Antonio F Rodríguez
El Rey Felipe VI para a comer un menú de 11€ en un bar de carretera.
Este fué el titular que lanzaron los medios de comunicación para demostrar, una vez más, ese supuesto perfil de hombre llano y campechano que los medios atribuían a Juan Carlos I y que ahora parece haber heredado su hijo Felipe VI junto al trono.
Continúa así una tradición que se forjó con el anterior monarca y que fue minando el imaginario colectivo a través de cientos de anécdotas que la prensa nos contaba: la celebración en la que le tiraban a una piscina, el tono burlón de su teléfono móvil, cómo se bajaba al barro para ayudar a colocar su yate, toda clase de chistes o la inolvidable petición de perdón desde el pasillo de un hospital, entre tantas otras.
Este llanismo ha servido de argumentario a muchas personas que se regocijaban no solo de la idiosincrasia tan afable de Su Majestad, sino también de la fortuna que generaba en beneficio de todos los ciudadanos gracias a los contratos millonarios que conseguía para las grandes empresas españolas echándose una mano de sus contactos y buenas relaciones con jeques árabes o empresarios de todo el mundo. Aunque este tipo de gestas no son únicas, si no véase el caso Amancio Ortega: héroe nacional por donar 17 millones de euros a la sanidad pública gallega mientras con la otra mano ingresa de media 3 millones a diario gracias a exenciones fiscales y practicas empresariales bajo sospecha.
Sin duda este álbum tan completo de historietas causaron el efecto deseado. Una parte importante de ciudadanos ven en Juan Carlos I ese hombre sencillo que los medios retrataron, y ahora le toca el turno a su hijo: Felipe VI El Preparado.
Pues bien, detrás de toda esta publicidad me gustaría destacar dos datos que a muchos se les pasó por alto tras la abdicación pero que el periódico The New York Times se encargó de desvelar:
1. Juan Carlos I acumulaba casi 1800 millones de euros al final de su reinado
2. Sus bienes a la llegada al trono equivalían a “prácticamente nada”
Añadiré un tercero:
3. Estos cálculos son sólo una estimación debido a la opacidad de la Casa Real
Pues bien, ¿No es el Rey, a pesar de que nadie lo haya elegido, un cargo público? ¿Qué opinaría usted si un presidente, ministro o consejero llegase al cargo con una mano delante y otra detras y al finalizar su mandato acumulase una riqueza multimillonaria? ¿Por qué exigimos a las instituciones públicas la máxima transparencia pero no ocurre así con la Casa Real?
Siempre he entendido que una institución puede tener dos tipos de legitimidades: de origen y/o de ejercicio. Espero no equivocarme al creer que en el siglo XXI nadie sostiene que un Rey debe serlo por gracia y voluntad de Dios, por tanto, ¿tiene esta Monarquía legitimidad de ejercicio?