy bien citar las fuentes, la foto que utilizan en el artículo es del amigo Antonio Rull @antoniorull para Eldiario.es @eldiarioes.
Saludos