Porque las empresas, a pesar de que no sea la filosofía ni la intención de muchas de ellas se siguen viendo abocadas a la exportación (más del 75% de la producción se exporta) y a la vez, muchos consumidores de ecológicos son auténticos apóstoles del modelo, viéndose obligados a hacer un importante esfuerzo para llegar de forma habitual a este tipo de alimentos.
Mientras no se alcancen una serie de volúmenes mínimos (las economías de escala siguen existiendo en muchos eslabones de la cadena de valor), el círculo será vicioso. Y en realidad nadie tiene obligación de romperlo y convertirlo en virtuoso. Nadie, si es que dejamos fuera a las administraciones públicas y el mandato asumido de buscar la mejora continua de la sociedad. Y sin embargo ese es precisamente el error de muchos agentes económicos y sociales, descargar la responsabilidad en la administración pública, convirtiéndola en sujeto del mercado y pidiéndole que sea la que active o desactive determinadas actuaciones, tendencias o funcionamientos del mercado cuando a veces lo que resulta mejor que haga es, precisamente lo contrario, que no conciba nada.
En la actualidad asistimos a una regulación excesiva y existen diversas normas que tienen como única utilidad completar, sesgar, vincular o condicionar otras existentes. Un paso necesario podría considerarse que consiste en desenredar la maraña. Pero cuidado, que dada la situación actual, una desregulación a las bravas acabaría con medio sector productivo y comercializador, la situación actual es fruto de una adaptación larga y compleja.
Resulta mucho más sencillo, rápido, cómodo, barato y efectivo aplicar medidas de racionalización y sentido común. Una es clara, trasladar al mercado de alimentos ecológicos criterios de territorialidad, que no es más que acercar la tierra y los productos de la misma a los que en ella viven.
Se evitarían enormes costes de transporte, se consumirían los productos más frescos, se evitarían envases y embalajes, se produce una mayor identificación de los consumidores con los productos, se evitarían intermediarios en la cadena productiva y se mejoraría con ello los precios. A medio plazo se producirá, de manera natural un desarrollo de la industria agroalimentaria orientada al mercado artesanal y local.Resulta bastante obvio y sencillo, y sin embargo, no se produce, los pequeños intentos que se están llevando a cabo, avanzan con gran dificultad, por qué, por la falta de organización de los consumidores y la falta de flexibilidad de los productores, pero sobre todo por la falta de confianza de todo.
Tanto productores como consumidores deben creerse que es posible, que es factible, que se puede hacer y que depende de ellos mismos el éxito. El éxito que no es más que comer sano, productos de la tierra, a precios razonables y con altos grados de comodidad y confort.
Para conseguirlo únicamente hace falta movimiento, acción, intentarlo, probarlo. No conviene olvidar que la principal barrera de crecimiento del sector ecológico es el de la primera compra, es decir, que el consumidor, la familia, tome la difícil decisión de modificar ligeramente el acto habitual de compra de alimentación. Esa, aunque parezca mentira, es la gran barrera hoy para el desarrollo de un sector con un potencial extraordinario que tiene mucho que aportar a la sociedad. Y es que, tras la primera compra, la segunda, la tercera y sucesivas se convierten en una necesidad.
Llega la época navideña, momentos en los que exploramos nuevos productos, nuevos sabores, alteramos hábitos cotidianos de compra y alimentación. Es un momento idóneo para aprender de la sabiduría de los padres que buscan lo mejor para sus hijos, para que pensemos en los pequeños productores que luchan cada día por salir adelante apenas a unos kilómetros de donde vivimos y que producen y comercializan excelentes productos.
Valoran las cualidades de los productos aquellas personas que lo identifican con claridad, saber tratarlo y cocinarlo. Los embutidos serranos donde se más se valoran es en Andalucía, busquemos ternera retinta, naranjas de la vega, miel de nuestros parques naturales, vinos de la tierra, dulces locales tradicionales.
Hagámoslo en casa y en la calle. Cuando vayamos al super, al hiper, busquemos en la etiqueta el lugar de producción, forcemos al distribuidor a tener sensibilidad hacia los productores locales, exijámoslo, y si no los encontramos, cambiemos de lugar de compra, merece la pena el esfuerzo, surtamos nuestra despensa con productos andaluces por identidad, por calidad, por precio. Cuando pidamos una copa de vino en un bar o restaurante preguntemos por los vino de la zona, por las tapas y platos que tengan elaborados con productos de proximidad, con razas autóctonas con verduras y hortalizas ecológicas frescas.
El gesto diario y cotidiano de hacer la compra, de comer y beber puede convertirse en un arma poderosísima de defensa de razas animales y especies vegetales, de activación y defensa de la economía y de la identidad cultural, de fomento de la actividad económica y el empleo. Se consigue un múltiple beneficio de un acto que en realidad es muy egoísta, cuidar nuestra salud gracias a una alimentación sana.