En España hasta el titulo del debate parlamentario anual es conflictivo: “el estado de la nación”. Tal es el grado de falta de consenso social e histórico que azota a un Estado fallido que además ahora está en quiebra. Y lo está por dos motivos: la crisis de endeudamiento privado y las políticas de recortes del gobierno. No sólo no hay consenso sobre quiénes somos y a donde queremos ir sino que la economía moral de las elites está en abierto proceso de descomposición. Las noticias de corrupción afectan directamente al presidente del gobierno y al partido gobernante pero implican también a los partidos mayoritarios. La jefatura del Estado puede tener a media familia procesada en poco tiempo y al mismo Rey sino estuviera protegido por la impunidad constitucional. El espectáculo de un rey cuyas intimidades cada día escandalizan más es la gota que colma el vaso en el deterioro de la imagen pública de una Casa Real que ha sido presentada como el desiderátum de la familia tradicional española , católica y conservadora.
La fractura en la economía moral se ha agrandado en los últimos meses como producto de la extrema vulnerabilidad que ha mostrado el sistema político y económico español ante las turbulencias exteriores. Las debilidades que tanto el modelo político (transición bipartidista) como el modelo económico (capitalismo castizo) venían arrastrado desde hace años se han hecho patentes para millones de personas. Las cifras de paro y de pobreza, el desmontaje del Estado del bienestar, las tensiones territoriales no permiten afrontar el debate parlamentario como si de un ritual anual se tratara.
Estamos ante un fin de régimen y como tal debe ser enfocado el debate por la izquierda y por los movimientos ciudadanos. Es urgente una hoja de ruta común que coordine la recuperación de la soberanía popular y el abordaje cooperativo de los graves retos económicos, políticos sociales y ambientales que el Estado español tiene. Durante años se nos “dio pan y se nos llamó tonto” ahora sin pan se nos quiere seguir llamando tontos. Así no cuela. El cambio se ha puesto en marcha y nadie lo detendrá, la confrontación girará sobre la dirección de este cambio no sobre su detención. ¿Qué tal si empezamos por Madrid y la monarquía?