Portada / Editoriales / ¿Y si el clima fuera un banco?

¿Y si el clima fuera un banco?

Brujula2

 

“Si el clima fuera un banco, ya lo habrían salvado”. Ese es uno de los lemas de las organizaciones sociales y ecologistas que están participando en la Cumbre del Clima en Copenhague, tratando de que se cierre con un éxito el próximo día 18.

 

En realidad, el clima no es UN banco, sino EL banco. Nuestra supervivencia depende de que no entre en bancarrota, lo que los científicos califican como un “cambio climático catastrófico”. Igual que los Bancos Centrales intervienen cuando la morosidad aumenta o se descontrolan los pasivos, el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) ha situado en 2ºC el aumento máximo de la temperatura media del planeta admisible; superarlo podría “hundir” los ecosistemas que nos dan sustento.

La producción global de alimentos depende de unas condiciones climáticas dadas. Si los suelos fértiles se convierten en yermos porque las temperaturas siguen aumentando, y las precipitaciones continúan concentrándose provocando más sequías aún en los climas secos, y más inundaciones en los húmedos… tendremos una crisis que no podrá resolver todo el dinero del mundo. Y esta tendencia no la indican sólo las proyecciones informáticas, los siempre imperfectos modelos. Lo estamos viendo, lo estamos midiendo… y cada vez más gente, lo está sufriendo.

 La crisis climática va más allá de la crisis alimentaria: es una crisis en la salud, al cambiar los patrones de distribución de muchas enfermedades, para las que los sistemas de salud no están adaptados. Es la pérdida del litoral por la subida del nivel del mar. Es la ruptura de ciclos naturales, como el que nos garantiza disponer de agua, por la desertificación inducida. Son fenómenos naturales extremos (huracanes, tormentas, sequías, olas de calor…) más frecuentes y potentes. Tantos siglos soñando con viajar a otro planeta, y en unas pocas décadas la Tierra nos va a parecer ese otro planeta. Tendremos que volver a trazar los mapas.

El cambio climático existe: lo estamos midiendo. Esta misma semana la Organización Meteorológica Mundial ha presentado sus datos: la década 2000-2009 ha sido la más cálida desde que hay registro. La segunda fue 1990-1999. La tercera… no es difícil averiguarlo, la de 1980-1989. 2009 será uno de los 10 años más cálidos de los que hay registro directo (desde 1850), y casi con toda seguridad estará entre los cinco primeros. El culpable no es el sol, los ciclos naturales o una conspiración científica: es la emisión de gases de efecto invernadero por la acción del hombre. Por nuestra adicción a los combustibles fósiles, por la deforestación, por prácticas agrarias insostenibles…

En Copenhague se está tratando de dar una respuesta global a todo eso. En dos frentes: primero, la mitigación. Es decir, que el cambio climático no vaya a más. ¿Cómo? Reduciendo nuestras emisiones de gases de efecto invernadero para evitar alcanzar niveles catastróficos. Las temperaturas van a seguir aumentando durante unas décadas hagamos lo que hagamos, pero no es lo mismo quedarnos en 2ºC más que en 7ºC. Se trata así de aprobar un nuevo Protocolo de Kioto, un tratado legalmente vinculante que reduzca las emisiones de los países ricos y limite la de los países emergentes (como China) entre 2013 y 2020. Para que el objetivo sea viable, los científicos dicen que los países ricos deberían reducir sus emisiones en 2020 entre un 25% y un 40% respecto a lo que emitieron en 1990. La Unión Europea se ha comprometido a alcanzar el 20%, y está abierta a negociar hasta el 30%. Obama ofrece una reducción del 3%, y no quiere cerrar ningún acuerdo que sea legalmente vinculante por ahora.

 El otro frente abierto en Copenhague es el de la adaptación: definir instrumentos y políticas que sirvan para minimizar el impacto que el cambio climático en marcha va a provocar (y ya está provocando) en los ecosistemas, en el litoral, en la agricultura, en el acceso al agua, en la seguridad alimentaria, en la salud, en la prevención de riesgos, en la economía en general… Los países más vulnerables son, precisamente, los más pobres. (Bangladesh, los países del Sahel…) y también los más poblados (escasez de agua en India y China). Y por supuesto, algunos que desaparecerán, literalmente, como las naciones insulares de Oceanía, o Maldivas… o culturas que se “extinguirán” como tales,  en el caso de muchos pueblos nativos.

¿Qué podemos pedir? Primero, a la Unión Europea, un último empujón. Poner toda la carne en el asador, acordando unilateralmente la reducción del 30% de sus emisiones y, en un marco global con EEUU, Japón, Canadá, Australia y el antiguo bloque soviético, del 40%. Una política que nos hará más eficientes, más responsables, que espoleará la investigación y la innovación… que pondrá las bases de una economía nueva y mejor.

 Segundo, facilitar que los países emergentes (Brasil, India, China, Indonesia…) se comprometan a limitar sus emisiones, ofreciéndoles transferencia tecnológica. Para que no repitan nuestros errores, y pasen directamente del carbón a las energías renovables.

 Tercero, un marco justo. Un fondo de al menos 100.000 millones de euros para la adaptación de los países más pobres y vulnerables. No es mucho más de lo que el gobierno español ha puesto sobre la mesa para salvar bancos y cajas de ahorro.

 Cuarto, responsabilidad. Empezando por Obama. Greenpeace dice que ya ha conseguido el Nobel, y que ahora le toca ganárselo. Que lo demuestre ofreciendo una reducción realista, y un compromiso vinculante de su país con el resto del mundo. Pero siguiendo por la Unión Europea, en especial al gobierno de Zapatero.

 El gobierno español forma parte del “trío” (la troika) que dirige las negociaciones de la UE, por tocarle en turno la presidencia el próximo semestre. La prensa está empezando a recoger la preocupación de gobernantes de otros países europeos por la dejación de funciones del gobierno de Zapatero. Primero, por permanecer impasible al rotundo fracaso que fue la reunión preparatoria celebrada hace algo más de un mes en Barcelona. A la que ni siquiera se dignó a asistir ZP, aunque fuese a inaugurarla. Preocupa que la ministra del ramo le dé más importancia a un consejo rutinario sobre pesca en Bruselas que a incorporarse a las negociaciones de Copenhague, donde no sólo representa al gobierno español, sino a los 27. Preocupa que la secretaria de Estado aún no haya asumido funciones en la troika europea porque aún no ha ido a Copenhague, el quinto día de la cumbre.

 ¿Para qué quiere el gobierno español estar en el G20 u otros foros internacionales, si no cumple con sus obligaciones? ¿Cuánto va a tardar ZP en admitir el error de disolver el ministerio de Medio Ambiente en el de Agricultura? ¿Tiene culpa la inoperancia del gobierno de Zapatero en la parálisis que está mostrando la UE en esta cumbre?

 Es muy posible que Copenhague termine siendo un fracaso. Es decir: que no alcancemos un acuerdo suficiente ni vinculante, sino una mera declaración de intenciones. Sin embargo, los ciudadanos podemos incidir, participando en las movilizaciones y acciones organizadas por grupos ecologistas y sociales… y recordando que en una democracia, la última palabra la tiene el votante.

EDITORIAL 11-12-2009

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *