Jose Luis Cutello.
Una película de terror recorre el mundo y todos, en mayor o menor medida, estamos obligados a verla.
Escena Uno: Grecia y Portugal enfrentan graves problemas de déficit fiscal y los bonos de su deuda soberana están calificados con el estatus «basura», según nos informan en estos días las calificadoras de riesgo. Ambos Estados están en proceso de rescate por parte de la Unión Europea (UE) e, incluso, los analistas ponen en duda que puedan sostenerse a mediano plazo en «Zona Euro» porque su solvencia dista tanto de Alemania, Gran Bretaña o Francia, como la Argentina de China. Tanto los liberales cuanto los socialdemócratas de esos países europeos «periféricos» rechazan los ajustes presupuestarios que impulsan sus gobiernos y las calles son, al menos una vez por semana, escenario de violentas protestas por parte del eslabón más débil de la cadena productiva, los asalariados.
Escena Dos: El Fondo Monetario Internacional (FMI) asegura que los Estados Unidos (¡Sí, la primera potencia económica mundial, aunque sea por un rato más!) no cuenta con un plan creíble para reducir su déficit presupuestario en el mediano plazo. El economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, advierte que el acuerdo entre demócratas y republicanos para recortar el déficit fiscal en 39.000 millones de dólares resultará «insuficiente» y enfatiza que el discurso económico del presidente Barack Obama es el correcto, pero no se traduce en «medidas concretas». En esa sintonía, la agencia «Standard & Poor´s» le coloca un «negativo» a la perspectiva de la economía estadounidense porque su administración carece de un plan «concreto y ambicioso» para reducir la insolvencia fiscal.
Escena Tres: Los balances públicos de la «Zona Euro» se tiñen de rojo y no precisamente porque el comunismo haya triunfado en el Viejo Continente. Hasta que el número de socios de la UE se elevó a 27, 12 de los 16 antiguos miembros de la moneda común (es decir, el 75 por ciento) registraban déficit. De esos 12, al menos cinco (31 por ciento) violan el límite de estabilidad impuesto por el Banco Europeo, que es del 3 por ciento del PBI, desde hace tres años: Irlanda, con 7,1% promedio; Grecia, con 5%; Malta, con 4,7%; España, con 3,8%; y Francia, con 3,4%. Los analistas económicos advierten, en consonancia, que el déficit se triplicó en la «Zona Euro» desde 2008, mientras la deuda pública pasó del 66 por ciento al 69,3 del PBI europeo. Apenas siete países tienen superávit en sus cuentas: Finlandia (4,2% del PBI), Dinamarca (3,6), Luxemburgo (2,6), Suecia (2,5) Bulgaria (1,5), Holanda (1) y Chipre (0,9). La primera economía de la UE, Alemania, consiguió reducir su déficit a 0,1%.
Escena Cuatro: El gobierno irlandés aplicó un fuerte aumento impositivo para recortar su desequilibrio presupuestario y derrumbó su paradigma de «Estado de Bienestar». La deuda pública de Gran Bretaña trepó al 50,9% de PBI, el porcentaje más alto desde 1976, con 835.900 millones de euros. Los conservadores tienen una sola respuesta: recortes en salud, educación y seguro de desempleo.
Escena Cinco: El Banco de Inglaterra debió otorgarle un préstamo de urgencia al hipotecario «Northern Rock Bank» por problemas de liquidez. En España, donde la burbuja inmobiliaria fue parte fundamental del crecimiento durante los primeros años del siglo XXI, el intercambio bancario está «congelado» y hay entidades con problemas de liquidez que aceptaron programas de facilidades del Banco Central Europeo. El desempleo se elevó a más del 20 por ciento. El propio Blanchard explica que hasta que estalló la burbuja de las hipotecas (ver recuadro «La burbuja»), los bancos creían tener una fórmula para estabilizar la inflación mediante el manejo de tasas de interés, pero desde entonces, «la crisis hizo saltar por los aires ese modelo».
Escena Seis: La implosión de la burbuja provoca una crisis colosal en el sistema capitalista basada en la iliquidez financiera. Las bolsas se desploman, los bancos de los Estados Unidos y Francia piden ser rescatados, las empresas industriales disminuyen su producción y el desempleo crece en términos exponenciales en el mundo desarrollado. Aparece, en el último fotograma del film, un actor inesperado, el «hijo bobo», el hijo que el neoliberalismo había encerrado en la buhardilla y no quería mostrar porque arruinaba los finales felices: El Estado. El día en que Obama decidió nacionalizar los bancos en quiebra, el libre mercado quedó herido de gravedad.
Un fantasma recorre el mundo. La película no tiene moraleja, pero deja abiertos varios interrogantes. Por caso, ¿qué hacen en medio de la hecatombe los verdaderos ricos, los que nunca serían ministros de Economía de sus países porque están ocupados amasando sus propias fortunas? Para ponerle un nombre, ¿qué hace alguien como George Soros?
Se lo contamos: el magnate de origen húngaro vuela en su jet hasta el aeropuerto de Heathrow, en Londres, viaja en su limusina hasta la zona Norte de la ciudad, precisamente hacia el barrio de Hampstead Heath, y se sienta en el estudio del nonagenario historiador Eric Hobsbawm para rogarle que le explique el pensamiento económico y social de un filósofo alemán que desde hace un siglo y medio es un enigma para muchos capitalistas del planeta, el autor de «Das Kapital». ¿Por qué las pocas decenas de hombres como Soros, tan devotos de Adam Smith y David Ricardo, se interesarían por las ideas de un hombre cuyos pares calificaron despectivamente como «El diablo»? El propio Hobsbawm, quizás el pensador marxista más importante de la segunda mitad del Siglo XX, contó en una entrevista con el diario británico «The Guardian» que si bien no coincidieron ideológicamente en casi nada, Soros le admitió que «el tipo tenía algo».
El «tipo» es Karl Heinrich Marx Pressburg, un alemán de familia judía nacido el 5 de marzo de 1818 y fallecido en Londres el 14 de marzo de 1883. No sólo es célebre como el inspirador de la Internacional Socialista (a través de «Das manifest der Kommunistischen Partei») sino también el pensador materialista más importante de la historia. Su originalidad reside, según dicen todos los especialistas -aun los detractores más acérrimos del comunismo-, en fundar una perspectiva nueva para la sociología desde una lectura económica de la realidad, y una perspectiva nueva para la economía desde una lectura sociológica.
Quien haya leído «El Capital», y superado sus escollos técnicos, podrá advertir que el padre del «socialismo científico» describe a mediados del siglo XIX el potencial universalizador del capitalismo. Es decir, mientras muchos sociólogos creen haber inventado la pólvora con la palabra «globalización», él había predicho que la mundialización no sólo abarcaría la economía, sino también el arte, el pensamiento filosófico y el gusto de la humanidad (la moda, para decirlo en otros términos). Así lo certifica Hobsbawm: «El mundo capitalista que emergió en los años ’90 era increíblemente semejante al mundo anticipado por Marx».
Un lugar llamado Hampstead Heath. En ese barrio, donde vive ahora el historiador, Marx solía recitar a Johann Schiller mientras hacía camping con su familia. Al fin y al cabo era un hijo del iluminismo y un discípulo de Hegel. También en ese barrio, precisamente en Parliament Hill, «El diablo» caminaba junto a su amigo Friedrich Engels, con quien charlaba acerca de la Comuna de París, la Internacional y, claro está, la escritura de «Das Kapital».
La crisis que sufre la economía mundial desde 2007, más evidente en los países desarrollados, colocó otra vez en el centro del debate sus ideas como no sucedía desde el desmoronamiento del comunismo en la Unión Soviética. En octubre de 2008, el diario «The Times» de Londres publicó un artículo titulado «Marx is back!» (¡Marx volvió!) y una crítica a la nacionalización de los bancos. Manifestantes republicanos que rechazaban el rescate financiero del gobierno norteamericano esgrimían carteles que decían «Obama = Marx, Lenin y Trotsky». El presidente francés, Nicolas Sarkozy, se hizo sacar una foto con un ejemplar de «Das Kapital» en sus manos. El papa Benedicto XVI afirmó sin ponerse rojo que Marx poseía una «fuerte habilidad analítica». Como resultado, las ventas de sus libros aumentaron en todo el mundo, sobre todo en Alemania, donde «El Capital» alcanzó los primeros puestos del ranking de best sellers. En las universidades europeas, su reducto por naturaleza, los seminarios y los encuentros de especialistas sobre la obra de Marx se multiplicaron en los últimos tres años.
Cómo cambiar el mundo. A raíz de esta vindicación, Hobsbawm reunió sus ensayos sobre marxismo en un volumen que, dada su capacidad analítica, de seguro pondrá algo de claridad en las confundidas mentes de los «libremercadistas». Los mismos que, no bien se puso fea la cosa, le pidieron a sus Estados que nacionalizaran las pérdidas. «How to Change the World. Tales of Marx and Marxism» (Cómo cambiar el mundo. Historias sobre Marx y el marxismo), el libro en cuestión, explica esas predicciones acerca del mundo moderno, las ondulaciones cíclicas del capitalismo, la teoría de la expansión y la contracción económica, y la forma que tiene el Estado para planificar y dirigir el desarrollo evitando los estallidos.
La deformación patológica del capitalismo a partir de los años ’70, con una economía puramente de mercado y la desaparición de los controles gubernamentales fue, paradójicamente, el punto de partida de esa rehabilitación, entiende el historiador: «Si ‘Financial Times’ titula ‘Capitalismo en convulsión’ no puede haber dudas que Marx está de vuelta». Sin embargo, no hay una visión apocalíptica en esta película de terror. Más bien, hay una señal esperanzadora para la humanidad, según piensa Hobsbawm, porque «si un pensador dejó una marca indeleble en el siglo XX, ese fue Marx». Por eso subraya la performance de China en la crisis, una Nación que demostró tener «una capacidad de reacción mucho más alta que la media». Si bien su economía fue insertada hace años en «el mercado», aquel Estado omnipresente, construido sobre las bases del socialismo, sostiene con firmeza una estructura económica que se convertirá en breve en la primera potencia mundial.
Esta es, precisamente, una de las causas que llevan a este hombre de 94 años a expresar una ilusión con la que estamos a punto de coincidir: «Todavía sigue pareciéndole plausible el reemplazo del sistema capitalista».