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El asesinato de Estefanía se “estudió” también en los cuentos.

EL AULA POR LA MIRILLA II.

Maria del Mar Oliver Mogaburo

Aula de 5 años. En la más tierna Educación Infantil, dentro de una de tantas aulas en las que se intenta mantener a niños y niñas a salvo de los horrores de extramuros; allí mismo, entre las páginas de un inocente cuento infantil, se encuentra uno de los más perversos lenguajes segregadores de los que se sirve y a la vez alimentan este sistema patriarcal.

A, que aún no ha cumplido cinco añitos, con su mirada clavada en las ilustraciones de un atractivo libro “de su edad”, se sienta sobre mi pierna y comenta – “mira, seño, a la niña se le va a ensuciar el chupe”. Me costó trabajo encontrar el pequeño detalle; debajo de la cama, en la ilustración, hay una pequeñita que intenta salir de su escondite y, efectivamente, lleva colgado un chupete que, como dice A, ya está seguramente muy sucio.

Tras expresarle mi admiración por su capacidad de observación e interpretación, me fijé en todo el dibujo que, aún sin textos y de una fugaz pasada, se me mostraba terriblemente segregador y machista: la mamá recoge la ropa (tarea de mujer), el papá hace bricolaje (tarea de hombre), la niña vestida de azul regaña a la pequeñita bajo la cama (tarea de mujer, incluso con los bracitos en jarro) y el niño ayuda al papá (tarea de hombre, pese a que aparenta no medir más de un metro).

Después del shock inicial, continué charlando con A, haciéndole preguntas sobre lo que veía:

  • ¿qué hace ese hombre?
  • Poner un cuadro
  • Ah, ¿y por qué no lo hace la mujer?
  • Porque ella no sabe y se puede hacer daño.
  • ¿La mamá? ¿por qué se puede hacer daño?
  • Por que sí, además, ella está guardando la ropa.
  • ¿Y por qué no la puede recoger el papá?
  • Por que eso lo hace la mamá.
  • ¿Por qué?
  • Por que sí.

 

“Por que sí”, porque las cosas son así. Esta escena, hogareña y supuestamente amable, tantas veces repetida en casa; en la calle; en las series infantiles…y las que no lo son, que también son vistas por personitas de las edades más tempranas, este escenario también se presenta híper-estereotipado en la “literatura infantil”. Retomo el adjetivo “perverso”, porque precisamente animamos a niños y niñas a la lectura para salir de la ignorancia, para abrir nuestras mentes y hacernos preguntas, ¡para cuestionar el mundo!!

¿Qué mundo es el que observa A en este inocente libro infantil? ¿Qué interpretaciones hará de él? ¿Qué mundo va a construir en su mente a partir de él? ¿Qué cuestiones se hará? ¿Qué estereotipos y roles reproducirá, en sí misma y en sus futuros hijos e hijas? ¿Irá encanjando ese mundo de colorines progresivamente en “La que se avecina”, en “Mujeres y hombres y viceversa”?

¿Qué narices estamos haciendo con las niñas como A?

Estefanía María denunció y pidió a la jueza una orden de alejamiento. Se la denegaron. Porque sí.

Su pareja la asesinó entrando en casa con su propia llave, porque sí, porque él así lo quiso. Lo hizo delante de dos niños de 2 y 5 años, quienes han observado el horror antes de abrir casi los ojos al resto de mundo; el asesino no pensó en ellos, lo hizo sin más, porque sí.

Hoy, horrorizada y triste, me pregunto, ¿cuántos cuentos ha tenido que leer y tragarse Estefanía desde que era una niña? y, la pregunta clave, ¿cuántos leyó él, su asesino?

Es hora de poner en el centro del debate sobre las violencias machistas a ellos, a los agresores, a los que han observado, igual que A, que los hombres hacen unas cosas y las mujeres otras, que los hombres tienen no sé qué superpoderes que les bendicen para colgar cuadros sin hacerse daño y, por qué no, para matar sin sufrir las consecuencias.

No digáis que exagero, no me trago ese cuento. Lo que afronta A en el cuento es el aprendizaje conductista de una serie de machismos que van generando un bucle de desigualdad y sumisión de un género sobre otro que, en demasiadas ocasiones, acaba en asesinato.

La jueza que debía salvar la vida de Estefanía en última instancia no es la responsable exclusiva de su muerte. Cada resquicio de este sistema donde todo se compra y se vende está afectado de culpa; sentar a A en mi rodilla y hablar con ella sobre lo que parece ser una realidad incontestable es mi responsabilidad, en ese momento, por muy importante que fuera la ficha de Inglés que se estuviese haciendo en clase.

Es nuestra responsabilidad ponernos las gafas violeta, ésas que injusta y públicamente nos señalan como locas feministas, para leer los cuentos de la vida de otra manera, ayudando a otros y otras a interpretar cada señal de opresión o injusticia y animando a la insurrección; nunca más “porque síes”.

El machismo es violencia, Estefanía lo sabe; lo sabía. A aún no.

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