Jaime Grau | La teoría de juegos es una herramienta matemática el uso racional de la cual sería de mucha utilidad a nuestros políticos para planificar sus estrategias y no dejarse llevar por la pasión del día a día. Esta teoría estudia la toma de decisiones en entornos donde compiten diversas opciones y se aplica en economía, ciencias sociales, biología, en informática o en filosofía. Gracias a la teoría de juegos podemos establecer la elección de una conducta óptima, la mejor jugada en una situación de estrategia. Pero la mejor jugada no siempre es la que reporta mayores beneficios instantáneos, es la que considera al adversario como un colaborador en el juego y no únicamente como un enemigo a batir. La primera consideración que debe valorar un jugador es que su comportamiento en el juego determina las reacciones del otro jugador y que la partida no se limita a una sola jugada. Durante la guerra fría se acuñó el concepto de destrucción mutua asegurada en un entorno de confrontación nuclear. La amenaza de la propia destrucción detiene al jugador de intentar la destrucción del contrario. El matemático John Forbes Nash, la vida del cual se llevo al cine en la película “Una mente maravillosa”, formalizó una solución a un juego entre dos o más jugadores, en el cual se supone que cada jugador conoce las estrategias de equilibrio de los otros jugadores, y que ningún jugador puede aspirar a ganar si cambia de forma unilateral su estrategia, siempre y cuando los demás mantengan sus posiciones. Esta solución a un juego se llama equilibrio de Nash.
La relación de Cataluña con España respondía hasta hace aproximadamente una década a un equilibrio de Nash. Conocidas las estrategias de ambos jugadores, no se producían movimientos bruscos ni intentos serios de cambiar el status quo existente. Los diversos gobiernos de Catalunya no renunciaban a su pretensión de disponer de más autogobierno ni el gobierno de España a ejercer un esfuerzo centralizador más fuerte, pero las estrategias de unos y otros no pretendían, en líneas generales, modificar el equilibrio, sólo reformarlo. La decisión de Artur Mas de ir hacia la vía de la autodeterminación y de la constitución de un nuevo estado en Europa, parece romper ese equilibrio en el juego, una jugada que contemplada aisladamente tiene el aspecto de una huída hacia adelante. Pero las cosas no son tan simples, romper las reglas del juego, huir hacia delante, no es más que la respuesta estratégica de un jugador sin recursos, una salida a la desesperada, al comprobar que el otro jugador, el gobierno del PP, se sitúa en una posición de fortaleza dentro de un entorno de crisis profunda, e intenta crear otro equilibrio de una forma paciente e inexorable. El gobierno del PP se ha puesto como meta ganar a toda costa, limitando el poder de los sindicatos, recuperando competencias y asfixiando financieramente a las comunidades y eliminando las plataformas que desde el mundo de la cultura y la creación puedan cuestionarle. El gobierno del PP es el máximo responsable de la apuesta independentista del gobierno de Catalunya y de una parte muy sustancial de su ciudadanía. El gobierno del PP ha puesto contra las cuerdas al gobierno catalán, ha cambiado las reglas del juego y la respuesta ha sido un órdago. Existe una mentalidad de tahúr en el gobierno y en la FAES, de jugador arrogante y prepotente que piensa que puede ganar la partida, que puede reconstruir el poder del gobierno central reduciendo el autogobierno de las comunidades autónomas. Esa mente orgullosa, esa hidra con diversas cabezas que corresponde al poder político y financiero instalado en Madrid, creía firmemente que su estrategia recentralizadora no encontraría oposición, que acabaría con la sumisión de las autonomías, a su reducción a meros entes administrativos. La carta para conseguir ese propósito es la debilidad financiera de las comunidades autónomas en la presente crisis y el ministro Montoro ha hecho ostentación de ese poder, del poder del dinero, humillando a los consejeros de economía autonómicos, a los de su propio partido y a los de las autonomías más díscolas. La historia señalará en su día al ministro Montoro como responsable último de la actual crisis de estado, su pose chulesca, su arrogancia y su falta de cultura democrática le incapacitan para ser un ministro del reino. La humillación y el desprecio han jugado un importante papel en esta crisis, en un entorno de juego en el que cuentan mucho las identidades, en el que las emociones y los sentimientos pueden determinar muchas voluntades.
El próximo día 25 de noviembre saldrá elegido por los catalanes un parlamento que tendrá como principal mandato la convocatoria de un referéndum para definir el futuro status político de Cataluña con la certeza de que los partidos que optan por esta opción sumaran más de dos tercios de los diputados. El estado español argumentará que la celebración de una consulta que implique la posible separación de una parte del territorio no cabe en la legalidad vigente e intentará por todos los medios impedir su celebración, pero esta postura no se podrá mantener in aeternum et semper. En una situación de bloqueo institucional, de posturas encontradas, el futuro de las relaciones entre España y Cataluña estarán técnicamente rotas y la acción política de la administración central y de la autonómica, bajo mutua sospecha. En esta nueva partida que se avecina las estrategias del pasado ya no tienen cabida, ya no vale negociar modelos de financiación, ni buscar una salida pactada. La única via válida será, tarde o temprano, la convocatoria legal del referéndum, la consulta a los ciudadanos de Cataluña. La consulta, sea cual sea el resultado, será buena para España y para Cataluña, porqué establecerá un nuevo equilibrio en el juego, un equilibrio que se deberá seguir y respetar.
Extraido de Diario PÚBLICO