Las razones éticas y sociales que legitiman ocupar una vivienda vacía propiedad de un banco o resistir el desahucio de una vivienda por parte del mismo banco, son muy similares sino idénticas. El derecho a la vivienda, la necesidad, la pobreza, la crisis, el desempleo, el expolio de la banca, la especulación urbanística; todos esos motivos son alegables en un caso (ocupación) y en otro (resistencia al desahucio). Personal y políticamente tengo muy claro que tan legítimo es ocupar viviendas vacías en mano de los bancos como oponerse al desahucio que un banco solicita por impago de una hipoteca que el propietario no puede pagar
Si esto es así, que lo es, no parce razonable que el apoyo social que cuenta Stop Desahucios o PAH sea mucho mayor que el que cuenta movimientos de ocupación de viviendas. ¿Cuál es el motivo que explica este diferencial de simpatía ciudadana ante acciones que gozan de la misma legitimidad? Creo que la explicación proviene de la diferencia entre pensamiento rápido (intuitivo) y pensamiento lento (reflexivo) tal como lo define la conocida clasificación de D. Kaheman.
Para entender mejor esto miremos rápidamente el tipo de disucros que los conservadores hacen sobre esto dos tipos de acciones. Al que toma una cas de un banco se les denomina como “okupas” (obsérvese el uso de la “k” como signo ortográfico de la criminalización batasunera), se habla más que de ocupación (sin k) de “patada en la puerta”. Estas dos imágenes asocian automáticamente, en el pensar rápido, a la ocupación no con un derecho sino con la violación del derecho y con la violencia física (la “k” terrorista, la patada en la puerta, la kale borroka). Sabemos, y nuestros enemigos lo saben aún mejor, que cuando el ejercicio de un derecho está vinculado intuitivamente al uso de la violencia el grado de apoyo social que suscita es muy inferior que si tal asociación no existe. Todo este discurso del ABC o de El País es falso y demagógico, pero es efectivo.
Por el contrario la foto de los desahucios no le gustan ni a la derecha ni a los bancos, es mala publicidad para sus intereses. En el desahucio para el pensar rápido, el violento es el banco y la política y las víctimas de esa violencia son los inquilinos. En los relato de los desahucios no se puede ortográficamente introducir la “K”. El desahuciado ha accedido legal y pacíficamente a la propiedad y son las consecuencias de una mala política, de la que los bancos son ante la opinión pública en gran medida responsables, quien le despoja de esta. Por eso el discurso sobre los desahucios consiste en negar que existan; el PP dice haber elaborado leyes que garantizan que nadie se va a quedar, por impago, en la calle. Los bancos también aceptan acuerdos y usan estrategias de comunicación muy distintas ante los desahucios que ante las ocupaciones.
De estas diferencia en los discursos y en la percepción social se ha dado cuenta tanto Stop Desahucios como la PAH y han elaborado inteligentísimas estrategias de comunicación que han obtenido numeroso éxitos. En contraste los movimientos de ocupación esta desgraciadamente jalonados de múltiples derrotas. Finalmente uno de los diversos éxitos de la Corrala Utopía ha sido que su ocupación a acabado pareciendo un desahucio, más que un desalojo.
Tenemos un dispositivo intuitivo básico (pensar rápido) de rechazo a la violencia y al uso de la fuerza sabedores de los costes que la violencia tiene como instrumento. Digamos que la resistencia al desahucio provoca empatía y la ocupación lesiona nuestra disposición empática. Mientras que en el desahucio la empatía (que es decisiva en las intuiciones morales inmediatas) favorece la solidaridad; en la ocupación la empatía la obstaculiza. Cualquier estrategia de comunicación que pretenda fomentar la solidaridad y que no cuente a su favor con la empatía está condenada al fracaso. Los reaccionarios, por el contrario, no estimulan la empatía pero si la usan como mecanismo de bloqueo de los sentimientos solidarios.
Esta información la conocemos desde hace tiempo y se han visto confirmadas en diversos ensayos experimentales. Alguno de estos ensayos son los llamados “dilemas del tranvía” y del “hombre gordo”. Yo mismo he comprobado en ensayos realizados con alumnas y alumnos estos resultados. El ensayo cosiste en comparar los resultados ante la aplicación de dos dilemas distintos en una misma población o muestra experimenta. El “dilema del tranvía” consiste en expone a un individuo a un dilema resultante de una situación simulada. Un tren avanza inexorablemente por una vía al final de la cual hay un grupo de cinco personas amarradas a la misma. Si el tren no para o cambiar su curso las cinco personas que morirán fatalmente. El jugador no puede parar el tren pero si tiene la posibilidad de pulsando un botón cambiar de vía al final de la cual hay una persona atada que también morirá. El dilema del tranvía consiste pues en no tocar el botón y morirán cinco, o pulsar el botón el botón y morirá sólo uno. La mayoría, por encima del 80%, de los jugares decide pulsar el botón y salvar cinco vidas a costa de sacrificar a una. Entre mis alumnos y alumnas el porcentaje de los que decidían pulsar el botón era superior al 95%.
El otro ensayo que aplicamos a la misma población, el “dilema del hombre gordo”, se describe una situación donde de nuevo un tren avanza hacia un grupo de cinco personas atadas en la vía. El jugador en
este caso no tiene la posibilidad de desviar al tren pero si de pararlo. ¿Cómo? Arrojando un objeto muy voluminoso y pesado que haga detener al tranvía. Pero del único objeto voluminoso que dispone es un hombre muy, muy gordo que observa la escena desde un puente por debajo del cual pasa el tren. La única manera de salvar la vida de las cinco personas amaradas es empujar al hombre gordo que está al lado del jugador y sacrificar por tanto su vida. La contabilidad es la misma: una vida a cambio de cinco ¿pero y las respuestas son iguales? No, en este caso solo algo más de la mitad de los jugadores decide empujar al gordo mientras que casi la mitad no lo hace y sacrifica la vida de los cinco amarrados. Entre mis alumnos y alumnas sólo el 57% empuja al gordo y el 43% decide no hacer nada.
El contraste y la discrepancia de respuestas ante un mismo dilema ético tiene que ver con los mecanismos del pensamiento rápido que no valoran igual dos acciones distintas como son “apretar un botón” o “ empujar a un hombre”, aunque los resultados sean idénticos : 1 x 5. La explicación es la misma que la que hemos dado sobre las asimetrías de apoyo social entre los desahucios y las ocupaciones. Empujar a un hombre es contra empático, un acto violento. Pulsar un botón no es un acto registrado intuitivamente en nuestro sistema de señales empáticos, ni está asociado con la violencia.
La intencionalidad final de una acción no es tan determinante en la valoración intuitiva de las mismas, que es el tipo de valoración que los individuos realizan cuando responden a los mensajes de la comunicación de masas. La izquierda ciertamente no debe dirigir sus mensajes exclusivamente a la intuición sino a la reflexión (pensar lento) pero para que tal objetivo tenga éxito no puede enemistarse con la intuición. Sólo desde la estimulación de la empatía, y no desde su bloqueo, es factible acceder a la reflexión. El panintecionalismo moralista de la izquierda le hace olvidar las condiciones materiales de la comunicación y la movilización política. Enter dos estrategias que conducen al mismo lugar debemos elegir las que tienen mayor éxito y menor coste. Entre ocupación (el empujón al hombre gordo) y la resistencia a los desahucios (pulsar el botón) no hay dudas cual debe ser la estrategia preferente si pretendemos, y lo pretendemos ¿verdad?, lograr la hegemonía social, que para los pobres y los demócratas, es el único instrumento posible y legítimo para la transformación social.