Podemos no nació para ser un partido político más, sino para ser Dios, para poner remedio a todos los pecados del sistema de partidos. Su nacimiento se nutrió de demandas de democracia real, a la repolitización de las plazas públicas y a la apertura de mecanismos de participación para una sociedad que, desde el 15M, pedía a gritos la modernización y democratización de las estructuras políticas.
La campaña electoral que consiguió que Podemos entrara sorpresivamente en el Parlamento Europeo fue una campaña casera, manual, hermosa. Eran “gente normal haciendo cosas extraordinarias”, decían los lemas de Podemos por aquellas fechas. Podemos supo leer el momento político y cubrir un hueco que IU no quiso o no se atrevió a cubrir: “Lo llaman democracia y no lo es”, era la gasolina que alimentaba los mítines de aquel Podemos de hace sólo año y medio que parece estar a años luz del actual.
Pero todo empezó a cambiar a medida que Pablo Iglesias se fue encerrando en despachos solamente en compañía de los suyos: con Juan Carlos Monedero, Errejón, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Rafa Mayoral y un pequeño grupo de profesores universitarios encargados de diseñar el asalto a los cielos; cuando lo que la gente pedía en el 15M era la limitación del poder, no asaltarlo.
A medida que el globo de Podemos se iba haciendo más grande, las técnicas autoritarias y excluyentes se fueron acrecentando en el interior del reservado de Pablo Iglesias. En la asamblea fundacional de Vistalegre, primera cita para dar cuerpo a un estado de ánimo, Pablo Iglesias ya anticipó lo que sería el devenir de una formación política en la que el 37% de sus diputados han firmado un manifiesto en contra de la deriva antidemocrática y arrogante de Iglesias y su equipo fiel, un manifiesto que necesita la friolera cifra de 37.000 firmas para que sea considerado por la cúpula de la formación morada –casi el mismo número de firmas que se necesitan para presentar una Iniciativa Legislativa Popular en un parlamento autonómico-.
Vistalegre se saldó con la exclusión de las minorías o sectores críticos de los órganos estatales de participación de la formación morada. Se excluyó a la corriente liderada por Teresa Rodríguez y Echenique y no pasó nada. Nadie quería apearse de un proyecto que entonces prometía asaltar los cielos.
No contento con excluir de los órganos de debate y ejecutivos de Podemos a todo aquel que no fuera un fiel devoto, el equipo de Iglesias prosiguió su camino y ha ido expulsando a los sectores críticos que habitaban a lo largo y ancho del país. Y ya para terminar de rizar el rizo, un proceso de primarias ni ético ni estético.
Un modelo de primarias en el que la lista del líder se hace con el 100% de la representación. Si la ley electoral española fuera como el mecanismo de primarias diseñado por Pablo Iglesias y su equipo fiel, el PP tendría la totalidad de los 350 escaños en el Congreso de los Diputados.
Y si el modelo de Estado fuese como el modelo de primarias de Pablo Iglesias, en España no es que no existiesen las actuales comunidades autónomas, es que no existirían ni los gobernadores provinciales del centralismo más caduco y reaccionario que señala con su dedo desde Madrid. A la falta de legitimidad democrática se une la incapacidad de ver las características territoriales de España.
Si a todo esto se le une la indefinición calculada sobre temas de vital importancia, el desprecio hacia otros actores del cambio político, la situación es que Pablo Iglesias se parece más a la Rosa Díez endiosada y arrogante que a ese joven que parecía salido del 15M. Podemos es ya visto como un partido viejo, con solamente año y medio de vida.
Porque vieja política es silenciar la pluralidad interna, vaciar de capacidad de acción a los militantes -Círculos, en el caso de Podemos-, vieja es la forma usada para señalar con el dedo a los fieles, vieja es la manera chulesca e irrespetuosa de responder a quien tiende la mano, vieja es la arrogancia, la soberbia y el culto al líder, viejo es confundir un partido político con una peña de fútbol, decir una cosa y hacer la contraria, la utilización interesada de los movimientos sociales para luego acallarles la voz y el nepotismo y el responder con expulsiones a quienes opinan diferente.
A Iglesias se le ha ido la mano, como cuando un fontanero se pasa de rosca y le empieza a salir agua a borbotones sin saber cómo frenarla. Podemos no nació para ser un partido más; Podemos nació para ser el Dios de los partidos, porque su juicio contra los agujeros de la política fue acertadamente durísimo. A los curas les está permitido pecar, pero Dios no tiene permitido pecar porque en él recae la absolución y el perdón de los fieles. Y los fieles, ya gritan contra Podemos lo que legitimó el nacimiento de Podemos: “Lo llaman democracia y no lo es”.