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La maldición de Casandra

 

Pilar González. Todas las Casandras son singulares. Siempre. Desde la que da origen al mito. La primera Casandra nació princesa de Troya.  Uno de sus hermanos, Paris, fue el causante de la guerra que destruyó su propio mundo. Otro de ellos, Héctor, fue el héroe, el más valiente y noble de los troyanos y su memoria pervive en todas las generaciones como el digno rival de Aquiles. Su gemelo, Héleno, tenía también el don de profecía pero sin la maldición que pesaba sobre ella. A su misma estirpe perteneció Eneas, sobreviviente de la destrucción y fundador de Roma, el más poderoso mundo de la antigüedad.

Casandra era hechicera por la merced y por la condena de Apolo enamorado, que le otorgó la gracia de anunciar la verdad, de revelar el mañana, con sus esperanzas y sus tragedias, que ella podía vislumbrar antes que nadie. Y como se negó a yacer con el dios, el mismo Apolo despechado ya no pudo arrebatarle el don pero la maldijo con la desventura de que nadie creyera sus profecías que, indefectiblemente, se cumplirían.

Por eso, a la sibila que decía la verdad la tomaban por loca y nadie quería escucharla. Su voz molestaba, porque no sólo anunciaba desastres sino que, además, desvelaba las causas de esos desastres y alumbraba las sombras que ocultaban. Ella vaticinó la destrucción de Troya. Y su padre, Príamo, la encerró en una celda de la ciudadela para que nadie pudiera escucharla, pero pidió que le informaran al momento de cada una de sus profecías.

Todos los tiranos se han comportado del mismo modo a lo largo de la historia: silenciando las voces que pueden perturbar la realidad, que creen tener bajo control, por desacato, por irreverentes o porque tienen el valor de pensar por sí mismas. Y ese valor es contagioso y se propaga por el aire de la libertad.

Pero mientras que Príamo  desapareció con las cenizas de Troya y sólo los eruditos lo recuerdan, Casandra sobrevivió al tiempo, al dolor y a la maldición de Apolo. De ella nos llega aún el eco de su voz, su palabra de mujer valiente y libre que, desde el ágora, señala el camino. Voz y palabras sin miedo porque conocen derrotas. Voz y palabras antiguas como el mundo lanzadas al futuro en los oídos de los niños. Voz y palabras que hieren y alumbran, como la verdad.

Por eso no hay modo de amordazarla. Por eso sigue siendo irreverente y libre. Las y los demás tenemos la opción de ignorarla, de no creerla, de criticar las cosas que dice y/o como las dice. Pero, aunque la encerráramos de nuevo en una celda de la ciudadela para no escucharla, Casandra seguirá diciendo la verdad. Y si, además, su palabra adopta la fuerza liberadora y antitotalitaria de la risa, o de la distancia irónica, entonces es cuando se produce la catarsis.

No es burla, no se confundan, son las emociones en estado puro, liberadas por ausencia de terror, porque han vencido al miedo. No es burla, es catarsis. Lo entienda o no la Audiencia Nacional o cualquier otro tribunal: es ausencia de miedo. Esa es la única herencia de la estirpe de los vencidos. Y ese don es más preciado, aún, que el de profecía. Por eso ni debemos, ni queremos ni estamos dispuestos a retroceder. Casandra dice la verdad porque se enfrentó a los hombres y a los dioses, porque es libre aunque la ley la censure.

Después de la troyana, ha habido otras Casandras. Tan singulares como la primera. María Zambrano, por ejemplo, fue una de ellas. Me lo contó su último discípulo. También sufrió la guerra y el destierro. También tenía la voz de mujer valiente y libre. En su caso fue el lenguaje poético el vehículo para expresar la libertad radical, la sabiduría, la ausencia de temor. Tampoco fue entendida en su tiempo.

Hay y habrá más Casandras. Todas son singulares. Todas son y serán capaces de revertir la maldición de Apolo para que no recaiga sobre ellas sino sobre quienes las escuchan: podremos creerlas o no pero prohibir la risa sólo conduce a la tristeza. Encerrar la verdad sólo conduce al miedo.

Lo aprendimos de maestras como Aspasia de Mileto e Hipatia de Alejandría. Y de maestros como Umberto Eco. La risa vence al totalitarismo. La inteligencia es más fuerte que el miedo. La libertad nunca más estará maldita.

 

Fotografía de Sofía Serra. Artista y poeta.

 

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