José Luis Moreno Pestaña (reflexiones en Facebook sobre la propuesta de Cospedal de suprimir el sueldo de los diputados autónómicos).
¿Qué opina el 15M, qué opinamos, sobre la medida tomada por la presidenta de Castilla-La Mancha? Esta crisis se está comprendiendo desde dos marcos interpretativos: culpa del capital o culpa de los políticos. Las dos interpretaciones tienen mucho de mitológico, porque en ambas se olvida lo fundamental: el consenso activo que permitió a la oligarquía política y económica gobernar, algo que hubiera sido imposible sin la aquiescencia de muchos ciudadanos, la mayoría. Como buenos relatos globales, hay en ambos mucho de mitológico ya que olvidan algo fundamental: el consenso activo que permitió gobernar a la oligarquía política y financiera, algo que hubiera sido imposible sin la aquiescencia de muchos ciudadanos, la mayoría. Cuando se haga la historia de nuestro tiempo (en la fábrica, en el amor, en la cultura, en la universidad) se verá que la crisis no procedía solo de las elites, sino de las prácticas de la mayoría del cuerpo social.
Cospedal –que es muy inteligente, ya quisiéramos muchas como ella entre nosotros- ha visto comprendido (quizá ha leído los muy aplaudidos textos de Pérez Reverte) que para conectar con el pueblo nada mejor que favorecer la idea empresarial del mundo: cada uno a sus asuntos privados y en los asuntos públicos, voluntariedad absoluta. La medida resulta clasista a más no poder y excluiría de la política a quienes carecen de medios económicos, a quienes quieren tener hijos, compartir la crianza, a quienes necesitan formarse y no obtienen por ósmosis cotidiana los recursos culturales. Las posibilidades de ser voluntario son la cosa peor repartida del mundo. Muchos de esos individuos, los políticos, han conseguido mejorar nuestros pueblos e instalar buenos servicios públicos (por ejemplo, el excelente SAS andaluz), construir barrios urbanísticamente más habitables. Pero, como no nos representa ninguno, mejor les damos una patada y que solo entren en política los ricos y/o los aventureros deseosos de honores y hazañas. En uno de sus trabajos sobre el don, Bourdieu recordaba que entre los campesinos kabiles se tiene miedo a los regalos. Igual me pasa a mí cuando alguien hace algo diciendo que es bueno y lo hace sin motivos: me aterra, no sé si estoy ante un inconsciente integral o un jeta. Sea una cosa u otra (o las dos a la vez, que es lo más común), suele querer someter a los demás mediante el chantaje del sacrificio. Una actividad como la política, esencial para la democracia, necesita recursos económicos públicos, que permitan un acceso socialmente justo (más justo) a su ejercicio.
Es verdad que los partidos políticos son un desastre y que en ellos funciona un régimen oligárquico que prima la promoción por la mansedumbre. Hace algunos años quise apuntarme, con varios amigos, a un partido. ¿Qué pasó? Pues que no me llamaron, ni a mí ni a ninguno: queremos poca gente y controlada, nada de gente poco previsible. Todo eso es cierto y da a la política –la de izquierdas, la de derechas, la alternativa, la instalada- su aspecto rastrero, su paisaje humano de gente confabuladora y paranoica, tacticista hasta la nausea y que espera mediante la ortodoxia que les caigan, cual fruta madura, los recursos políticos en los que asentar su poder y su red de clientela. Aquí, me decía un politicastro, culo de hierro: el primero que te sientas y el último que se levanta. Pero esto nada tiene que ver con los sueldos, sino con la organización interna de los partidos y con el incumplimiento del artículo constitucional que exige la democracia interna. La renovación obligatoria de los mandatos y la rendición de cuentas institucionalizada dificultarían la acumulación de recursos políticos y el clientelismo. Eso sin contar la introducción del sorteo para muchos cargos, medida factible para un gran conjunto de actividades públicas que no necesitan dirimirse por la distinción ideológica.
Cospedal ataca la democracia política para facilitar el dominio de la oligarquía burguesa en las organizaciones y para reforzar aún más el poder de la oligarquía económica. Para combatirla habría que ser valiente y defender que se pague, y bien, a los políticos. Y por supuesto: que a estos se les fiscalice –una cámara sorteada anualmente entre los ciudadanos podría hacerlo- y se renueven obligatoriamente.
La ambigüedad respecto a este tema permite seguir pescando en río revuelto y creer que se fomenta la crítica a lo establecido, cuando lo que se hace es amparar una ideología regresiva. Actuar así es favorecer, lo diga quien lo diga, se ampare en los colores en que se ampare, el ataque a la democracia.