Recientemente la directora del Fondo Monetario Internacional Christine Lagarde afirmaba que “las perspectivas de crecimiento mundial serán algo menores de lo que anticipamos hace tres meses (…) muchos indicadores de la actividad económica, la inversión, el empleo y la manufactura se han deteriorado, y no solo en Europa o Estados Unidos”.
¡Vaya fastidio! Justo ahora en que la única alternativa al desastre financiero que estamos viviendo es el crecimiento, resulta que este empieza a tambalearse, y no solo en los países donde llevamos unos años de crisis, sino también en los países que volvieron al crecimiento después de 2008. La debilidad del crecimiento se puede explicar a partir de muchas causas. En Europa estamos sometidos a un brutal proceso de desapalancamiento, toca pagar las deudas y mostrarse muy cautos en cómo nos gastamos el poco dinero que ganamos. En países como España la inversión se ha secado, y no solo eso, la balanza de pagos de inversiones desde 2011 muestra una enorme salida de capital neto. Y podríamos seguir hablando del papel de la política monetaria y fiscal europea, en fin, de todo de lo que se habla constantemente estos últimos tiempos en periódicos, radios y televisiones.
Pero de lo que menos se habla es de energía, del recurso que habilita todo lo demás, incluyendo cualquier producto financiero y cualquier emisión de moneda. Como se aprecia en la gráfica, exceptuando 2007 (debido a un año espectacular en las exportaciones españolas, que aumentan un 8,5%), la parte energética del déficit comercial español no ha hecho más que aumentar, incluso cuando el consumo de energía primaria aún no ha superado su récord absoluto en 2007. Aunque en el gráfico no se puede distinguir, la mayor parte de este déficit corresponde a la factura del petróleo. De ahí que incluso consumiendo menos, y como su precio no ha parado de aumentar en los mercados internacionales (exceptuando bajadas temporales en 2007 y 2009 debido a la crisis), la factura aumenta y aumenta. Mariano Marzo ya lo advirtió en La Vanguardia (20/3/2011, “La factura de la adicción al petróleo”):
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En el año 1995, el déficit comercial de España en concepto de exportaciones-importaciones de petróleo y productos derivados se situaba en torno a los 4.380 millones de euros. Cinco años después, en el 2000, esta cifra rondaba ya los 12.000 millones para con posterioridad, en el año 2005, como consecuencia de la escalada de los precios del petróleo experimentada en los mercados internacionales, situarse por encima de los 19.150 millones. El déficit alcanzó su máximo histórico en el 2008, con valores próximos a los 30.000 millones de euros, para un año después, reflejando en toda su magnitud el impacto de la crisis económica global desatada a mediados del 2008, caer por debajo de los valores del 2005. Pero en el año 2010, el repunte de los precios del crudo en el mercado internacional ha situado de nuevo el déficit en una cifra próxima a los 25.512 millones de euros. Unos guarismos, muy cercanos a los registrados en el 2007, que resultan especialmente preocupantes de cara a la recuperación de una economía que todavía está convaleciente.»
Y es que si algo tenemos en común los tristemente famosos PIIGS es que somos los países europeos con una mayor porcentaje de consumo de petróleo en nuestro mix energético: en Grecia supone el 58% de su consumo total de energía, en Irlanda y Portugal el 55%, en España el 48% y en Italia el 46% (datos de 2010), cuando la media de la UE es del 37%. Y no es gran consuelo que Italia y España tengan una menor dependencia que Irlanda, Grecia y Portugal, puesto que a la hora de pagar la factura pesa mucho el hecho de que tanto Italia como España consumen el doble de petróleo que Irlanda, Grecia y Portugal juntos. Desde 2007 los PIIGS han disminuido su consumo de petróleo en un 15%, pero no por haberse hecho repentinamente más eficientes, sino porque el PIB ha caído también.
Para que nos hagamos una idea, en 2010 el déficit comercial energético supuso un 4,5% del PIB español…
Así que si yo fuera presidente, me aseguraría de que algo se está haciendo para disminuir la factura petrolera española y nuestra dependencia del oro negro. Seguir este camino solo nos puede traer ventajas. ¿Será duro y difícil? Bueno, echad un vistazo a vuestro alrededor, YA ES DURO Y DIFÍCIL (y también indignante, pero eso ese es otro tema en el que saldrían gruesas palabras como “ALTA TRAICIÓN” y lo dejo aquí…).
En este país se han hecho muchos progresos en el campo de las renovables, pero eso afecta muy poco o casi nada al consumo de petróleo, y no, el camino no es el coche eléctrico (no nos engañemos, no nos podemos permitir ahora la inversión necesaria para que el coche eléctrico haga mella en el consumo de petróleo, además de que en mi opinión ese tampoco es el camino, la solución no es el cambio de motorización sino el cambio en el modelo de movilidad). El camino es reducir drásticamente las necesidades de movilidad y apostar por el transporte ferroviario y marítimo. ¿Os acordáis cuando al principio de la crisis se hablaba de un Green New Deal? Pues incluso desde una óptica antikeynesiana sería mejor que lo actual, si simplemente dejásemos de gastar dinero en cosas como autovías y aeropuertos fantasmas.
Cuando entramos en nuestro coche nos deberíamos preguntar, ¿lo que voy a conseguir con este desplazamiento va a pagar el combustible que voy a gastar? En la mayoría de los casos la respuesta es no, y el dinero se resta de otras actividades que sí son rentables.
El ahorro energético debería ser el centro de las políticas europeas y nacionales, y los juegos monetarios deberían orientarse exclusivamente al mantenimiento de los servicios esenciales y no a las actividades que desperdician recursos, si nos endeudamos, que sea para ahorrar en el futuro, no para poder gastar más en el futuro, el crecimiento tal y como lo hemos conocido en nuestras vidas SE HA ACABADO, FINITO, KAPUT, estamos en otro ciclo, en el mejor de los casos de estancamiento, en este ciclo se hará bueno el dicho de que “el más rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita.