Raúl Solís | En todos los regímenes políticos que se caen se enfrentan las expresiones de futuro y esperanza, en quienes defienden la libertad y la igualdad, frente a la cara de asombro, vergüenza, incomprensión y nerviosismo de quienes creen que aún podrán ejercer su espurio poder contra los débiles que los abuchean.
Todas las expresiones de los finales de los regímenes inhumanos son idénticas. El olor rancio a naftalina choca con la frescura y utopía de sus jóvenes. Nunca los viejos han sido capaces de derrocar la fuerza moral e incontestanble de los dueños del futuro. No podrán jamás. Los sueños son innegociables.
No pudieron frenar el tsunami de libertad de los jóvenes antifranquistas, ni ahogar los deseos de los alemanes del Este, que derribaron el Muro de Berlín antes incluso de que cayera. No existen porras, miedo, policías, penas de cárcel ni multas que puedan vencer a quienes aguardan dentro de sí el futuro.
El ministro de Educación, José Ignacio Wert, ha venido a Sevilla a hablar de pasado pero el ruido ensordecedor del futuro le ha obligado a suspender un acto gris de un viejo régimen que se desmorona. En la parte delantera del salón de actos, estaba sentado el pasado; detrás, en la última fila, el futuro sin presente que está castigado por el pasado.
El pasado aplaudía al unísono, sonreía, y se mordía los labios avergonzándose del futuro que han construido. Detrás de ellos, el futuro gritaba consignas de justicia social, igualdad y democracia. El conferenciante no ha podido soportar más de cinco minutos a los hijos de las clases trabajadoras que reclamaban una universidad pública, una educación sin exclusiones y una democracia participativa que construya futuro y no oscurantismo.
Javier Arenas y Juan Ignacio Zoido no daban crédito. Sus caras reflejaban el mismo pavor que los hombres del tardofranquismo sintieron cuando supieron con certeza que el régimen en el que habían sido poderosos no sobreviviría por mucho tiempo más. La televisión en blanco y negro frente a la televisión a color. El ayer frente al mañana. La justicia interrogando a la injusticia. Los jóvenes enterrando a los viejos.
El ministro que quiere expulsar de las universidades a los hijos de los pobres, que segrega por sexos a los alumnos, que vuelve a meter en el armario a los estudiantes homosexuales, que gasta más en financiar a la escuela católica que en investigación, ha sido silenciado por los dueños del futuro.
A los estudiantes no les sirven las viejas respuestas, de los viejos representantes de un sistema caduco que se cae sin que haya futuro que lo quiera heredar. Los universitarios andaluces han vuelto a situarse en la vanguardia como ya lo hicieron hace unos pocos meses. Ahora han logrado algo aún más difícil: que vuelva a ser primavera en pleno mes de enero.
El ministro salió por el garaje del hotel donde estaba previsto celebrarse la conferencia, cabizbajo y mudo; los jóvenes salieron por la puerta principal, sonrientes y más libres de lo que entraron. Ha vuelto a ganar el sueño intemporal de la igualdad y libertad. El régimen agoniza. No tardará mucho en dejar paso al futuro.