Antonio Aguilera Nieves
Adaptarse al cambio climático natural es algo que agricultores y ganaderos, que el hombre lleva haciendo desde siempre. Precisamente el aprendizaje de esta evolución, ha dado lugar a una enorme y rica biodiversidad, porque no olvidemos que el hombre también ha logrado multiplicar la biodiversidad, es lo que ha dado en llamarse la biodiversidad domesticada. Para su consumo y beneficio, si, pero que ha sido igualmente útil para la biodiversidad global.
En un sentido más amplio, la adaptación al cambio climático natural pasa por la conservación y uso del conocimiento y experiencia en el manejo de las técnicas tradicionales de agricultura, ganadería y oficios tradicionales. Porque la mayor parte de los elementos definitorios de la vida cotidiana de cualquier territorio: alimentación, tejidos, viviendas, están íntimamente vinculados a las características de la biodiversidad y el clima de cada lugar.
Así, para seguir adaptándonos y aprendiendo de la evolución de la Tierra, tenemos ya definido un requisito y objetivo claro: es imprescindible un medio rural vivo, habitado. Establecer mecanismos que permitan vivir y trabajar en el medio rural de manera digna puede ser una eficaz vía adaptación al cambio climático natural. En ese objetivo, los estados tienen que jugar un papel proactivo fundamental.
La biodiversidad domesticada se convierte así en un seguro de vida para la humanidad. Mantenerla, potenciarla, aprender de ella es la llave de mejor futuro. Sin embargo, ahora el proceso se está invirtiendo: casi el 70% de la base alimenticia del hombre procede de cuatro cultivos: la patata, el maíz, la patata y la soja. Cultivos que, además, están perdiendo cada día sus variedades, son apenas 4-5 tipos de variedades las que se plantan mayoritariamente en el mundo. El poder en pocas manos del comercio mundial de alimentación es un error, un problema y una amenaza.
Para combatir el cambio climático ocasionado por el hombre, el cambio climático antropológico, se están desarrollando toda una serie de inversiones, de investigaciones que tienen como mitigarlo y minimizarlo. Así, se encuentra en plena expansión la denominada economía verde, que incluye e impulsa sectores como el de las energías renovables, la depuración de aguas, el reciclado de residuos, el ecoturismo, la construcción sostenible… Se están promoviendo sectores de actividad que certifican en ecológico, en eficiencia energética, espacios naturales privados…..
En esta conceptualización de la economía verde hay un error de base catastrófico: el dogma mercantilista. Combatir el cambio climático, así, en general, se ha convertido en un negocio. En vez de vender bombillas convencionales, vendo bombillas de bajo consumo o de led. En vez de coches de gasolina, coches eléctricos. En vez de prendas sintéticas, prendas naturales. Pero no conseguimos escapar ni renunciar al modelo consumista. Hemos vuelto a caer en la trampa mediante la que seguimos consumiendo, eso sí, con la conciencia ecologista calmada. No perdamos de vista una idea fuerza esencial: La energía más barata y la menos contaminante es la que no se necesita.
No podemos permitirnos el lujo de convertir la lucha contra el cambio climático en el sector atractivo para los inversores en los próximos años porque entonces, no estaremos entendiendo la verdadera naturaleza del problema. No podemos seguir consumiendo, gastando, utilizando al mismo ritmo. Tenemos que comprenderlo: El crecimiento no es sinónimo de desarrollo. Más no tiene que ser mejor. Necesitamos aprender a tener más calidad de vida con una decreciente necesidad en el uso de recursos.
Las empresas no pueden marcar el ritmo ni la intensidad de lucha contra el cambio climático porque se convertirían en juez y parte. Las empresas, por definición, como agente de oferta de mercado, tienen la obligación, y está bien que así sea, de vender productos y prestar servicios. El liberalismo en el cambio climático es poner el zorro a guardar las gallinas.
Por eso son indispensables compromisos obligatorios y vinculantes en cumbres internacionales como la celebrada hace unos meses en París. El compromiso político internacional tiene que ser inmediato, claro, firme y coordinado.
El cambio climático es el mayor reto de la humanidad en el siglo XXI. No es cuestión de qué tipo de futuro tendremos sino de si tendremos futuro.