Raúl Solís | Desde el respeto y la defensa al derecho a decidir de Cataluña (y de todas las naciones, nacionalidades o regiones que así lo consideren), asisto con pena al Estado federal que nunca será. Los catalanes no son unos ingenuos ni unos exaltados, su debate político es de altura, mayoritario y transversal. El pueblo catalán no solamente quiere decidir su futuro nacional, también ha entendido que su modelo social pasa por tener estructuras propias e independientes de un Estado que se reserva la mayor porción del déficit y condena a las comunidades autónomas a hundir sus sistemas educativos, sanitarios o de atención a la dependencia.
Tampoco es una corriente impulsada por la burguesía catalana, a la que le interesa más pertenecer a España que la independencia, es la fuerza de la sociedad civil que se ha cansado de esperar a que España entienda que ellos quieren poder ser españoles siendo catalanes. Es el hartazgo del concepto sacrosanto del Estado español y la derrota de una miopía política que mira a la periferia, desde el centro, de reojo y con desconfianza.
La socialdemocracia, ahora amarrada al mástil del federalismo, ha perdido mucho tiempo abriendo la puerta de la Constitución con timidez para no terminar nunca de aceptar que España es plural: plurinacional y plurilingüe. La deriva soberanista es la respuesta a la táctica de la derecha española de gobernar la periferia desde los pasillos del Tribunal Constitucional.
El hachazo que la derecha centralista española asestó al Estatuto de Cataluña -después de ser refrendado por el Parlamento catalán, las Cortes y el pueblo catalán-, fue el último banderazo españolista que los catalanes necesitaban para querer abandonar un Estado edificado “por cojones”: ese concepto tan machista y violento que usa el nacionalismo españolista para negar lo que no tolera.
Los catalanes quieren decidir su futuro. Con CiU como garante o sin CiU. Con el reconocimiento del Estado español o con la legitimidad democrática de las urnas. Es un tsunami imparable que arrastrará a quien no entienda que lo que está pasando en Cataluña es el principio del desmoronamiento de un Estado que ha ido contra sí mismo.
Sigo pensando que el federalismo es la forma jurídica que nos permitiría, a todas las naciones o nacionalidades, convivir, respetarnos y ser libres del poder omnipotente y centralista castellano. Sin embargo, vamos tarde, el tren del federalismo pasó delante de nuestras narices sin que la izquierda, no digamos ya la derecha, supiera articular un relato para que la manera de ser español de catalanes, vascos, gallegos o andaluces fuera ser catalanes, vascos, gallegos o andaluces.
Paradójicamente, ha sido el nacionalismo españolista el que ha destruido España a base de negar su diversidad e imponer, “por cojones”, su relato histórico falseado y maniqueo donde, como el colesterol, hay nacionalismos buenos y malos. El bueno, por supuesto, es el nacionalismo españolista; los malos, son todos los demás nacionalismos.
Si España ha sido incapaz de votar a favor de que el catalán sea lengua oficial en las instituciones europeas, donde la traducción es el idioma oficial, nada bueno deparará el futuro a esta España decadente. Si Cataluña se independiza, España será más pobre, más miope y más intolerante. Por Cataluña ha entrado el único contrapoder capaz de tambalear la sacrosanta unidad de España que siempre ha sido “por cojones”. Y por Cataluña saldrá también la fallida idea de construir un Estado contra casi la mitad de sus habitantes.
Excelente articulo. Gracias
artículo que comparto al 100%. un catalán independentista. saludos cordiales