NO hay metáfora más trágica de la vida que nacer llorando. El dolor del éxodo irreparable del seno materno es el primer síntoma. El segundo es el miedo. Instalado en el ADN como el color de tus ojos, el miedo hiberna en la amígdala del cerebro hasta que se le provoca. Un conocido experimento lo demuestra colocando al recién nacido al borde de un precipicio protegido con un cristal. Jamás se ha caído antes. Desconoce el daño. Y sin embargo no cruza. Todos somos portadores del miedo como un virus latente que muta en los primeros años de la infancia. Toma forma de oscuridad. Después de brujas. Fantasmas. Ogros. Dragones. Amigos que nunca lo fueron. Políticos. Banqueros. Dinero. Poder. Muerte. Los cuentos infantiles son una patraña escrita por mayores acobardados que proyectan sus miserias en personajes miserables. La mayoría de ellos, desde Esopo a los Grimm, apologías descaradas de una sociedad conservadora fundada en el machismo o la monarquía. Siempre del régimen que aspira a perpetuarse. Decía Amado Nervo que el miedo no es más que un deseo al revés. Y la fábula de los cerditos, contada a la inversa, no es más que el deseo del capitalismo salvaje metabolizado en el miedo más aterrador para quedarse.
PIGS (cerdos en inglés) es el acrónimo despectivo con el se conoce a los cuatro Estados europeos intervenidos o amenazados de intervención: Portugal, Italy, Greece and Spain. De los cerdos se aprovecha todo y de sus economías quieren parasitar los «mercados» hasta vaciarnos los tuétanos. Nadie acude a los débiles para hacer mudanza. Al contrario: son ellos las primeras víctimas de los lobos. Primero los PIGS se refugiaron en el ladrillo. Y quebraron con un soplido. Ahora nos venden chozas disfrazadas de rescate que caerán de solo mirarlas. Luego quedaremos en la intemperie. Raquíticos. Desvalidos. Y debiendo la casa que nos invitaron a comprar y de las que nos desahuciaron por impago. El pasado viernes asistí abochornado a la ceremonia de subasta de un piso por una cuantía de mierda. La milésima de la milésima parte del dinero prestado para rescatar al banco que se ha negado a rescatar a la familia que tiraba a la calle. ¿Quiénes son los cerdos en esta historia? ¿Y los lobos?
CRIB es el acrónimo con el que se conoce a los Estados que almacenan dinero en su pesebre (su significado en inglés): China, Russia, India, Brasil. Dos de ellos provienen del otro lado del muro de Berlín. La capital económica de la Europa inexistente fundada en una moneda sin Estado. Curiosamente, el miedo al bloque soviético fue una de las razones que justificó el nacimiento del pacto social por el reparto de la riqueza tras la segunda gran guerra. Ni el capitalismo yanqui, ni el comunismo ruso: Europa sería el paradigma de los Estados del Bienestar y el espejo al que deberían mirarse todos los Estados «occidentalizados» del planeta. Con la caída del muro cayeron los miedos. Y se rompieron los espejos. El capitalismo ya se había desregularizado por completo con Reagan y Thatcher, convirtiéndose en un melanoma insaciable de dinero imaginario. Uno de sus detonantes fue el negocio del ladrillo y de las hipotecas que lo financiaban, vendidas y revendidas hasta caer en las manos más insolventes por el precio más desorbitado. España fue el Estado que más se volcó en este modelo equivocado de desarrollismo express. Toda la maquinaria legal y financiera de la España aznarista se dispuso a soplar y soplar para derribar lo que creía estar construyendo: leyes del suelo proclives a la recalificación, ventajas fiscales para especuladores profesionales, corrupción urbanística… La deuda privada se infló en billones de euros como un zeppelín. Y nos ha estallado en la cara. La solución no pasa por llevar a los cerdos a un pesebre cada vez más vacío. Los cerdos que no pueden comer gruñen y los que comen no escuchan egoistamente a quienes no pueden comer. El presente pasa por perder el miedo a los lobos. Y a los cerdos que ahora están comiendo.
El flamenco, extendiendo sus alas, sobrevuela las inmundas pocilgas de los abyectos señoritos y renace de sus cenizas, invicto.
¡Cuántas veces sin dinero, sin un hogar, sin una patria hemos sabido sobrevivir al miedo y no perder la Esperanza! Porque sabemos que sobre nuestros enemigos, que son los de la Humanidad, habrá de abatirse, implacable como un huracán, el Día de la Justicia… Una de esas formas de lucha para no hundirnos moralmente, hoy Patrimonio Inmaterial de la Humanidad pero hasta hace muy poco prohibido por la Inquisición, ha sido EL FLAMENCO.
Por diversos trabajos de investigación se ha constatado la relación del flamenco con su fuente de orígen, la música andalusí, cuyo cordón umbilical es la «zambra», melodía cantada y bailada tanto en Andalucía como en el norte de África.
Conservadas con esmero y primor en los barrios moriscos de Granada primero, transmitida y conservada por los gitanos de la ciudad granadina posteriormente, fue conocida como la «zambra mora», una danza de la intimidad bailada sólo en las ceremonias nupciales de las familias gitanas, considerada por las autoridades como una danza pecadora, cuando en realidad sólo era una danza sensual.
La historia de la zambra simboliza la experiencia histórica vivida por los moriscos y sus herederos: los andaluces expropiados de sus tierras y sus casas, tras la llamada Reconquista que, o bien nunca fueron desterrados, evitaron su expulsión o que lograron retornar. Existe una definición árabe para designar a este grupo social: felah-mengu que hace referencia a los campesinos sin tierra, una palabra que pudo influir en la definición de su cultura musical, el flamenco o «falahmengu». Por lo tanto, una cultura musical inseparable del grupo social que logró conservarlo y transmitirlo aunque se vería obligado a adaptarse a su medio y sus circunstancias políticas y sociales.
El diario Ideal de Granada publicó un artículo titulado «Las músicas alhambradas», escrito por Juan Luis Tapia, donde se puede leer que «el arzobispo Hernando de Talavera permitió que las zambras de los moriscos formaran parte de la procesión del Corpus Christi. Este período de tolerancia musical se romperá con la llegada del arzobispo Gaspar de Ávalos, quien prohíbe las zambras, pero la reina Isabel de Portugal intercederá por la música de los moriscos. La intervención de la reina no impedirá que durante el reinado de Felipe II se prohíba la música y los instrumentos musicales de los moriscos».
Al ser inseparables el grupo social de su cultura musical y artística, se puede ver su adaptación y evolución en sus diversos estilos creados y sus letras. El flamenco es el medio por el que el pueblo y sus individuos expresan sus sentimientos y desahogan sus penas y frustraciones, denuncian las injusticias padecidas y sus desengaños, pero también con el que celebrar los acontecimientos sociales más importantes de su vida como el matrimonio (con su zambra), expresar sus alegrías y su espiritualidad.
Sus diversos estilos son adaptaciones a los diversos oficios ejercidos por este grupo social como el martinete o las trilleras: otros corresponden a ciertos momentos como la alborea, otros a acontecimientos sociales como la zambra, estilos locales como la sevillana o la malagueña, o dramas personales como la carcelera que es un estilo propio de los condenados a penas de prisión.
El flamenco, igual que el habla andaluza, es capaz de expresar todos los setimientos, creencias y pensamientos, tanto personales como sociales. El problema del flamenco como cultura musical y su lenguaje, el andaluz, es que jamás han sido elevados a la categoría de «culto» y, como consecuencia, sin derecho a ser impartidos en los conservatorios musicales ni disponer de una gramática propia. Pero elevar una expresión social como la música o la lengua al grado de «culta», supone sacarla de su contexto social limitando su libertad, espontaneidad y creatividad, porque la lengua y la música culta responde a un modelo ideologico que requiere de una disciplina y unas estructuras precisas. Eso fue lo que le ocurrió a la liturgia y la música mozárabes cuando fueron confrontadas por la liturgia romana. La diferencia entre la liturgia mozárabe y el rito romano (o gregoriano), se basa en que el mozárabe disponía de unas reglas más libres y espontáneas, sus cantos y ritmos dependían del estado de ánimo de los feligreses, mientras que el rito romano establecía un orden y una estructura rígida y también cuando debía comenzar y cuando acabar.
El flamenco y la lengua en la que se expresa, el andaluz, ha logrado sobrevivir a pesar de las presiones de la lengua culta, y si ha resistido durante tantos siglos es debido a que mediante su cultura musical y su lenguaje el andaluz es capaz de expresar, como ya he dicho, todos los sentimientos, creencias y pensamientos. La diversidad de los palos del flamenco y sus estilos nos muestra la inmensa riqueza emocional y artística que es capaz de contener, convirtiéndose en el fruto del alma andaluza.