Antonio Manuel
Soy feminista. Y no creo en el nombre del Ministerio ni de la Consejería de Igualdad. Tampoco en el planteamiento de sus políticas, objetiva y subjetivamente hablando. En lo que hacen y en quienes lo hacen. Porque son una metonimia. Y un engaño en sí mismas. Todas y todos sabemos por qué y para qué se crearon. Así que su nombre correcto hubiera sido Ministerio o Consejería “para la igualdad”. Y no una igualdad cualquiera ni entre cualquiera, sino “efectiva entre géneros”. En unos casos luchando para evitar el matrimonio forzado de una menor. En otros, para admitir que compitan hombres en natación sincronizada o gimnasia rítmica. Los únicos deportes doblemente sexistas, porque todos los demás ya lo son.
Soy feminista. Y me escama que la igualdad entre géneros se haya convertido en un tótem deslocalizado. Nuestros legisladores se limitan a copiar normas europeas, olvidando que los contextos jurídicos y materiales son radicalmente distintos para una mujer en Suecia que en Andalucía. Porque las políticas de igualdad parten de un presupuesto equivocado: no son iguales las diferencias. Les pondré un ejemplo. Se cierra en esta semana el plazo para inscribir niños y niñas en las guarderías andaluzas. Salvos casos excepcionales, se privilegia a las parejas con empleo y se penaliza a quienes no lo tienen. Este criterio obedece a una lógica impecable en sociedades con un paro insignificante: si un miembro de la pareja no quiere trabajar ni quedarse con el niño, que pague el servicio de guardería. Pero es una locura en sociedades como la andaluza donde una cuarta parte de la población no encuentra trabajo porque no lo hay. Eso implica una doble discriminación: antes que pagar los 278 euros mensuales por la guardería, uno de los demandantes de empleo se queda en casa. ¿Y adivinan quién es? La mujer. El centro pierde una plaza. Es decir, muchas. Y si es privado-concertado, es más que probable que tiemblen sus cuentas y las piernas de las personas contratadas (mujeres en su mayoría). En consecuencia, se discrimina a la mujer parada y a la mujer trabajadora: una condenada a no encontrar empleo y la otra a perderlo.
Soy feminista. Y he aprendido que los hombres y las mujeres no habitan en burbujas en el limbo, sino en un espacio y tiempo concretos. En culturas y estructuras políticas concretas. Y con problemas concretos que se resuelven con partidas presupuestarias y competencias jurídicas concretas. No es igual ser mujer jornalera en Andalucía que Ministra en Madrid. Y tampoco son iguales las jornaleras de Almería que las de Jaén. Uno de los mecanismos andaluces para corregir este déficit en igualdad era la mal llamada “deuda histórica”. Una cláusula viva para tomar de más en indicadores sociales negativos con relación a la media española. Primero la mataron cuantificándola. Ahora nos la quieren pagar en especie con el consentimiento de la Junta. La delegación socialista en Andalucía del Gobierno de España. Y nos conformaremos con suelo para construir a nuestra costa guarderías vacías.