Raúl Solís | Una palabra está de moda: escrache. Se escriben artículos sobre el supuesto espíritu antidemocrático de una novedosa forma de manifestación cívica y radicalmente pacífica que todo el material armamentístico que usa son octavillas, pegatinas y un megáfono por el que gritan las víctimas de una injusticia convertida en legal. Los tibios, que justifican las injusticias con debates terminológicos, están encantados vertiendo ríos de tinta y criminalizando a unas pobres criaturas que simbolizan el desgarro y la herida más sangrante de la crisis económica.
Imagino lo asustados que tienen que estar los articulistas de los medios de comunicación del establishment, los políticos de PP, PSOE y UPyD y los intelectuales de supermercado que no tienen otra cosa que pensar que en unos pobres parias que se tiran a la calle a pedir su derecho a techo. El susto que padecen lo traducen en vomitivos artículos y nauseabundas intervenciones donde reflejan el pavor que se siente al ver una pegatina que les pide que pulsen el botón verde y aprueben una Iniciativa Legislativa Popular de mínimos, que persigue que no haya gente sin casa mientras existan casas sin gente.
Siguen pensando en política como antes, como si aquí no hubiéramos salvado a los bancos con dinero público, como si la Familia Real no se hubiera enriquecido a costa del erario público, como si el PP se hubiera financiado legalmente, como si la reforma constitucional para privilegiar el pago de la deuda la hubieran aprobado los desahuciados, como si la burbuja inmobiliaria la hubiera creado la sanidad o como si las víctimas de todo fueran los diputados y nos los desarrapados que acuden desesperados a la puerta de los domicilios de los señores diputados.
Echan de menos los tiempos donde la injusticia se tapaba con 400 euros o un cheque bebé universal. Sufren la arrogancia propia de quienes analizan la realidad desde las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas y no desde el asfalto por donde corre la sangre de una crisis que está tirando a la puta calle a las víctimas de un sistema que se desmorona por injusto.
Hablan de democracia como si les perteneciera y obvian que no hay nada más antidemocrático que la injusticia amparada por leyes injustas. Ellos siguen tan cómodos dando lecciones de ética democrática desde sus despachos y asustados porque unos cuantos desheredados de su inacción le amenazan con depositarle en su buzón cartas rogatorias, con el fin de que bajen del coche oficial entintado para apiadarse de sus tristes vidas.
Le necedad siempre se viste de responsable para justificar la injusticia. Han escrito más artículos sobre el debate terminológico de los escraches que sobre la insostenibilidad de un país que echa a miles de familias a la puta calle, mientras dispone de miles de viviendas vacías que han sido pagadas con el dinero de los desahuciados –acordaos del banco malo-. Se está cayendo el sistema, no por los activistas de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, sino por la desvergüenza de unos elegantes articulistas, políticos y presidentes de barra de bar que dedican más energía a luchar contra los escraches que contra los desahucios.
Si en lugar de alimentar este debate absurdo, vil, mezquino, de salón y etiqueta, dedicaran más tiempo y tinta a modificar una ley antidemocrática, antiética, usurera y desgarradora, que convierte en legal la injusticia, no existirían ni desahucios ni escraches. Entre defender a los bancos –los verdugos- y defender a las víctimas, es siempre mucho más garantista y democrático defender a las víctimas. Si te equivocas, al menos serás un poco menos infame y más digno que si te equivocas defendiendo a los verdugos. Confundir a las víctimas con terroristas es no entender la tragedia humana que significa que tu proyecto de vida sea expulsado a cualquier acera, de cualquier ciudad, de un maldito día cualquiera. Lo insostenible es la desesperanza, no los escraches.