LA niña dormía con los puños apretados. Minúsculos. Casi de juguete. El pulgar de su mano izquierda asomaba entre el índice y el corazón como el gusano de una manzana. Cada noche su madre esperaba paciente a que cerrase los ojos. Y entonces le desabrochaba cuidadosamente el pulgar de entre los ojales de sus dedos. Una noche, súbitamente, la niña despertó con las manos de su madre sobre las suyas. Y preguntó por qué. Las dos se miraron con ternura. La madre, además, con una pellizco de inquietud. Porque te quiero, contestó. Al cumplir los siete años la niña perdió el sueño, el pelo, el apetito y el rosicler de las mejillas. Se quedó flaca y amarilla como la peor de las envidias. El médico le diagnóstico cáncer en la sangre. La quimioterapia resultó inútil. Necesitaba un trasplante de médula. Probaron con su madre. Incompatible. Con su padre. Incompatible. Y entonces el médico preguntó si tenía hermanos. La niña dijo que no. Pero los padres agacharon la cabeza en un solo gesto que contenía a la vez asentimiento y vergüenza.
Su madre biológica desapareció poco tiempo después de parirla. Junto a su padre. Nadie supo jamás de sus paraderos. Como si se los hubiera tragado la tierra. Pero sin el cómo. Su hermano tenía entonces la edad que ella tiene ahora. Su abuela se quedó con él. Y juntos se manifestaban cada semana en la Plaza de Mayo de Buenos Aires: ella, con un pañuelo en la cabeza mostrando una foto de su hija; él, otra de su padre. Pasaron los años. Y mientras más crecía el hermano de la niña enferma, más menguaba su esperanza en encontrarla. Hasta que una noche se puso el pañuelo de su abuela en la boca. Y disparó contra una comisaría.
Los padres falsos acudieron a la Plaza de Mayo con la misma esperanza que había perdido su verdadero hermano. La querían como a una hija y querían salvarla. Encontraron a la abuela. Los sentimientos no dudan: entre el odio y la compasión, entre el rencor y la justicia, los tres marcharon al correccional de menores en busca de vida. El hermano dormía. Con los puños apretados. Ásperos. Enormes. Y el pulgar de su mano izquierda asomado entre el índice y el corazón como el gusano de una manzana.
De no ser por la enfermedad, la niña nunca hubiera sabido que fue robada. Al principio se sentía como su dedo pulgar: entre el índice que señalaba al culpable del asesinato de sus padres biológicos; y el corazón que señalaba al amor por sus padres adoptivos. La llamaron a juicio. Ya es mujer. El dictador acusó a madres como la suya de terrorismo cobarde por utilizar escudos embrionarios para defenderse de la Justicia militar. Sus padres adoptivos confesaron haberla comprado a unos soldados. La memoria es más fuerte que las piedras y no puede manipularse. La historia se manipula en el libro de familia. Ahora que sabe la verdad, puede elegir libremente. En mitad de la sala, se anudó el pañuelo de su abuela a la cabeza y preguntó a gritos por su madre. Con el índice apuntando al gusano de la manzana. Y el corazón, al corazón. La memoria siempre vence a la historia. Pero, como la justicia, siempre llega con retraso.
No serás nunca niña de Rajoy. Nadie llorará si te arrancan del pecho de tu madre. Todos ignorarán que tus padres partieron hacia el exilio o fueron hechos desaparecer en las mazmorras o el ostracismo del Terror monárquicopapal o clericalfascista. Te has sentido extraña en Albacete, Alicante o Guadalajara. Nunca entendiste tu imagen proyectada en el espejo, tu melena rizada azabache, tus ojos evocadores de los misterios prohibidos de Oriente, tu extraña forma agónica de amar.
Y entonces, cuando los cómplices cobardes de un genocidio de siglos, niña morisca de mi alma, pretendían haberte enterrado para siempre, entre el más tenebrero oscurantismo, tan sin ya esperarlo amada mía, renaciste en tu Luz…
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