Antonio Manuel y José Luis Serrano| Políticamente hablando, Andalucía no existe. Y el andalucismo, tampoco. Ése es el actual contexto socio-político de un «pueblo virtual» que fue capaz de dinamitar el modelo centralista-imperfecto diseñado para la transición, y que ojalá no lo consienta tres décadas después como si nada hubiera ocurrido.
I.- Andalucía no existe
Andalucía no existe como sujeto político autónomo y decisivo en el ideario colectivo de su ciudadanía. Dos hechos lo demuestran:
– El monopolio por franquicias estatales de la institucionalidad socio-política andaluza;
– Y la fractura del nexo histórico entre la reivindicación social y territorial, con clarísima hegemonía de la primera, percibiéndose el autonomismo como problema más que como solución.
Ambos hechos se han retroalimentando entre sí durante las últimas décadas (especialmente la última), siendo causa y consecuencia recíprocamente el uno del otro. Y los dos certifican por derecho propio la defunción de la versión actual del andalucismo como ideología política y como marca electoral, aunque las razones sean otras y más complejas.
La institucionalidad andaluza es precaria y fragmentaria. Nos referimos a la democracia representativa. Desde un punto de vista cuantitativo, un 38% de andaluces no acudieron a las urnas y un 10% de los votantes se quedaron sin representación. En consecuencia (y por motivos muy diversos), casi la mitad del electorado andaluz carece de representantes en su Parlamento. Es cierto que este argumento pudiera extrapolarse a cualquier otro debate electoral y territorio. Sin embargo, el elemento cualitativo que matiza el contexto andaluz consiste en su monopolización por franquicias estatales. El eje ideológico “centralismo-autonomismo/nacionalismo” no existe en Andalucía, confirmando la fractura de la España «norte-sur». Toda la diversidad política se ha reducido a la confrontación izquierda/derecha por partidos centralistas con sucursales andaluzas. A diferencia de otras comunidades autónomas de igual o menor rango (periferia del Estado), Andalucía se ha convertido en un clon de los parlamentos castellano-leoneses sin representación de formaciones políticas propias, confirmando una involución política que ahora sí podríamos llamar sin tapujos “reconquista”.
Este hecho anularía por sí solo la existencia de “Andalucía por sí”. Hasta podríamos derogar sin enmiendas la leyenda de nuestro escudo. Sin embargo, esta crisis multifuncional (económica, política, social y ética) nos diferencia del resto del Estado en dos variables: Los escandalosos índices sociales (paro, educación, pobreza…), peores proporcionalmente incluso a los existentes al inicio de nuestra autonomía; y la no coincidencia de color político del gobierno andaluz con el central, como consecuencia de la celebración de las últimas elecciones autónomas, accidental y premeditadamente separadas de las estatales (que no propias). No es la primera vez que ocurre este divorcio, pero sí la primera vez que se plantea “estratégicamente” en términos de barricada frente al desmantelamiento del Estado social y autonómico por la derecha desde Madrid. A este hecho hay que unir la tensión territorial planteada recientemente desde Cataluña.
Para muchos esto podría suponer el renacimiento de Andalucía como sujeto político propio. Nada más lejos de la realidad. Es pura apariencia. Se trata de una confusión perversa e inducida por la «institucionalidad estatalista» que no reivindicará Andalucía por sí, sino como valor de uso y cambio: sólo existirá en la medida que las sucursales de las organizaciones sindicales y partidos estatales de la izquierda sociológica arremetan con ella contra el gobierno central de la derecha.
Ninguna de estas franquicias estatales piensa en Andalucía como actor político principal sino como actriz secundaria de una película que otros dirigen. El guión se escribirá desde Madrid, con la participación de algunos extras andaluces. Como siempre. El problema se agudizará cuando esta dramática situación sea querida y consentida por la ciudadanía en calidad de meros espectadores de su propia película. Es probable que Andalucía se movilice. Debe hacerlo. Y muchísimos andaluces participarán en esta movilización sin matices, sin Andalucía (por sí) y sin andalucismo. Objetivamente, no tendremos otra opción. Empezando por nosotros mismos.
II.- El andalucismo no existe
Si entendemos por andalucismo la reivindicación socio-política de nuestra memoria colectiva como fundamento embrionario de un sujeto político autónomo (cuando menos), me temo que tampoco existe. Se ha desvirtualizado:
– Ha desaparecido por completo de los medios-masa y de la institucionalidad autónoma y estatal (no presencia virtual)
– Y carece de credibilidad política por su pretenciosa metonimia y por su desubicación ideológica (no veracidad del mensaje)
En consecuencia, el andalucismo ideológico y electoral no se respira en el ambiente ni es creíble. Y ambos hechos, desgraciadamente, también se retroalimentan.
A diferencia de otros nacionalismos del Estado, el andalucismo no permite la transversalidad. De la misma manera que el nacionalismo españolista está ubicado en la derecha sociológica (y por eso los andaluces no acuden con la bandera del Estado a las manifestaciones), el andalucismo pertenece esencialmente a la izquierda por la coincidencia de sus postulados fundacionales con los valores esenciales del republicanismo, la distribución de la tierra y la igualdad social desde el respeto a la diferencia. Esta es nuestra ecuación política: “como somos nacionalistas andaluces, somos de izquierda”. Una fórmula que no se cumple necesariamente a la inversa: se puede ser de izquierda y plantear otro modelo político territorial para Andalucía.
Sin embargo, la marca electoral hegemónica que abanderó el movimiento autonomista desde el nacionalismo andaluz, cometió el error histórico de confundir identidad con estrategia y saltar al otro lado. La salida de su espacio natural provocó dos efectos incompatibles entre sí y que jamás fueron entendidos por los andaluces: la cohabitación en el mismo espacio que ocupa la derecha del nacionalismo españolista; y la confusión con los nacionalismos burgueses de Cataluña y Euskadi, alentada por la propia marca. El pueblo andaluz no olvida ni perdona cuando la traición la comete aquel de quien más espera. Si a eso añadimos una cadena infinita de errores propios, el resultado final fue y es una ameba sin ideología en la práctica, pero confinada socialmente en el centro-derecha, y que para colmo aspiró a ejercer equivocadamente de metonimia política pretendiendo ser una parte que comprendiera el todo.
Los intentos de reorientación ideológica no consiguieron calar en la ciudadanía ya decepcionada, ni en las generaciones que crecieron con la autonomía, amnésicas políticamente por imposición institucional, y predispuestas a aceptar como existente sólo lo que aparezca a diario en los medios de comunicación. Eso produjo un enorme agujero negro en su lugar natural (izquierda-nacionalista), fagocitado por marcas estatales y centralistas, condenando a muerte al andalucismo electoral e ideológico.
III.- Juntos por separado
Habrá movilizaciones en Andalucía. Debe haberlas. Y quizá constituyan una nueva oportunidad para el renacimiento de Andalucía por sí, y de un “nuevo nacionalismo” alejado por completo de la marca y del estigma de su desubicación ideológica. Pero no será otro 4 de diciembre. Será otra cosa. Y nos tememos que la institucionalidad existente volverá a fagocitar el mensaje. Para evitar que eso ocurra, todos deberemos formar parte de la barricada, sin duda, pero juntos por separado: cada uno con sus armas y en su trinchera. La nuestra está en la izquierda. Cerca en los intereses, pero lejos éticamente de quienes han desmontado nuestra autonomía olvidando la última treintena de 4 de diciembres. Y aunque disparemos con el ecologismo, el feminismo o la radical democracia, por encima de todo, ejerceremos de nacionalistas andaluces. Ese será nuestro uniforme. Nuestra identidad. Y nuestra diferencia.
No puedo estar más de acuerdo. ¡Ánimo!
Estoy con vosotros. Al 100%. Es eso!!!