Autora: Pilar de la Paz
Ante las peticiones de dimisión de Ana Mato por su implicación en la trama Gürtel, ella se defiende diciendo que está siendo víctima de un tratamiento machista: «¡Se quiere hacer responsable a una mujer de lo que ha hecho un hombre!» “¿Eso es lo que hemos avanzado en igualdad?” dice “la pobre”. Lo que sí sabemos es que el juez rechazo imputarla porque el delito había prescrito. Y si ha prescrito es que delito hubo. Pero yo no quiero aquí hablar de la corrupción sino de machismo.
Porque a mí lo que me parece es que, cuando menos, esta señora y quienes utilizan estos argumentos para protegerla respetan muy poco al feminismo y no tienen muy claro qué es ser machista. Machismo es no respetar la Ley de Igualdad. Que nuestro país no haya necesitado veinte años, como argumentaba ayer Mariló Montero, sino sólo uno para descender en catorce puestos en lo que se refiere a equidad de género sí es consecuencia de carecer del más mínimo respeto por las Políticas de Igualdad. Decir que para ser una mujer de verdad, lo que se dice una “mujer, mujer” hay que ser madre sí es un poquito machista. También lo es, y mucho, decir que las mujeres están, como las leyes, para ser violadas. No consentir que las mujeres seamos dueñas de nuestro cuerpo yo diría que es tratarnos como a seres inferiores. Y que el gobierno del que esta señora es ministra además de todo esto, aproveche la crisis para tratar de imponer un modelo de sociedad en que la mujer sale peor parada, feminista no es.
Si estudiamos la situación legal y jurídica de la mujer en España hasta la llegada de la Democracia vemos que ésta ha sido una menor de edad y, que como tal, debía ser protegida. Primero estaba bajo la tutela del padre, luego del marido. Por eso, una mujer era “hija de” y, después, si se casaba, “señora de”. Hija del rey o señora de Sepúlveda, que ambas están de actualidad. Nuestra condición en el mundo no era como sujetos sino en función de otra persona superior. Éramos dependientes. Necesitábamos el permiso paterno o marital para estudiar, trabajar, viajar, abrir una cuenta bancaria o recibir atención médica. No podíamos actuar ante la justicia. Por eso, porque no “pintábamos” nada, había un cabeza de familia. Y muchas estaban, algunas aún lo están, orgullosas de ser “señora de” y muchos, encantados, encantadísimos de tener “su” señora.
Eso ya pasó, pertenece a otra época. Eso sí, ahora, como entonces, el matrimonio es mucho más que un contrato, pero un contrato también, con sus derechos y sus obligaciones. Y cuando nos casamos, establecemos un régimen matrimonial y, sin ser experta en la materia, sólo por sentido común, diría que no se debe responsabilizar igual a un miembro de la pareja respecto a los actos del otro, si su régimen es separación de bienes o gananciales. Además ya no hay cabeza de familia, la pareja son dos personas adultas y ambas han de responsabilizarse de aquello que firmaron y que firman. Unas veces como individuos, otras, como sociedad ganancial.
“Señoras” y “señores” a todas nos preocupa la corrupción. También nos debería importar y mucho que, con declaraciones como las de la actual ministra de Igualdad, quieran tomarle el pelo al Feminismo.