José Luis Serrano / Esto sucedió la noche del equionoccio del año 6, cuando Roma había cumplido los 760 años y el calendario hebreo 3767. Las Escrituras no dicen en ningún momento que fueran reyes, sino magos y de oriente.
El mayor era de piel blanca y pelo rubio, podría ser germano pero, en el siglo primero, esa raza había alcanzado ya los bosques de la reciente Europa. Así que debemos suponer que era blanco, pero de una tierra situada al oriente de Palestina. Acaso un astrólogo de Samarcanda, acaso un sabio georgiano, tal vez un ario de las orillas del Ganges. Aquella noche, la del equinoccio de primavera, hubo dos crepúsculos y en el segundo con el que sólo soñó él, la estrella le mostró el camino. Al amanecer, acompañado por sus dos hijas se puso en marcha. Cabalgaron durante toda la primavera y bien pasado el solsticio de verano llegaron a Belén de Judá. Las hijas de Melchor se quitaron los cascos y mostraron su pelo de oro a un hombre anciano llamado José.
La segunda era mujer. En el desierto de Arabia, a la altura de Layla, quería permanecer despierta durante toda la noche del equinoccio, pero tuvo una caída instantánea y profunda en el sueño. En lo astral vio el crepúsculo por segunda vez, olió el incienso y vio con nitidez la estrella. Por la mañana se sumó a una caravana de camellos que la llevaría hasta Jerusalén. Ciento cincuenta días después le preguntó al rey Herodes por el Hijo del Hombre.
El tercero era el más joven, pasaba el equinoccio junto al Nilo en el menos profundo Sudán. Quería purificarse y olvidar un amor de infortunio. También vio la aurora de David y se puso en marcha acompañado por su amante. Ciento y cincuenta días más tarde cruzaron con elefantes las calles de Jerusalén. Al hombre recién nacido le entregaron la mirra.
Los magos no adoraron al niño, sino que asistieron a su presencia entre nosotros. Eso significa epifanía, asistir al nacimiento, no nacer. Los humanos no podemos volver a nacer,podemos asistir al nacimiento de lo nuevo. Por eso, epifanía es más importante que natividad.
Sucedió algo más: la Maga informó a José de las pretensiones asesinas de Herodes. José tomó a su hijo y huyó a Egipto. En la atribulación de la partida olvidó advertir a sus vecinos de que Herodes mataría a todos sus hijos menores de dos años. No les dio la oportunidad de que huyesen también. La culpa lo persiguió toda su vida, fue su destino y el de la humanidad.
La culpa adoptó la forma de una estrella que sólo él veía en sus sueños, dos veces cada noche, como una condena. Y los magos de Oriente supieron siempre que no habían practicado la adoración de un dios menor, sino que habían realizado la epifanía de un mal mayor: la culpa humana.