Mario Ortega / Aquel quince de mayo de dos mil once el acontecimiento tomó el nombre de esperanza. Ni optimismo ni pesimismo. Sólo esperanza, el hilo que ata la vida a las vidas; la mano que trenza las redes.
El quince de mayo de dos mil once nos renació el ancestral grito gutural dirigido a la horda milenaria. ¡Ayuda, me ahogo! La ayuda llegó en masa. Desordenada. Sabíamos qué pasaba: nos ahogábamos. Por separado. Cada quién en su lugar, en su mundo, notaba a su manera la extinción del oxígeno. El grito congregó la muchedumbre.
Aún no alcanzábamos a ver porqué nos ahogábamos. Porqué de repente, cuando nos prometían el mejor de los futuros y brindábamos sobre la tumba olvidada de nuestros ancestros, el horizonte se hizo niebla y en las manos se derritió la distancia. Hacía poco que un ya ex presidente de gobierno ganó su cargo prometiendo el pleno empleo, hacía nada que el mismo ex presidente anunciaba la llegada del valle de lágrimas. Meses después desapareció en las sombras dejando la desolación como legado, y fue sustituido por un gestor del dolor que ocupó su lugar protegido por la pantalla plana de un televisor de plasma.
Era entonces ese mundo sin aliento un mundo de perfectas respuestas que no encajaban en realidad alguna. El oxígeno comenzaba a escasear, eso era evidente, costaba respirar, pero todo funcionaba como si nunca fuese a faltar. Y lo que es peor, cada medida del gobierno cerraba más la espita. Asfixiante, y eso que aún no había llegado lo peor.
Cada quien vio venir el fracaso a su manera. ¡Me ahogo, Ayuda!, gritó alguien, ¡Me ahogo, Ayuda!, gritaron más. Y fue que una multitud notó que lo que también le pasaba es que le faltaba el aire. ¡Me ahogo, Ayuda!, se oyó por acá y por allá.
Fue entonces que aquel quince de mayo de dos mil once una multitud de gentes sin aliento, por separado, se unieron en calles y plazas para gritar juntos. ¡Nos ahogamos! Vuestras respuestas no tienen preguntas, no las queremos.
Las calles y plazas, las redes sociales, se constituyeron en una, dos, tres, miles de ciudades de preguntas. Unas preguntas llevaban a otras preguntas y a otras y a otras en un convulso renacimiento de la pasión política y la antigua y fértil duda.
Pronto llegaron los primeros acuerdos fruto de la recién nacida inteligencia colectiva, las primeras respuestas: “No nos representan,” “Lo llaman democracia y no lo es,” “No hay pan pa tanto chorizo.” Y preguntas, preguntas, preguntas, millones de preguntas. La política fue expropiada a unas élites de mandarines que la habían convertido en religión para beneficio propio.
Han pasado cinco años desde que la vieja voz de la esperanza despertase de un largo sueño de crédito, destrucción y delegación de intereses colectivos. Han pasado muchas cosas, ya nada volverá a ser como antes.
Cada vez que el soy se suma en un somos se inaugura la vieja ciudad de las preguntas, la vieja voz de la esperanza.
@MarioOrtega
Publicado en El Independiente de Granada